Resaca de un día que nunca existió

Hay determinados momentos en la vida en los que desgastamos el futuro de tanto pensarlo. Imaginando repetidamente un acontecimiento que anhelamos, lo vivimos antes de tiempo de manera que la experiencia real, cuando llega al presente, queda parcialmente descontada en el mapa imaginario de nuestras emociones. Si la vivencia finalmente no colma nuestras expectativas, es muy probable que de todo ello solo quede un vacío que nos lleva a la melancolía o a la frustración.

Quizás es ese el estado emocional en el que empiezan a despertar muchos catalanes con la resaca de un día que todavía no han vivido, el 9 de noviembre, que en nada se parecerá ya a lo que muchos ambicionaban, una vez descartada la celebración de la consulta. El paso del tiempo ha ido reafirmando lo que ya se sabía: que cuando nada cambia en el tablero de juego, solo cabe esperar la confirmación del resultado. Aunque se ha acabado con el halo histórico que acompañaba al 9-N cuando esa fecha todavía pertenecía a un futuro lejano, la política sigue su curso y en la búsqueda de nuevos horizontes de supervivencia los partidos soberanistas catalanes parecen recalar en el de las elecciones anticipadas.

No está claro para qué pueden servir esas elecciones en Cataluña: si para declarar la independencia, como propone ERC, o para que CiU evite (mediante una lista conjunta) un descalabro electoral que le dejaría definitivamente sin legitimidad para seguir liderando el proceso soberanista. En una sociedad exhausta por el particular cansancio que produce moverte sin avanzar, resulta desalentador pensar que durante las próximas semanas el panorama político seguirá dominado por un déjà vu de lo acontecido hasta ahora. Con ello se perpetuará una agenda política que desde hace tiempo sigue más centrada en los medios (sea el autogobierno, el referéndum o incluso la propia independencia) que en los fines (qué se quiere hacer en esa sociedad). La solución no está en desatender lo primero, como algunos proponen, pues precisamente el fracaso de la política en la gestión del conflicto en Cataluña y su deriva legalista ha convertido esta cuestión en algo insoslayable para todos los actores políticos, incluido el Gobierno de Mariano Rajoy. Pero eso no impide reconocer que para cuando los políticos catalanes despierten del ensimismamiento soberanista, la sociedad catalana será más pobre y desigual y se habrá perdido un tiempo valioso para revertir esos cambios.

La parálisis a la hora de atender las consecuencias sociales de la crisis ha sido especialmente notoria entre los partidos catalanes de izquierda. Su discurso social, bien por una cuestión de prioridades (ERC) o bien por falta de capacidad para dominar la agenda (PSC), ha acabado eclipsado por la cuestión soberanista. En este, como en muchos otros aspectos, la situación en Cataluña contrasta con la experiencia escocesa, donde el debate sobre el “para qué” de la independencia ha estado vinculado a una idea concreta de sociedad. A pesar del triunfo de los unionistas, no deja de ser sorprendente la habilidad de Alex Salmond para explotar a su favor el supuesto “izquierdismo” de los escoceses frente al “conservadurismo” inglés durante la campaña del referéndum. En realidad, las preferencias de los escoceses por redistribuir más recursos o su querencia por los impuestos no son muy distintas de las que sostiene la ciudadanía en el resto del país. De hecho, si en algo parece haber cambiado la sociedad británica, incluida la escocesa, es en haberse convertido en algo menos socialdemócrata. Pero he aquí un político (Salmond) que ha sabido hacer creer a sus seguidores que los escoceses eran distintos del resto, y que el sueño escandinavo de una sociedad más igualitaria y con mejores políticas de bienestar sólo era posible con la independencia de Escocia.

A los ciudadanos de Cataluña de poco les ha servido hasta ahora ser más de izquierdas que los del resto del Estado, pues su sesgo ideológico ha quedado anulado por el tradicional dominio conservador en el eje nacionalista. Esta circunstancia, junto con el viraje soberanista de la sociedad catalana y de sus representantes políticos durante los últimos años, ha desbancado a un segundo plano la dimensión ideológica del discurso político en Cataluña. Aunque algunos movimientos sociales de izquierda como Procés Constituent asocian la defensa de la independencia con un nuevo modelo social más igualitario, los partidos políticos catalanes de izquierda no han querido o no han sabido rescatar de la irrelevancia el discurso social, fuera o no vinculándolo a su posición nacionalista.

En definitiva, la supresión de la consulta prevista el 9-N no cambiará las esencias del debate político en Cataluña. Pero quizás haber puesto fin a una discusión tan concreta como la de legalidad de la consulta puede servir para aportar algo de aire fresco al discurso de los principales partidos. Se trata de una oportunidad para reivindicar en mayor medida el objetivo social de los cambios que cada uno propone en la relación entre Cataluña y el resto de España. Un mayor énfasis en el “para qué” en el debate político catalán es necesario si sus representantes quieren dejar de ver cómo los estragos de la crisis económica se suceden ante sus ojos sin que dispongan de un mínimo espacio político para abordarlos.

Sandra León es profesora de Ciencia Política en la Universidad de York y colaboradora de la Fundación Alternativas.

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