Rescatar la memoria fértil

La búsqueda de los restos de Miguel de Cervantes en la cripta del convento de las Trinitarias de Madrid ha ido acompañada de la consiguiente polémica y de opiniones a favor y en contra de dicha tarea. Los ciudadanos no tendríamos por qué preocuparnos por el sentido de tal iniciativa, que ha sido responsabilidad de otras personas; pero, a la vez, nos vemos obligados a opinar ante la dimensión social y literaria del escritor protagonista de la misma. Por eso, yo me encuentro del lado de los que piensan que la iniciativa es más positiva que negativa. ¿Y por qué razones?

En primer lugar, porque dar con los huesos totales o parciales de Cervantes sacude nuestro olvido y remueve los «huesos» de nuestra conciencia cultural y social. Me refiero a que los ojos de los medios de comunicación se han vuelto hacia uno de los representantes más altos de nuestra cultura: un escritor muy zarandeado por la vida, fiel a su poderosa vocación. Esta atención nos conduce hacia esa vida y sus libros. No quiero decir que estos se vayan a leer o a vender más a partir de ahora, sino que los focos de nuestros programas televisivos y medios periodísticos se están dirigiendo, durante un tiempo, hacia un tema serio y esencial.

Siempre está bien que recordemos, en unos tiempos en los que el fenómeno cultural tiende hacia la juerga y el espectáculo, lo novedoso y el «todo vale» (¿no hemos llegado ya a hablar de «la cultura del botellón»?), que venimos de una tradición en la que aún perduran valores seguros. Cuanto estoy diciendo de la recuperación de Miguel de Cervantes nos sirve también para la celebración del V Centenario del nacimiento de Teresa de Ávila. Su vida, entre la cal de la celda y el frío de los caminos fundacionales, entre el más alto misticismo y el realismo reformador, es emblemática. Ambos autores no sólo responden a meros fastos cronológicos, sino que remiten a unas vidas y a unas obras extraordinariamente vocacionales, en las que debemos fundamentar un poco más nuestra educación y cultura. Suponen, a mi modesto entender, que nuestra memoria se aviva en una dirección segura en tiempos que tienden al gregarismo anímico, a la atomización del ser humano.

Tampoco nos sirve decir que con los dineros gastados se podrían haber hecho otras obras o atender a necesidades más urgentes. Ello supondría pensar que educación y cultura son tareas inferiores a las demás, prescindibles para el ser humano, lo que a veces no dejamos de observar lamentablemente en algunos comportamientos. (Aquí pienso en el abandono de la casa de nuestro Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre, del que –se dice– «todos son responsables». Lamentable tema pendiente ante el cual siempre acaba surgiendo en los ciudadanos la misma pregunta: ¿se comprendería la casa abandonada de un Premio Nobel en cualquier país del mundo?). En este sentido, sabemos muy bien, como se ha recordado, que en Inglaterra, o en Francia, o en Alemania, no se hubiera frivolizado con un tema como el de dar con los restos de su primer escritor.

No profundizo en otra valoración con la cual también se ha ironizado y frivolizado: que el rescate de los restos de Cervantes tiene un interés meramente turístico, económico. Opinión con la que no se debe bromear en unos tiempos de economías en crisis y en un país en el que el turismo posee una dimensión mundial. Sobre todo, por su interés hacia nuestra cultura. («España es, sobre todo, su cultura», se repite fuera de nuestras fronteras.) Vamos a ver qué pasa pronto con el turismo en los países del Magreb, fuente de riqueza, de respeto y diálogo, y, en definitiva, de convivencia. La cultura sí que trae «primaveras» a los pueblos y no las guerras. No se puede hablar a la ligera de la cultura, o no respetarla, porque se puede acabar triturando los símbolos más originarios y hermosos de los museos con martillos y taladros.

Sí, la del rescate de los restos de Cervantes es, ante todo, una noticia que aviva nuestra memoria. Habrá quienes, al hilo de ella, se aproximen a sus libros; algunos los leerán por vez primera; aumentarán –ya lo estamos viendo– las ediciones de El Quijote (el 2015 y el 2016, que es el del IV centenario de la muerte de su autor, serán años cervantinos); pero poco importa el rescate de sus huesos si detrás de ellos no está el interés por la vida y las obras de Cervantes, por sus lecciones (y aquí estoy pensando en las muchas de la segunda parte de su gran novela: las de su humanismo).

Esa fusión ejemplar entre vida y obra lleva también a recordar lo que la cultura italiana supuso para él; o simplemente a la ternura de la deliciosa dedicatoria de su Persiles, en la que, horas antes de morir, Cervantes escribe, desde la mansedumbre de sentir y pensar en los límites; escribe con la limpidità e la scorrevolezza, con el brioso estilo del arranque del Orlando furioso de Ariosto. Ni libros de humor y aventuras, ni paradigma de novelistas, ni brillante creador de personajes, ni poeta y autor teatral con ansias de serlo (aunque también)… Miguel de Cervantes convence y perdura por ese humanismo en el que los lectores ven reflejada su propia humanidad.

Haré mi lectura anual de alguna de las obras cervantinas. Iré a mi biblioteca para extraer de ella dos ediciones modestas, pero para mí muy entrañables, de mis primeras lecturas: la edición de El Quijote de Martín de Riquer ( Juventud, 1958) y otra de Obras estelares del mismo (Maucci, 1963), que contiene el resto de ellas: el Persiles, las Novelas ejemplares » (¡ay, ese precioso viaje en «El licenciado Vidriera» del «enhechizar» de Salamanca y su sacro Tormes a las ciudades italianas!), los Entremeses, su teatro o su poesía (que, por el soneto de los peregrinos entrando en Roma del Persiles, sería suficiente para salvarse). En mi biblioteca hay, claro, otras ediciones más modernas, completas y especializadas de Cervantes, pero mi mano ha ido estos días instintivamente en busca de esos dos libros en los que la memoria del lector juvenil y del escritor que nacía están fundidas y vivas. Y he ido simplemente para acariciarlos y entreabrirlos. No frivolicemos, pues, con la cultura esencial. Sobre todo en estos tiempos de tanta superficialidad creativa, de tanto alboroto y ligereza, de tanta cultura de mercadeo trivial.

Antonio Colinas, poeta.

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