¿Resistirá el centro en Europa?

Los partidos políticos de centro han pasado apuros en muchos lugares de Europa. Dos imágenes literarias opuestas vienen a la mente. Las familias infelices de Tolstói son el relato del periodismo político. Explica el declive del centro con historias nacionales: la reforma de las pensiones francesa, el estancamiento italiano, la política energética alemana. Cada fracaso es una historia desgraciada en sí misma.

La visión contraria es la de una fuerza unificadora detrás del caos de la política europea, el spiritus mundi del poema de Yeats La segunda llegada: “Todo se desmorona; el centro no puede sostenerse”.

Francia es el ejemplo más interesante porque es el único país que intentó reinventar el terreno político intermedio a través del centrismo radical de Macron. Aquello vino y se fue. La debacle de la reforma de las pensiones ha vuelto a consolidar las fuerzas de la izquierda y de la derecha, pero en particular a Marine Le Pen.

Italia eligió el año pasado a una primera ministra de extrema derecha. En España, las fuerzas radicales operan de manera más insidiosa: la extrema izquierda y la extrema derecha han formado alianzas con los partidos centristas y los han empujado a posiciones más radicales. El centro todavía resiste en Alemania, pero también se ha debilitado después de la pandemia, la guerra y la inflación.

Todo esto obliga a preguntarse por qué está pasando en tantos países al mismo tiempo. Lo que ocurre, creo, es que el tejido social que sostenía al centro se ha deshecho. En parte, la explicación es económica, pero no se puede reducir a una serie de cifras. En la Europa de posguerra la industria proporcionaba empleo para toda la vida, pensiones garantizadas y estructuras sociales estables. Las instalaciones industriales estaban rodeadas de barrios en expansión. La gente tenía arraigo en sus comunidades. Por eso los alemanes, por ejemplo, hablan de Industriegesellschaft, sociedad industrial, en contraposición a economía industrial. Es una forma de vida.

El declive del centro y la desindustrialización están estrechamente relacionados. El apoyo al Brexit alcanzó su máximo en las ciudades industriales del norte de Inglaterra que antes formaban parte del “cinturón de óxido” de Reino Unido. En Alemania, los dos partidos que más apostaron por la sociedad industrial fueron el SPD de Olaf Scholz y la centroderechista CDU/CSU. En las elecciones de 1998, su porcentaje de voto conjunto fue del 77%; en 2021 había descendido a algo menos del 50%. Actualmente, en Francia y en Italia el número de votantes que dan su apoyo a fuerzas políticas radicales de derechas o de izquierdas es mayor que el de los que votan a los partidos centristas tradicionales.

Italia fue el primer país en sufrir los efectos de la desindustrialización, y el que ha recorrido más trecho en el camino de la radicalización política. Desde que entró en el euro, no ha generado prácticamente ningún aumento de la productividad. A lo largo de los últimos 20 años, he pasado mucho tiempo en Liguria, una región costera del noroeste de Italia, fronteriza con Francia, que en su día fue próspera. Aún sigue siendo uno de los lugares más bellos de Europa. El signo externo más visible de la decadencia económica es el abandono, el deterioro de tiendas, casas y terrenos agrícolas. Es una tierra moribunda.

La Comisión Europea ha clasificado a Liguria como una de las regiones europeas más afectadas por la fuga de cerebros. Las pequeñas explotaciones olivareras han sido uno de sus principales sectores agrícolas, pero cada vez se ha vuelto menos lucrativo. La mejor manera de encontrar trabajo en las provincias ligures es a través de las conexiones familiares. Pocas personas tienen un motivo racional para votar a los partidos de centro, que han permitido esta decadencia a lo largo de varias décadas.

La historia de Liguria no es única. Al norte, el vecino Piamonte también aparece en la lista de regiones en declive progresivo. Es la tierra de Fiat, el vino y las trufas. Otro territorio septentrional afectado es Friuli-Venecia Julia. Su capital es Trieste. Antes era una de las zonas más desarrolladas de Italia, con muchas empresas pequeñas y medianas.

Tres estados alemanes, todos del este, aparecen también en la lista de la desesperación de la Comisión Europea. Son los bastiones de Die Linke (La Izquierda) y Alternativa para Alemania (Afd), de extrema derecha.

Alemania ha sido relativamente afortunada. Se ha beneficiado de la mano de obra barata del este de Europa y del gas de Rusia a buen precio. Pero ahora todo eso ha quedado atrás. La agonía de su industria es tan previsible como la falta de voluntad política para afrontar las consecuencias.

En Alemania, como ya ha ocurrido en Francia e Italia, los extremistas están ganando terreno. Sahra Wagenknecht, probablemente la política más destacada de la izquierda dura, contempla ahora la posibilidad de lanzar un nuevo partido que pretende renovar lazos con Vladímir Putin, y que se opone a la pertenencia a la OTAN y a las entregas de armas a Ucrania. Los sondeos muestran que su formación obtendría el apoyo del 20% del electorado. Veo que el voto combinado de extrema izquierda y extrema derecha en Alemania podría alcanzar alrededor del 30%. La costosa transición a la energía verde también está alejando del centro a los electores. Lo último es una ley para obligar a los propietarios de viviendas a mejorar su sistema de calefacción a un coste inmenso.

Todavía existe una mayoría centrista en Alemania, y seguirá habiéndola después de las próximas elecciones, pero cada vez costará más gobernar desde el centro. El país tiene por primera vez una coalición tripartita. La de Países Bajos está formada por cuatro partidos, y la de Bélgica, por siete. Si la sociedad se fragmenta, el sistema político también.

¿Es reversible el declive del centro? En teoría, sí. En la práctica, no preveo que vaya a pasar, porque el centro no está haciendo frente a las causas de su pérdida de apoyo: la adicción a las soluciones a corto plazo. Así es como hemos llegado a la relajación cuantitativa, la austeridad fiscal, los cierres y las sanciones económicas, todo ello con consecuencias enormes e imprevisibles a la larga. Lo que parece correcto a corto plazo rara vez lo es a largo plazo. Desde la perspectiva de todas estas políticas, ya estamos viviendo en el largo plazo.

En esto coincido con Yeats, “la anarquía pura se desata sobre el mundo”.

Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com. Traducción de News Clips.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *