Retos familiares

En la sociedad española actual hay muchos tipos de familia. Incluso sin olvidar las nuevas formas de familia (uniparentales por separación, divorcio, decisión propia o azares de la vida, familias recompuestas, etcétera) y limitándonos a la familia todavía mayoritaria, la compuesta por un padre, una madre y uno o dos hijos, hay que distinguir varias modalidades que la simple denominación ayudará al lector de vislumbrarlas: familia tradicional (25%), familia conflictiva (15%), familia adaptativa a los nuevos tiempos (18%) y la más numerosa (43%), la familia que hemos denominado nominal y que puede también llamarse familia laxista, en la que quiero centrarme aquí. (El lector que quiera profundizar puede dirigirse al estudio Hijos y padres, comunicación y conflictos del año 2003 de la FAD y, más recientemente, a mi contribución Los padres ante los valores a transmitir en la familia en el libro editado por La Caixa, Jóvenes y valores: la clave para la sociedad del futuro,de donde tomo lo esencial de estas líneas.)

En esta familia laxista las relaciones de padres e hijos pueden ser calificadas, con absoluta propiedad, como de coexistencia pacífica más que de convivencia participativa; los miembros de estas familias se comunican poco y, menos aún, participan en afanes, preocupaciones y objetivos comunes. Los padres están, en gran medida, cohibidos, desimplicados, sin que aborden con una mínima profundidad lo que requieren sus hijos; son padres, que buscan vivir el día a día, valoran el tiempo libre y de ocio, las vacaciones y todo ello desde la promoción personal, el éxito social y económico. Una familia light que ha decidido que no haya conflictos en su seno, ni por drogas, ni por abuso del alcohol, ni por los estudios, ni por los horarios de salidas nocturnas. Una familia que ha decidido no enfrentarse, no enterarse de los conflictos, no porque no haya motivos para ello.

Los padres parecen razonar así: "Las cosas son como son, los hábitos juveniles son los que son y más vale que nuestros hijos no resulten bichos raros; es normal que se diviertan al modo como se divierten hoy los adolescentes". Algunas charlas preventivas de vez en cuando, y que la fortuna reparta suerte o, al menos, evada la peor suerte. "Cuando se vayan haciendo mayores, las cosas se irán aquilatando por sí mismas", se concluye, y se mira a otro lado. En consecuencia, no se discute con los hijos.

Pero ausencia de conflictos en una familia no es algo necesariamente positivo en un proceso en el que los hijos necesitan independizarse de sus padres. Es obvio que a un padre y a una madre nos cueste entender que nuestro niño se va haciendo adulto y, más difícil aún entender que, si hemos hecho bien las cosas, nuestro joven será cada vez más autónomo, lo que, si se reflexiona un poco, significará que hemos tenido éxito en nuestra educación.

Pero, entre tanto, la demanda de ayuda y de orientación de los hijos, explicitada al modo joven, a veces silenciosa, a veces ruidosa e, incluso, impertinente cuando no agresiva, es una demanda bien real. Y aquí somos los padres muchas veces los que no estamos a la altura de las circunstancias. No porque no nos interesen nuestros hijos, sino porque, además de las prioridades vitales que antes he mencionado, muchos padres no encuentran el modo y manera de ejercer su labor de padres. Quizás porque ellos mismos no tienen las ideas claras o, peor, porque tienen miedo de aparecer ante sus hijos como no teniendo las ideas medianamente claras. Padres que pueden estar abrumados por la desafiante exigencia de ser padres y no meros amigos de sus hijos, superados ante la vertiginosa velocidad de los cambios culturales, de la irrupción de los nuevos agentes de socialización, como internet, padres que no entienden las nuevas maneras de disfrute del tiempo libre, padres que están cansados de tanto correr a izquierda y derecha para mejorar su nivel de vida y el de su familia pero que ven descender la calidad de vida de todos, padres que acaban tirando la toalla trasladando la responsabilidad de la educación de sus hijos a la escuela, a los medios de comunicación social, a la sociedad o a quien sea. Como he escrito muchas veces, el nivel de la conversación de los hijos con sus padres, que se mueve entre la banalidad y la excepcionalidad, es como es, no sólo ni principalmente por el modo de ser de los hijos, sino también fruto y consecuencia de las propias limitaciones de los padres.

La banalidad puede convertirse en laxismo si la pareja piensa en sí misma y se despreocupa, por la razón que sea, de sus hijos. Durante los últimos años ha habido una tendencia, en no pocos padres, de no querer reproducir supuestos autoritarismos en épocas pasadas. Algo así como "yo no quiero reproducir con mis hijos la educación autoritaria que mis padres recibieron". Es como un latiguillo que ha recorrido la sociedad española los últimos 30 años: no debemos educar a los hijos en el autoritarismo sino en la libertad, la independencia, la autonomía, etcétera. Es evidente que hubo abusos en el pasado, pero yo sostengo que la tesis de que los hijos autoritarios y violentos son fruto de padres autoritarios debe completarse en muchos casos. En efecto, antes se decía que de padres prepotentes surgían hijos violentos. Eso es cierto, pero en la actualidad son mucho más numerosos los episodios de hijos violentos como consecuencia del laxismo e indisciplina en el que han crecido. Han hecho durante toda su vida lo que han querido y ante una frustración pueden tener reacciones violentas. Sobre todo si llevan una copa de más.

Si antes el riesgo estaba en padres prepotentes, hoy el riesgo está en padres impotentes. Impotentes por desidia, por temor a parecer anticuados, porque no tienen tiempo para los hijos, impotentes, lo repito, por la desafiante exigencia de ser padres. La tentación del laxismo en la educación de los hijos empieza por el laxismo en el control del uso del tiempo y en las prioridades reales. No hay atajos a esta cuestión, porque no podremos trasladar la virtud de la disciplina a nuestros hijos si ven a sus padres impotentes y desbordados.

Javier Elzo, catedrático de Sociología, Universidad de Deusto.