Revertir la fuga de cerebros médicos

En tiempos que ya hay escasez de médicos en el mundo, la demanda en Estados Unidos y el Reino Unido de doctores nacidos en el extranjero está llevando al límite los recursos médicos de los países en desarrollo y de ingresos medios. Por ejemplo, en EE.UU. la falta de este tipo de profesionales podría llegar a cerca de 95.000 para 2025, equivalente a un 43% de todos los que trabajan en la actualidad.

Cuando hay escasez de médicos, Estados Unidos y el Reino Unido recurren a países como Filipinas para cerrar la brecha, dejándolos con su propia e importante brecha de profesionales.

La situación en África no es mucho mejor. En Kenia, más del 50% de los médicos ejercen en el extranjero, dejando apenas 20 profesionales por cada 100.000 habitantes. En contraste, en el Reino Unido existen 270 doctores por cada 100.000 habitantes.

No tiene nada de malo que los médicos dediquen tiempo a trabajar y formarse en el exterior; por el contrario, ejercer en una variedad de sistemas de sanidad es esencial para producir médicos experimentados y equilibrados. El problema fundamental es que el personal y los estudiantes médicos están abandonando en masa el mundo en desarrollo para formarse en países como Estados Unidos y el Reino Unido y jamás regresar a sus comunidades de origen. Más aún, a menudo los países de los que proceden pagan directa o indirectamente su educación sin recibir ninguno de los beneficios.

Para revertir esta tendencia debemos permitir que los estudiantes de medicina se formen en espacios clínicos de primera clase, al tiempo que se les incentiva a ejercer en sus países de origen. No será fácil, en parte porque ejercer en países desarrollados es mucho más lucrativo que en el mundo en desarrollo, y los doctores prefieren por abrumadora mayoría trabajar en los países donde se han formado. Cualquier iniciativa para detener este flujo de talentos médicos desde los países en desarrollo tendrá que abordar estos factores.

Para comenzar, tenemos que centrarnos en dónde ocurre la formación médica. Los estudiantes podrían completar su formación preclínica y parte de la clínica en sus países de origen, y luego tener la opción de realizar un periodo de formación clínica temporal en EE.UU. o el Reino Unido.

Los programas de residencia son la última etapa del proceso de formación clínica, y a menudo determinan el ámbito de práctica preferido por los doctores. Cuando los profesionales extranjeros completas sus programas de residencia en EE.UU. o el Reino Unido, raramente regresan a su patria. De hecho, a menudo reciben fuertes incentivos para quedarse: visas permanentes y una licencia válida para practicar la medicina.

Por consiguiente, los países de ingresos bajos y medios deben ofrecer más programas de residencia y EE.UU. y el Reino Unido, que tienen parte de la responsabilidad del actual desequilibrio, deberían asistirles con financiación y conocimientos.

También debemos hacer frente a los incentivos financieros que tientan en primer lugar a una cantidad insosteniblemente grande de médicos del mundo desarrollado a emigrar, quizás obligando a los doctores que emigran y cuyos países de origen han financiado su formación a pagar el coste antes de poder ejercer fuera. Así se harían responsables del valor de su formación subsidiada si optan por trabajar en el extranjero.

Esta condición se podría imponer a través de un sistema de becas del tipo “si no regresa, pague”. Bajo este sistema, menos estudiantes que tengan intenciones de trabajar permanentemente en el extranjero aceptarán subsidios públicos, y habrá más fondos disponibles para aquellos que deseen ejercer en sus países de origen o para la inversión en infraestructura sanitaria.

Trinidad ha implementado con éxito una estrategia de este tipo (los médicos que trabajen en el exterior deben regresar a casa durante cinco años para pagar sus becas) y Estados Unidos tiene un programa similar para fomentar la práctica de los estudiantes en áreas geográficas específicas del país.

En la Universidad de Saint George, de la cual soy Presidente y Director Ejecutivo, contamos con el programa CityDoctors Scholarship, por el cual los estudiantes de Nueva York que reciben becas completas para sus estudios médicos deben regresar a ejercer en el sistema hospitalario público de la Ciudad de Nueva York durante cinco años tras su formación. Si no lo hacen, deben pagar su beca como si hubiera sido un préstamo.

Los programas de formación médica en los países en desarrollo también deben tomar en cuenta cómo dirigir a los futuros médicos hacia la satisfacción de las necesidades internas de sus respectivos países. Los estudiantes provienen abrumadoramente de ámbitos con recursos, lo que significa a menudo que proceden de las ciudades más grandes. Es necesario reclutar a una mayor cantidad en áreas rurales (en las que a menudo hay las mayores carencias) y formarlos en los ámbitos donde más se los necesite. Al ampliar la base de talentos geográfica y socioeconómica e identificar con mayor prontitud a los candidatos más idóneos podríamos elevar las probabilidades de que los estudiantes regresen a ejercer en sus comunidades locales.

Todos tenemos algo que ganar de unas prácticas de formación médica más sostenibles a nivel global que aseguren la satisfacción de las necesidades sanitarias de todos los países. Para los países en desarrollo no existe otro camino de progreso.

G. Richard Olds is President and Chief Executive Officer of St. George’s University in Grenada, West Indies. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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