¿Retirar las tropas o cambiar la política?

Por Josep Ramoneda (EL PAIS, 24/03/04):

1. El mundo se nos ha hecho pequeño. Nada de lo que en él ocurre nos es ajeno. El terrorismo globalizado de destrucción masiva no tiene patria, porque se basa sobre la idea de universalidad de la batalla. La opción por el cambio que la ciudadanía tomó en las elecciones puede tener efectos en las estrategias del poder global. Por estas dos razones España ha estado en portadas y en páginas de opinión de la prensa mundial.

Ha caído la primera carta de la baraja de las Azores. Parecía que Aznar lo tenía todo atado y bien atado. Pues no. El PP pierde: un serio aviso para Bush y Blair. Rodríguez Zapatero ratifica su promesa electoral de sacar las tropas de Irak y la Administración americana se siente desafiada. El Gobierno de Estados Unidos teme una serie de retiradas en cadena. Y que su estrategia de guerra contra el terrorismo pierda adeptos.

Formalmente, la Administración de Bush ha reaccionado con realismo. Desde el Departamento de Estado se suscribe la tesis de que Aznar ha caído por su mala gestión del atentado. En la cultura americana no hay lugar para la compasión con el perdedor. Aznar ya es el pasado. Paul Wolfowitz -como si por unos momentos se hubiese extraviado entre Marte y Venus- dice que tendremos "que dar razones a España para estar ahí". Pero Zapatero no se librará de todo tipo de presiones y chantajes. The New York Times invitaba a la Administración americana a hacer de la necesidad virtud: "Zapatero tiene ahora una oportunidad para utilizar su nuevo mandato para presionar a Washington para que busque la ayuda de las Naciones Unidas. Y la Administración de Bush ha aprendido que necesita las Naciones Unidas". El papel de España ha cambiado en dos días. La sumisión incondicional de Aznar al presidente Bush daba fotos pero ningún poder de decisión ni de cambiar las cosas. Zapatero llega, la Administración americana se mueve, Blair trata de aprovechar la circunstancia para buscar en la ONU una resolución que apacigüe los espíritus.

2. La ciudadanía española sancionó las mentiras y los desprecios de Aznar. Todo gobernante vive rodeado de aduladores: entre esta espesa nube nadie tuvo el coraje de hacerle ver al presidente que se puede tomar una decisión en contra de una opinión mayoritaria pero nunca se puede actuar con desprecio a los que se oponen y condenando a las tinieblas a los que les apoyan. "Votando a un nuevo Gobierno -ha escrito Paul Krugmann- los españoles exigieron la responsabilidad (accountability), que es la esencia de la democracia". Los españoles no son corazones de hielo. Era imposible votar sin tener presente la matanza que acababa de ocurrir. A pesar de ello, el 90% de los electores (encuesta Opina) asegura que decidió su voto antes del atentado. Acusar a los españoles de contemporizar (appeasement) con el terrorismo es una ofensa a los ciudadanos de un país que lleva casi cuarenta años soportando el terrorismo de ETA (y, dicho sea de paso, con escasa ayuda internacional y escasa comprensión: muchos medios anglosajones todavía hablan de ETA como movimiento de resistencia vasco).

Zapatero llega con el apoyo de once millones de votantes. El cumplimiento de su promesa de retirar las tropas de Irak es, desde este punto de vista, irrenunciable: para muchos de sus votantes -y especialmente los nuevos u ocasionales (jóvenes y voto útil de otros partidos, especialmente IU)- esta promesa ha sido determinante al decidir el voto. En España hay un amplio consenso ciudadano contra la doctrina de la guerra preventiva, contra el unilateralismo americano y, en general, contra la estrategia de refuerzo de su hegemonía impuesta por la Administración de Bush después del 11-S. Zapatero lleva, por tanto, esta representación sobre sus espaldas. Estuvo detrás de las pancartas en las manifestaciones contra la guerra -lo que le costó airados desprecios de Aznar- y expresó siempre su rechazo a la estrategia americana. Por tanto, no cumplir tan reiterada promesa electoral sería una enorme frustración que, sin duda, afectaría a los indicios de regreso de la ciudadanía a la política que se han detectado en el último año.

La decisión de retirar las tropas no es un hecho aislado. Forma parte de su estrategia en política exterior: la recuperación del consenso en España, la restauración de la confianza con los aliados europeos, el reforzamiento de la Unión Europea, el fin de la sumisión incondicional a los Estados Unidos y el paso de la guerra preventiva a la lucha antiterrorista.

3. Sin embargo, entre la promesa de Zapatero, hace ya un año, y su elección ha pasado algo muy grave: la matanza de Madrid, atribuida al terrorismo islamista. Es este hecho el que induce las dudas y las críticas. Los argumentos críticos son conocidos: los españoles han votado egoístamente pensando que, si se quitaban de encima a Aznar, España dejaría de ser objetivo del terrorismo global. Después de esta experiencia, cada vez que los terroristas quieran cambiar una mayoría harán un atentado antes de unas elecciones. La retirada de las tropas de Irak sería una victoria de los terroristas, porque era uno de los objetivos de su acción. Y "el 11-M recuerda que el mundo civilizado está en guerra" y en esta guerra "no hay lugar para la neutralidad" (argumento Bush).

