Retrato de una nación

Las elecciones primarias en Estados Unidos son un maravilloso espectáculo de democracia. Frente a presiones de todo tipo para elegir un candidato u otro, los ciudadanos hacen su real gana votando por aquél que mejor representa sus valores. Convocatoria tras convocatoria, los aparatos de los partidos son desbordados por ese caos creativo que es el ejercicio de la libertad. Allí los partidos son el resultado de las elecciones y no al revés. Los distritos son siempre uninominales, lo que supone que el elegido es representante directo de una comunidad y responsable ante sus electores, no ante una maquinaria política. De ahí el dinamismo de la política norteamericana, los continuos procesos de cambio y adaptación de las grandes formaciones ante las demandas de los ciudadanos.

Dentro de las primarias el «supermartes» es toda una institución, conocida no sólo en Estados Unidos sino también en muchísimos otros países. Millones de personas viven con ansiedad o simple curiosidad este momento. Leen las crónicas de los periódicos y escuchan y ven programas de radio y televisión para comprender lo sucedido. Es natural, porque en pocas ocasiones se nos ofrece la oportunidad de ver la fotografía de un país con tanta claridad y nitidez como en este día.

Durante meses los candidatos han estado presentándose, ofreciendo una interesada y medida imagen de sí mismos, han propuesto un programa, han buscado aliados que potenciaran sus opciones a nivel nacional o local. Ahora la suerte ya está echada y los resultados a la vista. La primera conclusión es que ganan los candidatos del cambio, pero esta palabra quiere decir cosas distintas en cada uno de los partidos.

Los demócratas llevan desde los años de Reagan sometidos a la hegemonía cultural y política republicana. Ellos fueron los responsables de la derrota en Vietnam, del desastre de un estado de bienestar que generó menos integración, mayores diferencias sociales y gasto público, de los penosos años de Carter... y han pagado duramente aquellos errores. Ahora creen que ha llegado el momento de dar la vuelta a la tortilla y de iniciar un largo período de mayoría demócrata. Cuando hablan de cambio no se refieren sólo a Bush, sino a una larga etapa de la historia de Estados Unidos.

Los programas de Clinton y de Obama se parecen mucho. Hay una perspectiva común de lo que puede ser una presidencia demócrata con un Congreso a su favor. Pero los candidatos son muy distintos.

Clinton es una mujer carente de simpatía y carisma. Tiene la imagen de una persona ambiciosa e interesada, que dice lo que cree que debe decir y no lo que siente. Nadie duda de su preparación intelectual, pero en Estados Unidos la gente quiere saber quién es su presidente, cuáles son sus valores, sus objetivos, sus preferencias... y esto con ella resulta casi imposible. Su discurso trata de ser el de un estadista que se dirige a su pueblo con seriedad. No oculta la gravedad de los problemas y habla de hacer sacrificios. Conscientemente trata de evitar giros populistas que podrían tener un coste muy alto en la recta final.

Por el contrario, Obama es puro carisma. Todo el mundo confía en él, incluidos muchos votantes republicanos. Encarna al buen americano que, además, en este caso es joven y negro, educado en las mejores universidades y casado con una excelente profesional. Puede hablar durante horas y no decir absolutamente nada. Para él todo es cuestión de voluntad. Si los americanos quieren, pueden. Si desean dejar atrás el pesado discurso republicano puritano y obsesionado con la seguridad nacional, es tan fácil como votarle a él. Los votantes demócratas reconocen la seriedad de Clinton, pero les agrada, les embelesa el discurso y la personalidad de Obama. El tiempo corre a favor del senador por Illinois, que arrastra el voto negro, juvenil y buena parte del blanco.

