¿Resurrección soviética?

La ofensiva militar ordenada por el presidente georgiano Mijail Saakashvili contra Osetia del Sur fue algo más que una agresión no provocada; fue un disparate político y militar porque toda la operación se sustentaba sobre supuestos falsos: que el pequeño ejército georgiano era capaz de ocupar Osetia del Sur en un abrir y cerrar de ojos, que los rusos no atacarían y que los norteamericanos respaldarían a Georgia. El resultado es que la mismísima independencia nacional de Georgia está en el filo de la navaja. La desintegración del imperio soviético dejó por doquier decenas de minas geopolíticas. Afortunadamente, la mayoría de ellas han permanecido inactivas. Da miedo pensar lo que habría podido ser el espacio post-soviético con varias decenas de Chechenias ardiendo simultáneamente desde el Elba hasta el Estrecho de Bering. En este contexto, Georgia tuvo una mala suerte espantosa pues recibió nada menos que tres de estas minas geopolíticas totalmente activas: las tendencias separatistas en las provincias de Osetia del Sur, Abjasia y Adzaria, pobladas por minorías étnicas no georgianas.

Adzaria fue sometida con facilidad. En apariencia el separatismo había sido impulsado por ambiciosos caciques locales, sin demasiado respaldo entre la población. En Osetia y Abjasia el separatismo parece disponer de mayor raigambre popular y también del ejército ruso, que mantiene a raya a los georgianos. Su objetivo no parece ser la independencia sino la reunificación con Rusia. Moscú les considera rusos a todos los efectos prácticos y vocea provocativamente que los defenderá por la fuerza. Sin embargo, cuando los surosetios celebraron elecciones en noviembre de 2006, los candidatos pro-georgianos obtuvieron holgada ventaja en numerosos distritos.

El Gobierno ruso se ha mostrado siempre muy hostil a Georgia. Acusó reiteradamente a los georgianos de complicidad con los rebeldes chechenos, lo que no parece muy verosímil. También intervino en las disputas internas georgianas para eliminar de la escena al presidente Gamsajurdia y reemplazarlo por Shevardnadze, ex ministro de Exteriores soviético bajo Gorbachov, pero pocos años después Shevardnadze acusó a Rusia de instigar atentados contra su vida en 1998 y 1999. Tras Shevardnadze, Saakashvili ganó las elecciones con una mayoría abrumadora, pero Putin le ha tratado en todo momento como enemigo personal que ha de ser eliminado a toda costa. Hace pocos meses, Putin prohibió lisa y llanamente a la OTAN que aceptase a Georgia como miembro, como si Putin pudiera ordenarle algo a una coalición de potencias que le supera abrumadoramente en riqueza, población y poderío. La OTAN optó por esquivar el choque frontal y no dar una respuesta clara a la impertinencia de Putin, lo que puede haber asustado al Gobierno georgiano, ayudando a empujarle a su imprudente aventura militar.

Tras la caída del imperio soviético y el desgobierno de Borís Yeltsin, cundió el temor en Occidente de que Rusia pudiera seguir el camino de Alemania tras la Primera Guerra Mundial: amargura por la grandeza perdida, dictadura revanchista y guerras de agresión. El autoritarismo de Vladímir Putin fue visto en principio como algo necesario para reconstruir el país, sacándolo del caos, la corrupción y la ruina económica. Al principio la política exterior rusa mantuvo un perfil bajo, pero hacia 2005 Putin había doblegado a los oligarcas que se habían apoderado de gran parte de la economía rusa durante el mandato de Yeltsin, consolidado su posición política y ahogado en sangre la rebelión chechena. Al mismo tiempo Rusia se enriqueció gracias a los altos precios del petróleo. Entonces la política rusa comenzó a recordar a la de Alemania, pero no la de 1930 sino la de 1890-1914, cuando el káiser Guillermo II prodigaba sin cesar bravuconadas y amenazas que prepararon el terreno para la Primera Guerra Mundial. Era razonable que los rusos defendieran a sus protegidos osetios e infligiesen al imprudente Gobierno georgiano una dura humillación, pero su conducta tras la victoria, amenazadora y prepotente, sólo puede acarrearle críticas y hostilidad.

Puesto que Putin parece decidido a sernos hostil, es mucho mejor que nos muestre esa hostilidad abiertamente, reiteradamente, para que vaya cuajando una política multinacional de resistencia frente al nuevo matón del barrio. La actitud de Putin se debe a su soberbia y al desprecio que probablemente le inspiramos. No se cree que tengamos agallas o medios para plantarle cara. Sin embargo Rusia es muy débil. Su economía es una décima parte de la de EE UU o la UE. Han tardado 17 años en recuperar el PIB de 1990, pero sólo gracias a los nuevos precios del petróleo, que supone más de la mitad de las exportaciones totales. La industria, intervenida estatalmente, sigue medio en ruinas. Lo único que tienen en abundancia los rusos es petróleo, soldados y arrogancia.

El petróleo es la mayor baza de Rusia, pero no un arma tan poderosa como parece. La UE importa desde Rusia un 25% del petróleo que consume, pero el 75% restante le llega de otras regiones. Rusia no puede prescindir del mercado europeo, que absorbe la mitad de sus exportaciones. Si nos cierra el grifo, tendrá que vender ese petróleo en otra parte para no ir a la quiebra. Se produciría entonces una reordenación de los flujos mundiales de la energía. Europa sufriría una crisis terrible pero en menos de dos años todo habría vuelto a la normalidad. Rusia no puede doblegar a la UE mediante el petróleo. ¿Pero puede la UE impedir, sin llegar a la guerra, que Rusia se anexione o avasalle a sus pequeños vecinos, empezando por Georgia?

Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador.