En estos últimos años las nuevas posibilidades de comunicación están generando noticias o convicciones falsas. Se pide a todos responsabilidad, a las personas, a las empresas, a los medios y a la política. La reputación y con ella la credibilidad es la clave que hace sostenible en el tiempo a las personas, a las empresas, a los medios de comunicación y a la política.
Difundir informaciones falsas, aprovecharse de la desinformación o delegar a la sociedad la tomas de decisiones muy relevantes como por ejemplo pasó con el referéndum británico sobre la Unión Europea, promovido por David Cameron principalmente por su interés en reforzar su posición personal en el Partido Conservador, es muy poco responsable.
Se pueden crear falsas expectativas también con las promesas electorales, haciendo imaginar recetas fáciles que más tarde, ante la imposibilidad de ser realizadas, generan mucha desilusión en los votantes. Entre los temas de las campañas políticas más recurrentes por ejemplo aparecen el presupuestos y la deuda. Siempre se prometen inversiones y pocas veces recortes. El resultado final es que se acaba utilizando una única palanca segura, pero nefasta, que es seguir aumentando la presión fiscal sobre familias e empresas, las únicas entidades que pueden hacer crecer la economía de un país. El balance económico debe presentar un equilibrio entre ingresos y gastos. La deuda en sí no es un drama, pero depende del tamaño de la misma, de la posibilidad de pagarla, de lo que el mercado pide en términos de intereses o de la posibilidad de desarrollar una política económica que produzca un incremento de los ingresos. Cuando la deuda es alta el objetivo debe ser reducirla, una meta que solo se puede alcanzar no creando más déficit.
Durante los últimos años, el deporte favorito de algunos de los gobiernos europeos ha sido culpar de los problemas nacionales a las instituciones europeas, por el control estrecho sobre las deudas de sus estados miembros. Italia es un ejemplo de este fenómeno. En la mayoría de los casos se culpa a terceros de la propia incapacidad de reducir los costes o de hacer una política expansiva que empujando la economía baje consiguientemente la deuda.
La deuda es individual y es de cada país y puede impactar en manera terrible, sea por la dificultad de refinanciarla, sea por el alto coste de los intereses que además crea un grave problema de competitividad para el entero sistema económico de un país.
Sobre la deuda y el déficit no imperan solo las reglas institucionales comunes que Europa y los países miembros, viviendo bajo un mismo techo, se han dado. Si se tratase tan solo de modificar un hecho técnico/formal todo resultaría relativamente fácil. El problema es que existen unas reglas más potentes, exigentes, concretas y reales, las del mercado, que son todavía mas importantes en términos de impacto local e internacional. En un mundo globalizado, normalmente los inversores invierten donde el riesgo es menor, o donde la conveniencia es más alta, lo que significa que compensan el riesgo pidiendo intereses muy altos.
Europa, a pesar de las tantas críticas, y sin duda de la posibilidad de mejora de su funcionamiento, sigue representando para los que invierten en los países europeos más endeudados un amparo y una cierta garantía de solvencia, pero solo a condición de que los gobiernos de estos países demuestren de ser creíbles cuando planifican unas políticas de gastos e ingresos. La sostenibilidad de las cuentas públicas no es una palabra vacía, sino que lo es todo. Las mentiras, las promesas imposibles al igual de responsabilizar siempre a los demás de los fracasos, desorientan la sociedad con graves repercusiones en términos de confianza. La sociedad, en su gran mayoría, en el fondo solo quiere que prevalga el interés general y soluciones equilibradas y sostenibles en el tiempo.
Giuseppe Tringali es vicepresidnete del Internacional Avdisory Board del IE.