Reubicación

Dicen que ETA no debe marcar la agenda política, que sería absurdo que el Parlamento español revocara, por causa de una bomba, la resolución que permitía al Gobierno dialogar con ETA. Sería bonito que así fuera. Pero la realidad es que ETA nos pone constantemente la agenda y nos obliga a entrar en la cuestión de su propia existencia y de sus fines bajo la amenaza de su violencia terrorista.

Después del atentado con bomba y dos asesinados en Barajas, después de la ruptura del alto el fuego, después de la reacción, o falta de ella, de Batasuna, después de las declaraciones de los partidos políticos, después de las manifestaciones y después del debate celebrado en el Congreso resulta obligado reubicarse. No para cambiar radicalmente de posición. Sí para tratar de encontrar de nuevo los criterios básicos. Pues estos criterios básicos amenazan con quedar enterrados por nuevas cuestiones, amenazan con quedar enterrados en la sensación de que han emergido nuevos problemas.

Tanto hemos repetido que la unidad de los demócratas es imprescindible para derrotar a ETA que los llamamientos a la unidad, y los lamentos por su falta, han desplazado a las condiciones necesarias para derrotar a ETA, para conseguir la desaparición de ETA. Lo que parece importante ahora y sobremanera es la unidad -y de paso la lucha por endosar al adversario político la responsabilidad de que no se consiga-, y no recordar que la unidad debe darse en función de algo y en torno a propuestas políticas concretas contra el terrorismo. Es, sin lugar a dudas, importante que la unidad implique apoyo al Gobierno de turno, en este caso al Gobierno del presidente Zapatero. Es lo normal. Pero no como sustituto del acuerdo en criterios básicos, concretos y compartidos contra ETA-Batasuna. Porque la oposición tiene la obligación de apoyar al Gobierno en temas de Estado como es el de la lucha contra el terrorismo, y recordando que vivimos en democracia, el Gobierno tiene la obligación de buscar la complicidad de esa misma oposición.

En toda reubicación son necesarios tres elementos. El más importante implica mirar al futuro; pero, como segundo elemento, esa misma mirada al futuro requiere recordar el pasado y aprender de él. El tercer elemento es resultado de los dos anteriores: saber concentrarse en lo fundamental, dejando de lado cuestiones menos importantes y secundarias.

El contenido básico del futuro que se debe construir radica en la desaparición de ETA-Batasuna -no le llamo paz porque este término es demasiado noble para ser aplicado a lo posible en política: la ausencia de violencia ilegítima-. La desaparición de ETA-Batasuna no significa necesariamente la desaparición de una izquierda nacionalista más o menos radical. Sería bueno que, fruto de la desaparición de ese conglomerado ETA-Batasuna, los nacionalistas radicales de izquierda formaran parte del panorama exclusivamente político. Ello implicaría la posibilidad para la izquierda nacionalista radical de poder actuar en política. No significaría necesariamente que sus planteamientos fueran democráticos en la medida en que no asumieran la realidad plural y compleja de la sociedad vasca.

Para poder caminar hacia ese futuro de desaparición de ETA-Batasuna conviene recordar el pasado. Y conviene no olvidar que la posibilidad misma de pensar en el fin de ETA, el derrumbe del mito de la imbatibilidad de ETA, la posibilidad, por primera vez, de vivir unas mínimas condiciones de higiene democrática en Euskadi, y el hecho de que las víctimas pudieran romper el escudo de silencio y olvido que les rodeaba y pudieran hacerse visibles vino de la mano de la decisión del Estado de hacerse definitivamente con las riendas de la política antiterrorista, vino con la decisión del Estado de utilizar todos los medios de derecho a su disposición para combatir a ETA-Batasuna, dejando de lado los vetos de privilegio que se habían concedido hasta entonces a los nacionalistas.

La asunción de la lucha antiterrorista por el Estado en su conjunto, utilizando todos los medios legales a su disposición, se materializó en el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, una de cuyas consecuencias fue la Ley de Partidos políticos, que a su vez condujo a la ilegalización de Batasuna. Todos ellos antecedentes necesarios de la tregua que ETA acaba de romper con su atentado de Barajas y con los dos asesinados. Este recuerdo del pasado reciente y la mirada al futuro posible son necesarios para poder definir los criterios básicos de actuación en estos momentos.

