Rescatar una posibilidad de paz para Israel

El intercambio de prisioneros entre enemigos es con frecuencia un preludio para la reconciliación política. Lamentablemente, el reciente intercambio entre Israel y Hamás, en el que la organización islamista se llevó la parte del león de más de 1.000 prisioneros a cambio del soldado israelí Gilad Shalit, no es un buen augurio para las posibilidades de una paz palestino-israelí.

Al contrario de lo que parece, el trato no es un reflejo del interés de los dos bandos por iniciar un acercamiento político que pudiera conducir al fin del sitio de Gaza y otras medidas de creación de confianza. Ese intercambio revela exactamente lo contrario: que las dos partes están comprometidas con sus valores fundamentales de resistencia y confrontación.

Para Israel, recuperar a Shalit era su forma de confirmar un espíritu de unidad en tiempo de guerra y cumplir la promesa hecha por el ejército a sus reclutas (y sus familias) de que ningún soldado, vivo o muerto, sería abandonado jamás. El mensaje consistía en que Israel debe permanecer movilizado y alerta en un medio hostil y que su supervivencia depende de la cohesión de su ejército de ciudadanos, así como de la solidaridad con aquellos a los que se envía al combate.

El trato sobre Shalit, polémico y disgregador, desencadenó un debate profundamente moral en una de las sociedades civiles más vivas del mundo. El trato es también, para los israelíes, una insignia de honor para la aspiración de su pericleana democracia a una elevada condición moral en un vecindario autocrático.

En cambio, para Hamás, el intercambio de prisioneros encarnó el valor fundamental de la firmeza. Significó hacer frente al enemigo sionista, el cruzado con tecnología avanzada cuya superioridad militar sólo se puede derrotar con una resistencia obstinada.

Hamás cree que el trato confirmó las enseñanzas del dirigente de Hezbolá, Hassan Nasrallah, quien ha calificado a Israel de simple “telaraña” que se puede destruir con el susurro de una espada. Ante el desplome emocional de Israel por la suerte de un joven soldado, tanto Hamás como Hezbolá han de sacar la conclusión de  que su incapacidad para abordar los dilemas psicológicos y sentimentales abre la vía para su derrota estratégica final.

Entretanto, el trato comprometió gravemente la capacidad de dirección de Mahmoud Abbas, el Presidente de la Autoridad Palestina, que ha pasado años clamando por la liberación de prisioneros para realzar su prestigio entre su pueblo como interlocutor de Israel para la paz. El resonante éxito de Hamás al lograr el regreso a su país de los héroes de la causa palestina fue una importante derrota para Abbas... y un golpe importante para el proceso de paz.

El trato sobre Shalit dio un claro impulso al bando de la guerra en Palestina y debilitó a sus adalides de la paz. La triste ironía es que Abbas sigue cooperando con Israel en el acoso a Hamás en la Ribera Occidental y sigue manteniendo a centenares de militantes de Hamás, entre ellos a algunos que fueron detenidos por planear secuestros de soldados y civiles israelíes.

La “primavera árabe” ha empujado a Israel hasta una trampa estratégica de la que sólo podrá salir mediante un acuerdo con los palestinos. En el actual clima político, los dirigentes árabes, ya sean conservadores o revolucionarios, ya no pueden permitirse el lujo de ser vistos como cómplices de Israel y los Estados Unidos en la región. La causa palestina resonará ahora más que nunca en las plazas mayores de El Cairo, Ammán y Ankara.

Al liberar a Gilad Shalit, el Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, puede haber pasado a ser por fin un dirigente capaz de adoptar decisiones difíciles. Necesitará esa cualidad para adoptar también iniciativas audaces sobre el proceso de paz.

Hay que reconocer que Hamás no es un enemigo fácil, pero tampoco es inmune a cálculos políticos racionales. Es cierto que su dirigente, Jaled Mashaal, declaró hace muy poco en Teherán que “nuestro objetivo es liberar toda Palestina desde el río hasta el mar”. Sin embargo, más de una vez ha hecho declaraciones conciliadoras.

Pero Israel no necesita firmar un acuerdo de paz con el errático Mashaal. Su tarea es reforzar a Abbas, en lugar de debilitarlo, como hizo en el trato sobre Shalit. El mayor interés de Israel es el de llegar a un acuerdo con el hombre que ha repudiado constantemente la táctica del conflicto armado propia de sus predecesores.

Por Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel y ahora vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo. Es autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *