Responsabilidades colectivas

Las grandes celebraciones que han acompañado la marcha de Silvio Berlusconi como primer ministro italiano dan mucho que pensar. Se oye hablar de liberación nacional, como si hubiera caído un dictador que ha arruinado a un país entero por sí solo. Sin embargo este hombre, al que ahora parece que nunca había querido nadie, ni tan siquiera sus aliados, fue elegido no una, sino hasta tres veces por los italianos. Además, su último éxito fue en las elecciones regionales de 2010, hace poco más de un año, ya en plena crisis económica y después de varios escándalos.

Olvidar este detalle impide realizar un análisis profundo del país y llevar a cabo una correcta distribución de las responsabilidades, ya sea con relación a los que le han prestado su apoyo durante tanto tiempo, o con los que, aun siendo sus adversarios, no han sabido ofrecer una alternativa más convincente a los italianos.

Asimismo, hay otro aspecto que muchos parecen olvidar, sumidos en la agitación eufórica de estos días: la responsabilidad no sólo individual sino colectiva de la situación económica actual. Es rotundamente cierto que Silvio Berlusconi deja una deuda pública del 120%, un tasa de desempleo juvenil de casi el 30%, una tasa de actividad femenina estancada en el 46%, además de un país que aún es rehén de la burocracia, el despilfarro y las corruptelas.

Sin embargo, el paro juvenil ya constituía un problema hace quince años: durante casi toda la década de los noventa estuvo en torno al 30%; asimismo, por entonces la deuda ya había alcanzado y superado el 120%, por no hablar de los problemas crónicos relacionados con el empleo femenino, la burocracia y el despilfarro. En resumen, más que ser el responsable de haber creado ciertas situaciones, el Gobierno saliente debe asumir la responsabilidad (enorme) de no haberse enfrentado a ellas con suficiente seriedad, eficacia y coherencia. Y aunque sea justo y natural que la responsabilidad de este fracaso recaiga en primer lugar en la persona que ha formado y dirigido este Gobierno, sería un error pasar por alto que en la raíz de este fracaso hay una responsabilidad que va más allá de la responsabilidad personal de Silvio Berlusconi.

Muchas de las medidas y reformas que deberían haberse llevado acabo durante estos años, y que aparecen en la famosa carta del Banco Central Europeo (pensiones, empleo, liberalización de los colegios profesionales y de los servicios públicos, etcétera..), no se han podido aprobar debido a los obstáculos que han puesto tanto las fuerzas de centroderecha como las de centroizquierda (y en más de una ocasión hemos podido comprobar cómo formaban frente común algunos de los más fieles aliados de Berlusconi, como Umberto Bossi, el líder de la Liga Norte, y sus enemigos históricos, como Antonio Di Pietro o Nicola Vendola). Por no mencionar que iniciativas legislativas como la que pretendía abolir las provincias o los cargos vitalicios han sido rechazadas con el voto casi unánime de los parlamentarios de ambas formaciones.

Es importante recordar estas dinámicas porque son las mismas que en el pasado han frenado y hundido otros gobiernos. Y seguirán frenando a Italia si continuamos creyendo que podemos resolverlo todo atribuyendo responsabilidades o poderes salvadores a personas individuales, olvidando las responsabilidades colectivas. Esta actitud nos condenará a revivir la misma película y nos impedirá inaugurar un nuevo período.

El verdadero desafío de Mario Monti será este. No sólo reajustar la economía italiana, sino también las numerosas voces divergentes que han acabado deshilachando el tejido social y la cultura política del país, una tarea que requerirá la capacidad de dirigirse no solamente a los mercados internacionales, sino también a los italianos. Para ello, deberá reabrir un canal de comunicación honesto, claro y coherente con los ciudadanos, que le permita recobrar la confianza, pero sin caer en la demagogia fácil que ha convertido a los partidos en prisioneros de sí mismos e incapaces de aportar el liderazgo y la lucidez que necesitaba el país.

Una tarea difícil pero, esperemos, no imposible.

Por Irene Tinagli, economista italiana, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid. Copyright La Stampa.

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