Es evidente que no se puede decir dogmáticamente no al diálogo. Pero el sí al diálogo implica decir cuáles pueden ser los contenidos del diálogo, añadiendo siempre sobre qué, con quién y cuándo se puede dialogar. No el diálogo por el diálogo. No el diálogo sin límites ni exclusiones de Ibarretxe. El diálogo sobre el futuro de los presos, dentro de la legalidad, cambiando la legalidad si se forja una mayoría para ello, pero a cambio del finiquito de ETA y cuando la disposición a firmar el finiquito por parte de ETA sea una evidencia que no se pueda malinterpretar. No al diálogo para reformar el Estatuto relacionándolo con la desaparición de ETA. No al diálogo que busque fórmulas que puedan dar satisfacción a Batasuna, y así mover a ETA a disponer su disolución.

Por esa razón la lógica, los tiempos y los modos de la reforma del Estatuto de Gernika deben ser considerados en separación radical de la lógica, de los tiempos y de los modos para llegar al fin de ETA.

En cada víctima asesinada está escrito a sangre y fuego por ETA que su proyecto político es imposible. Ése es el gran fracaso de ETA: que lo que le constituye como movimiento terrorista, el acto violento del asesinato, su supuesta fuerza, es su mayor fracaso. Porque cada asesinado es un argumento contra su proyecto político. La materialización de ese proyecto político significaría que el asesinato sirvió para algo, que hubo razón al liquidar a los asesinados, que se vuelve a matar a éstos por segunda vez. No puede haber subterfugios lingüísticos para ocultar esta realidad.

El Estado de Derecho puede ser generoso dentro de la legalidad, y bajo el supuesto de la renuncia definitiva de ETA a la violencia, para planificar la salida de los presos. Si se diera el supuesto, el Gobierno debería agilizar al máximo esa cuestión. Es algo más que el acercamiento de los presos como gesto de no se sabe qué: es lo que el Gobierno puede considerar como lo único que puede ser resultado de la renuncia definitiva de ETA al terror y a la violencia.

Mientras ETA no desaparezca, o mientras quienes representan a la izquierda radical no se separen de ETA condenando la violencia y el terror, es preciso aislar políticamente a Batasuna. Un Estado de Derecho no se puede permitir la esquizofrenia de tener a un partido político fuera de la ley y al mismo tiempo convocando ruedas de prensa diariamente, con mayor protagonismo político que los mismos partidos políticos legales y democráticos. ETA-Batasuna no pueden seguir jugando en todos los campos, con reglas y sin ellas, con las ventajas de cada campo, las de la legalidad y las de la violencia.

Es preciso volver a hacer pedagogía del valor de la complejidad y del pluralismo de la sociedad vasca, de su cultura, de su tradición y de sus identidades. Y es preciso no dejar de lado lo que se puede llamar la geolingüística: desgraciadamente todos terminamos hablando con el lenguaje, con los términos acuñados por ETA-Batasuna. Y así la lucha contra el terrorismo es doblemente ardua.

Es evidente que no todo tiene la misma importancia en el trabajo por conseguir la desaparición de ETA. Ésa es una de las equivocaciones del PP: da la misma importancia a cada cosa que sucede en la lucha antiterrorista, a cada gesto, a cada paso, a cada palabra. Y en cada uno de ellos ve hipotecada la totalidad. Así es imposible hacer política, ni siquiera discrepar con cierta racionalidad. El PP olvida -el último debate es un buen ejemplo de ello- que la crítica y el respeto institucional no están, no pueden estar reñidos.

La unidad no es la panacea. La panacea es el fin de ETA y la libertad de los ciudadanos vascos y españoles. La unidad es un valor en función de ese fin. Si es entre todos los partidos políticos, mejor. En cualquier caso es bueno que el Gobierno mantenga la disposición a aprovechar la oportunidad de acabar con ETA en un final pactado, en una rendición pactada. Y es bueno que la oposición se encargue de recordar permanentemente cuáles son los límites del Estado de Derecho. Y que la justicia haga su trabajo sin apellidos. Y que todos recuerden a las víctimas-asesinados y su significado político.

Joseba Arregi