Responsabilidad, rigor y consenso

El ajuste ha llegado. Las reacciones que ha suscitado muestran que hay mucha confusión sobre las razones que nos han conducido a la actual situación. En especial, cuál es nuestra responsabilidad en su génesis. Y como no se quiere entender cuál es el origen de nuestros pecados, las medidas aparecen bien excesivas, bien caprichosas. Además, todo ello se traduce en una ausencia de consenso que, con la que cae, es más que preocupante. Falta de responsabilidad, necesidad de ajuste y ausencia de acuerdo son elementos interconectados que definen el momento actual. Por ello conviene recordar algunas verdades del barquero.

Primero, la responsabilidad. Una parte del país argumenta que no tenemos culpa de la crisis ni somos nosotros los que necesitamos ajustarnos. En este discurso, los mercados, los gnomos de Zúrich, son los culpables. No seré yo quien niegue la menor: hay especulación contra el euro. Pero la mayor no se encuentra fuera del país. Si nos atacan los mercados es porque presentamos debilidades, aprovechadas por otros para su beneficio. Por ello, cualquier solución pasa por aceptar nuestro pasado y apechugar con ello. Y la principal hipoteca que dejó la expansión anterior ha sido una deuda privada insólita, que gravita sobre nuestro futuro. Los hogares aumentaron su endeudamiento desde cerca de los 200.000 millones de euros a finales de la pasada década a casi el billón en la actualidad. Las empresas de la construcción y las inmobiliarias hicieron lo mismo, ampliándola desde menos de 50.000 millones a casi 450.000, y el resto del tejido empresarial también expandió su deuda. Además, como nuestra inversión interna superaba el ahorro, este endeudamiento se financió, en una medida no menor, con crédito internacional, que ahora hay que devolver o renegociar. No nos obligaron a endeudarnos, pero en la época del dinero fácil y barato eso fue muy popular. Además, nuestro sector público fue extremadamente generoso, con rebajas fiscales (del IRPF) en el 2003 y el 2007, que insuflaron nueva renta a los hogares y facilitaron el proceso de endeudamiento. Pero entonces, con escasas excepciones, nadie se situó en contra de una menor presión fiscal, como tampoco parecía importar mucho el excesivo endeudamiento exterior.

En segundo lugar, el rigor. Cuando el ajuste llega comienzan las críticas respecto de la incorrección de las medidas o de lo inapropiado del momento en que se toman. Pero hay que ser conscientes de quiénes somos, dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos. Y la historia del ajuste que se ha iniciado, para bien o para mal, no la estamos escribiendo nosotros. Nos la manda el directorio europeo que, a la luz de la posible quiebra del euro, ha tomado el mando de la nave. Y al Gobierno español no le queda otro remedio que seguir la dirección marcada si quiere estar protegido por el resto de países del área. Viendo el debate parlamentario de la semana pasada emerge con fuerza la conclusión de que España no es consciente de lo que está en juego. No son tres o cuatro años de crecimiento: si el euro fracasa, el futuro de nuestros hijos está amenazado, y es eso lo que confiere un carácter crítico a la hora actual. Nos han dado tres años de plazo (los del acuerdo de mayo) para poner la casa en orden y mostrar a alemanes y franceses que estamos dispuestos a cambiar. Que dejaremos de ser algo menos latinos y que nos comportaremos, cada vez más, como centroeuropeos. Que abandonaremos un tanto nuestro catolicismo castizo para devenir algo más calvinistas. Pero no tenemos mucho tiempo para ello, y el recorte es muy severo: pasar de un déficit del 11% del PIB en el 2009 a menos del 3% en el 2013 quiere decir cerrar el agujero entre ingresos y gastos en unos 80.000 millones de euros. Hemos comenzado con 15.000, el 1 de julio aumenta el IVA, y hasta 2013 el plan de austeridad incluye la no reposición de la jubilación de unos 180.000 empleados públicos. ¿Habrá bastante con ello? Lo dudo. Todavía quedan nuevos ajustes por llegar.

Finalmente, el pacto. Si se entiende el origen de nuestros problemas y el momento extraordinario en que nos encontramos, el corolario es simple: España necesita un gran acuerdo, que incluya a partidos políticos y agentes sociales y en el que todos nos sintamos representados. Hasta ahora no ha sido posible, entre otras cosas por un generalizado negacionismo sobre las dificultades que nos aguardan. Pero el ajuste en curso es la primera señal, para aquellos demasiado optimistas, de lo que se acerca. Por el bien de todos, espero que, en los próximos meses, avancemos hacia un acuerdo que debería tener mayor profundidad que el de la Moncloa. Porque los márgenes de maniobra son menores (no podemos devaluar) y porque los desequilibrios acumulados (deuda) son más importantes. El pacto precisa, además, de un liderazgo claro, que sea capaz de decirle al país que nos aguarda sangre, sudor y lágrimas, pero que, más allá de este doloroso futuro inmediato, si hacemos las cosas bien, el sol volverá a sonreírnos. Lo dicho: necesitamos, de nuestra clase política y de los agentes sociales, responsabilidad y consenso. Y coraje. En especial, coraje.

J. Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la UAB.