Respuesta científica frente al ébola

En comentario reciente en la revista «Science», Peter Piot, descubridor del virus del ébola, afirmaba: «Esperemos que este sea el último brote de ébola en el que lo único que podemos ofrecer es aislamiento y cuarentena, en lugar de vacuna y tratamiento». Así de limitada es la disponibilidad de medios preventivos y curativos con los que hacer frente a un virus que se revela como devastador, tanto del organismo al que infecta como de las poblaciones en las que causa epidemias. Pero esta situación no se debe a falta de conocimiento sobre la historia natural del agente patógeno que ahora tiene en jaque a gran parte de la población mundial y a la totalidad de la española. Con aspecto filiforme (filovirus), las partículas de agente causal de fiebre hemorrágica de ébola contienen un material genético de pequeño tamaño que da lugar a siete proteínas, algunas de las cuales conforman la cápsida y la envoltura que lo protegen. Se sabe mucho de su forma de transmisión, solamente por contacto y solamente cuando el enfermo contagioso muestra los síntomas propios de la infección. Con estas armas el virus puede causar una infección generalizada, afectar en especial a las células del sistema endotelial, a las del hígado y a determinadas células de la sangre, con el resultado final –cuando las defensas son superadas por el patógeno– de fallo multiorgánico y hemorragia generalizada.

Respuesta científica frente al ébolaAl conocimiento básico de las características del virus añadamos una ya abundante información sobre sus efectos mortíferos. No han sido muchos los brotes producidos desde el primero, que se registró en 1976, curiosamente el año en el que la OMS pudo declarar erradicada a la viruela, otra enfermedad vírica altamente contagiosa que causó cientos de millones de muertes. Sin embargo, el brote que ahora nos ocupa, surgido en Guinea hace diez meses y propagado a Liberia y Sierra Leona, así como a Nigeria y Senegal en menor medida, constituye ya una amenaza global y demanda medidas enérgicas que son responsabilidad de todos. La progresión de la infección ha alcanzado ya a más 8.000 afectados, con un 50% de mortalidad, proporción similar a la de situaciones anteriores.

Pero la constatación es clara: las condiciones de pobreza y la carencia de medios sanitarios y de organización para poder aislar y tratar (al menos con soporte vital a los afectados) determinan el que la propagación haya podido parecer fuera de control, así como la elevada mortalidad. En función de esta situación se han podido hacer proyecciones sobre ampliación del brote; planteando cálculos de afectados en niveles de decenas de miles, según los modelos, y analizando los riesgos de una extensión global. Una revista científica señalaba en septiembre, además de a varios otros países africanos, a Estados Unidos, Francia y Reino Unido como los países occidentales con mayor riesgo de extensión de la epidemia. Todo ello, sin duda, en función de análisis basados en el intercambio de esos países con las zonas afectadas.

Establecido que el problema del ébola es global, no podemos aceptar con resignación que se ha de seguir extendiendo de manera indefinida. El conocimiento científico permite articular una respuesta eficaz que movilice al conjunto del sistema sanitario. Cabría decir que ponerla en marcha sería el mejor homenaje a quienes de forma a veces incluso heroica están en la primera línea del combate sanitario frente al virus. No olvidamos que en septiembre el presente brote de ébola había afectado a 375 trabajadores sanitarios y causado la muerte de 211 de ellos. Repasemos entonces las posibilidades de contener la transmisión de esta enfermedad infecciosa y desarrollar tratamientos eficaces.

La transmisión por contacto, solo por contacto, implica la utilización de medidas de aislamiento de enfermos, algo que solo es posible de manera muy limitada actualmente en las zonas afectadas del continente africano. Cierto es que los protocolos de atención a los enfermos y de manejo de materiales y objetos contaminados suponen un esfuerzo en medios y disciplina. Pero con una movilización clara de esos recursos deberíamos observar los primeros pasos de una contención de la epidemia. El desarrollo de vacunas, seguras y capaces de inducir una inmunidad eficaz, es una opción para la que cabe albergar esperanza. Son varios los antígenos candidatos para vacunación y algunos están en fase avanzada de desarrollo. Cierto es que los estudios de campo que validen su utilidad requieren períodos largos –meses o incluso años–, pero hay fundadas esperanzas, como las hay en la obtención de algunos sueros o en la puesta en funcionamiento de fármacos antivíricos con los que combatir la multiplicación del virus ébola.

En el horizonte también está la mejora de los test diagnósticos existentes, para minimizar el peligro del manejo de muestras de sangre de enfermos, y las previsiones que puedan hacerse sobre la evolución del virus. Los agentes víricos se pueden modificar por mutación, incrementando su virulencia o, por el contrario, adaptándose a la producción de procesos crónicos. De todo ello cabe hacer predicciones que pudieran plantear medidas.

Las enfermedades infecciosas representan la mayor causa de mortalidad en el conjunto de los países en vías de desarrollo. La fiebre hemorrágica de ébola, con la espectacularidad con la que irrumpe, no es sino un ejemplo más; docenas de enfermedades microbianas y parasitarias siguen causando grave patología y muerte en el conjunto del planeta. Hay una responsabilidad global para enfrentarse a este problema, que se hace patente en el caso del ébola. El trazar un recorrido para derrotar a las previsiones de una extensión global de este virus debe suponer un empeño internacional. España es parte de ese mundo científico, nos corresponde como país aportar una parte de ese esfuerzo. Se ha registrado entre nosotros el primer caso de contagio entre humanos fuera de África, lo que supone una circunstancia nada afortunada, totalmente lamentable, que demanda nuestra solidaridad con la persona afectada. Detectar y aislar posibles contactos debe permitir controlar el problema. Colaborar en el esfuerzo en pro del tratamiento eficaz es objetivo igualmente prioritario.

César Nombela es catedrático de microbiología y rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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