Los ciudadanos españoles no son culpables de las mentiras de Aznar. Lo que hizo bola de nieve electoral fue la conjura de los irritados: la indignación de los ciudadanos que perdieron la confianza con un presidente que les metió en una guerra, contra su voluntad, con argumentos que han resultado falsos, y que ha estado hasta el último momento tratando de manipular la lucha antiterrorista a su favor. En horas difíciles, Zapatero pareció más de fiar. La democracia es reflexión, como dice Glucksmann, y la reflexión requiere tiempo. Pero cambiar la fecha de las elecciones sí hubiese sido aceptar el chantaje terrorista. Un dolor tan grande necesita rituales de elaboración: las grandes manifestaciones de rechazo al terrorismo y el ritual del voto democrático. A Aznar le ha tocado el papel de chivo expiatorio para salvar la moral y la cohesión de la sociedad. Puede ser injusto, pero se lo ha ganado a pulso. El desprecio a la ciudadanía es el más grave pecado en democracia.

El carácter nihilista del terrorismo islamista -la destrucción (incluida la autoinmolación) como acto supremo que acerca a la divinidad- hace bastante absurdas las especulaciones políticas sobre el mismo. La única relación entre terrorismo islamista e Irak es la oportunidad que le ha dado la guerra para encontrar un nuevo escenario -de fácil operatividad- para ejercer su violencia destructiva. Ni la victoria de Zapatero, ni la retirada de las fuerzas españolas de Irak son ninguna garantía de que España quede libre de amenazas. Al contrario, lo que acabamos de confirmar ahora es que en España hay una red terrorista islamista importante y enraizada por lo menos desde el año 2000, que jugó un papel decisivo en la preparación del 11-S. Pese a ello, pese a los indicios que conocían la policía y los jueces, los servicios españoles no pudieron evitar la masacre del 11-M. La retirada de las tropas de Irak significa el rechazo de una política antiterrorista -basada en el principio de la guerra preventiva contra el mal- que España no comparte y que sólo siguió por imposición del presidente Aznar. La guerra de Irak poco tenía que ver con el terrorismo, porque fue una guerra de demostración de hegemonía. Los que se preocupan por la retirada de España harían bien en preguntarse, como hace Paul Krugman, por qué los americanos en un momento dado se olvidaron de Bin Laden y centraron todas sus energías en Sadam Husein (mientras los talibanes recuperaban terreno en Afganistán), por qué la actual Administración americana ha sido tan indulgente con regímenes fuertemente implicados en el terrorismo, como Arabia Saudí o Pakistán.

4. ¿Por qué Bush otorga tanta importancia a una salida española de Irak? Porque España jugaba un papel clave en su estrategia: su apoyo incondicional era decisivo para debilitar Europa e impedir cualquier desafío a la hegemonía americana. Que Inglaterra tenga un pie al otro lado del Atlántico forma parte de la historia e incluso de la propia lógica de la Unión Europea; que los países del Este, que sufrieron la dominación soviética y ven como Europa legitima el sistema autocrático de Putin, tengan querencias proamericanas forma parte del proceso de aprendizaje; pero que España -que soñó con el modelo europeo y vivió su ingreso como la prueba definitiva de consolidación de su democracia- se inclinara acríticamente del lado americano era un modo eficaz de desactivar a Europa. Y no en vano la Unión Europea vive un parón inquietante. Salir de Irak, por tanto, sólo puede hacerse en clave de complicidades europeas. Y probablemente lo más deseable sería que España pudiera seguir colaborando en la construcción de Irak, porque las Naciones Unidas se hubiesen hecho real y efectivamente con la dirección del proceso. En el fondo, retirar las tropas de Irak tiene más que nada un valor simbólico. Lo importante es promover una política diferente para la reconstrucción de Irak y para combatir el terrorismo. De momento, el terrorismo es una amenaza mayor que antes de la guerra de Irak. Lo importante es acabar con el atlantismo sumiso de Aznar. Y colaborar en una estrategia antiterrorista que cree complicidades -también en el mundo árabe- y no contribuya a la multiplicación de los odios. Lo que preocupa de verdad a la Administración americana es que España se sume a los que piensan que el terrorismo se combate de otra manera; que la guerra contra el terrorismo es un error estratégico -por ineficiente- y político -porque les da a los terroristas un estatus de enemigo que no les corresponde-; y que España deje de ser el eslabón débil de Europa, donde los americanos habían situado su plataforma para montar una pinza periférica contra el bloque franco-alemán. Contra esta estrategia, de la que Aznar fue fiel peón, también votaron los españoles.