Respondiéndole a Irán

Tenemos bastante conocimiento sobre el programa nuclear de Irán, y lo que sabemos no es alentador. Sabemos que Irán está enriqueciendo uranio en dos sitios -en parte a niveles del 20%, mucho más allá de lo que se precisa para fines civiles-. La Agencia Internacional de Energía Atómica también informa que Irán está llevando a cabo investigación para desarrollar diseños de cabezas de guerra nucleares. En resumen, los argumentos de los funcionarios iraníes de que su programa nuclear está únicamente destinado a la generación de energía o a la investigación médica carecen de toda verosimilitud.

Sin embargo, todavía es mucho lo que el mundo no sabe. Por ejemplo, no sabemos si Irán está llevando adelante actividades secretas en sitios desconocidos, o cuándo Irán podría desarrollar un arma nuclear cruda -las estimaciones oscilan entre varios meses y varios años-. Tampoco sabemos si el liderazgo dividido de Irán ha decidido desarrollar armas nucleares, o estuvo a punto de hacerlo, teniendo en cuenta que el país podría obtener muchos de los beneficios asociados con tener armas nucleares sin correr los riesgos o incurrir en los costos de realmente hacerlo.

Como sea, las actividades de Irán ponen al mundo frente a elecciones difíciles. Ninguna de ellas está exenta de costos o de riesgos. Es más, ni los costos ni los riesgos son posibles de calcular con precisión.

Una opción sería aceptar y convivir con un Irán nuclear o casi nuclear. Esto supone que se podría disuadir a Irán de utilizar sus armas, lo mismo que sucedió con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Las defensas de misiles se podrían expandir; Estados Unidos podría ampliar las garantías de seguridad de manera que Irán entendiera que la amenaza o el uso de armas nucleares se toparía con una respuesta estadounidense decisiva.

Pero aceptar un Irán con armas nucleares conlleva problemas importantes. Teniendo en cuenta el uso que hace de la subversión y el terrorismo contra sus adversarios, un Irán armado nuclearmente podría ser incluso más autoritario. También podría transferir material, tecnología o armas relacionados con el desarrollo nuclear a sus aliados (la Venezuela de Hugo Chávez, por ejemplo) u organizaciones radicales como Hezbollah y Hamas. Y, en lugar de promover la cautela y la estabilidad en la región, Irán o Israel podrían sentirse tentados de atacar primero en una crisis.

Tampoco se puede suponer que el liderazgo dividido y radical de Irán siempre actuaría de manera racional, o que la proliferación acabaría en la República Islámica. Si Irán desarrolla sus armas nucleares, países como Arabia Saudita, Turquía y Egipto se verían tentados de comprar o desarrollar armas nucleares propias. Un Oriente Medio con demasiados dedos en demasiados gatillos es la mejor definición de pesadilla que existe.

En el extremo opuesto del espectro de opciones políticas está un ataque preventivo: un ataque militar (más probablemente por parte de Israel, Estados Unidos o ambos) contra sitios en Irán asociados con su programa nuclear. El objetivo principal sería interrumpir el surgimiento de una amenaza que todavía se está gestando.

Aquí, nuevamente, se presentan inconvenientes considerables. Hasta un ataque preventivo exitoso en el mejor de los casos retardaría el programa nuclear de Irán unos años. Este, casi con certeza, seria reconstruido, presumiblemente en sitios subterráneos y fortificados que harían que los futuros ataques fueran mucho más difíciles de perpetrar.

Es más, Irán bien podría tomar represalias de inmediato contra blancos que podrían incluir a Arabia Saudita, Irak, Afganistán y otros intereses estadounidenses en todo el mundo -así como sitios en territorio norteamericano-. Hezbollah podría atacar Israel. Si todo esto sucediera, el precio del petróleo se dispararía debido a escaseces y temores, posiblemente arrastrando a gran parte de la economía mundial, que ya se encuentra en una posición precaria, a la recesión. Un ataque armado también podría hacer que el público iraní se aglutinara en torno al gobierno, reduciendo las posibilidades de que pudiera surgir un liderazgo más responsable.

En consecuencia, no sorprende demasiado que Estados Unidos y gran parte del mundo hayan explorado alternativas, que incluyeran un cambio de régimen en Irán. Pero, a pesar de todo lo deseable que esto pudiera ser, ninguna política puede generar este resultado con certeza. Así las cosas, la principal política hacia Irán se centra en la imposición de sanciones económicas cada vez más dolorosas. La argumentación que sustenta esta política es que los líderes de Irán, temerosos de perder el control político si el descontento popular aumenta como resultado de los efectos de las sanciones, recalcularán los costos y beneficios de sus actividades nucleares y terminarán aceptando restricciones negociadas a cambio de una eliminación de las sanciones.

Eso podría suceder. El respaldo internacional a las sanciones es considerable y va en aumento. A Irán (cuya economía depende en gran medida de exportaciones de petróleo de más de dos millones de barriles diarios) le está resultado cada vez más difícil encontrar clientes -y especialmente clientes dispuestos a pagar el precio total-. Mientras tanto, la moneda de Irán se está debilitando, lo que coloca el precio de los bienes importados fuera del alcance de muchos iraníes.

Otros elementos de la política actual que parecen estar surtiendo efecto son los esfuerzos clandestinos destinados a impedir la capacidad de Irán de importar tecnologías sensibles. Virus han infectado computadoras en Irán, reduciendo la eficiencia de las centrífugas esenciales para enriquecer uranio. También es posible que el asesinato selectivo de ciertos individuos haya desacelerado el avance de los esfuerzos nucleares iraníes.

Pero retardar los esfuerzos de Irán no es lo mismo que detenerlos. De modo que un interrogante es si las sanciones existentes se pueden extender y endurecer; aquí, China y Rusia deben determinar sus prioridades. Otro interrogante es si cualquier sanción será suficiente para persuadir a los líderes de Irán de aceptar restricciones verificables a su programa nuclear. Y una tercera cuestión por resolver es cuánto tiempo Israel o Estados Unidos tolerarán los esfuerzos iraníes antes de atacar militarmente.

En realidad, la única certeza tal vez sea que el programa nuclear de Irán será una cuestión internacional importante en 2012 -muy probablemente la más importante.

Por Richard N. Haass, ex director de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado norteamericano, y actualmente presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores.

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