En el campo republicano la demanda de cambio apunta a dos direcciones. Por un lado a quien exige la vuelta al legado Reagan, con un estado menos intervencionista. Otros piden una puesta al día del discurso, a la vista de las trasformaciones sociales y culturales habidas. Los candidatos originales representaban distintas corrientes internas en busca de apoyos. Giuliani era el hombre del conservadurismo de las grandes áreas cosmopolitas, pero se equivocó en su estrategia y se retiró. Romney venía con el crédito de haber sido gobernador en el muy demócrata estado de Massachussets, giró a la derecha para tratar de hacerse con la bandera de la ortodoxia ante el exceso de candidatos heterodoxos, pero no le valió de nada. Huckabee le restó los votos evangelistas en una campaña testimonial que sólo ha servido para potenciar al sector menos religioso del partido. McCain es uno de los personajes más conocidos por el público norteamericano. Héroe de guerra, hijo y nieto de grandes almirantes. Padre de un capitán que ha quedado mutilado en Iraq. Es un especialista en temas de seguridad nacional y defensa. Perdió contra George W. Bush las primarias del 2000, en una campaña que se recuerda por su suciedad. Es un político imprevisible, que actúa según su convicción y que no tiene reparos en enfrentarse al Presidente, a su partido o al conjunto de la Nación, como no ha dejado de hacer. Sus diferencias con su partido son relevantes y de principios. Sus principales virtudes son su imagen de integridad, hace lo que cree que debe; su experiencia en temas de seguridad y su capacidad para atraer votos hispanos e independientes. Por el contrario, puede perder votos republicanos, entre los que no le perdonan determinadas posiciones «heréticas», y es demasiado obstinado. Con el apoyo de Giuliani y la labor de zapa de Huckabee se ha hecho virtualmente con la nominación. Con McCain los republicanos ceden posiciones frente a la presión demócrata en temas tan importantes como la homosexualidad, la investigación con células madre o la legalización de inmigrantes ilegales. Además, representa al sector menos liberal en temas económicos, aunque comparado con sus rivales demócratas pueda parecer un discípulo de Hayek. Sin embargo, mantiene la firmeza de Bush en política exterior, de seguridad y defensa, aunque con mejor criterio que el todavía presidente.

El supermartes nos muestra una nación que quiere dar un cambio importante, pero que duda sobre la dirección a tomar; una sociedad que desea soñar, pero que tiene miedo a un brusco despertar; un pueblo que quiere seleccionar otro canal con el mando a distancia, pero que intuye que sólo afrontando la realidad saldrá adelante. La campaña comenzó con el debate sobre la Guerra de Iraq, con una clara ventaja demócrata. A la vista de lo ocurrido los demócratas aparecen, una vez más, como el partido de la derrota mientras que McCain pone de nuevo sobre la mesa su entereza, conocimiento y sentido de la responsabilidad. La estrategia victoriosa fue la que McCain preconizó frente a Bush y los demócratas. La crisis económica emerge como un tema capital, donde ni McCain ni sus rivales en el campo contrario pasan por ser especialistas. Los temas de seguridad internacional -Iraq y Afganistán- reaparecerán con fuerza como consecuencia de la agenda parlamentaria ya en plenas presidenciales.

El supermartes deja inconclusa la batalla entre los demócratas. Todopuede ocurrir y la tendencia beneficia a Obama, que impuso el discurso y que va rompiendo el muro de desconfianza creado por su falta de experiencia y su discurso «buenista». Para los republicanos es fundamental que gane Clinton. Ella es capaz de movilizar a los republicanos ortodoxos que se niegan a votar por McCain y de retraer a muchos simpatizantes demócratas. Si el elegido fuera Obama la disputa tendría un tono generacional -71 vs. 46 años- peligroso para McCain, el voto republicano no se movilizaría tanto en contra del joven senador por Illinois pero sí el demócrata en su favor. Si, además, Obama se reforzara con un vicepresidente hispano podría dañar mucho la expectativa de captación de este voto por parte de McCain.

Estados Unidos quiere cambiar y eso favorece a los demócratas, que probablemente ampliarán sus mayorías en ambas cámaras, pero los republicanos tienen serias opciones para retener la Casa Blanca con John McCain como candidato.

Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES.