Revisitando la guerra de Irak

Siete años, 12 volúmenes de evidencias, hallazgos y conclusiones y un resumen ejecutivo más tarde, el Informe de la Investigación sobre Irak, más comúnmente conocido como el Informe Chilcot (por su presidente, Sir John Chilcot), está a disposición de todos los que lo quieran leer. Pocas personas lo leerán en su totalidad; el resumen ejecutivo solamente (muchas más de 100 páginas) es tan extenso que amerita su propio resumen ejecutivo.

Pero sería una lástima que el Informe no fuera leído y, más importante aún, estudiado más ampliamente, porque contiene algunos conceptos útiles de cómo opera la diplomacia, cómo se hacen las políticas y cómo se toman las decisiones. También nos recuerda la importancia crucial de la decisión de invadir Irak en 2003, y de las consecuencias, para entender la situación en Oriente Medio hoy.

Un tema central del Informe es que la guerra de Irak no tenía que suceder y, ciertamente, no cuando sucedió. La decisión de entrar en guerra se basó en parte en inteligencia errónea. Irak constituía, en el peor de los casos, una amenaza creciente, no una amenaza inminente. Prácticamente no se exploraron alternativas al uso de fuerza militar -sobre todo, fortalecer el cumplimiento y el respaldo pobre por parte de Turquía y Jordania de las sanciones de las Naciones Unidas destinadas a presionar a Saddam Hussein-. La diplomacia fue precipitada.

Para empeorar más las cosas, la guerra se llevó a cabo sin una planificación y una preparación suficientes para lo que vendría después. Como señala correctamente el Informe, muchos en el gobierno tanto de Estados Unidos como de Gran Bretaña predijeron el caos que podría generarse si se eliminaba el control férreo que ejercía Saddam. Las decisiones de desmantelar el ejército iraquí e impedirle el acceso a todos los miembros del partido Ba'ath de Saddam (en lugar de algunos de sus líderes) a puestos en el gobierno sucesor fueron errores gigantescos. Irak no fue simplemente una guerra de elección; fue una política mal asesorada y mal ejecutada.

Gran parte del Informe se centra en los cálculos británicos y el respaldo del entonces primer ministro Tony Blair a la política estadounidense. La decisión de asociar al Reino Unido con Estados Unidos fue una elección estratégica justificable para un país más pequeño que obtenía gran parte de su influencia de la proximidad de la relación bilateral. Donde el gobierno de Blair se equivocó fue al no presionar por una mayor influencia en la política a cambio de su apoyo. La administración de George W. Bush bien podría haber rechazado esos esfuerzos, pero el gobierno británico luego podría haber ejercido la opción de distanciarse de una política que, para muchos, tenía pocas probabilidades de éxito.

Se deberían extraer muchas lecciones de la guerra de Irak. Una es que, como las presunciones afectan fundamentalmente lo que los analistas tienden a ver al momento de examinar la inteligencia, las presunciones erróneas pueden llevar a políticas peligrosamente equivocadas. Casi todos supusieron que el no cumplimiento por parte de Saddam de las órdenes de los inspectores de las Naciones Unidas tenía que ver con que estaba escondiendo armas de destrucción masiva. En verdad, estaba ocultando que no tenía esas armas.

De la misma manera, antes de dar inicio a la guerra, muchos responsables de las políticas creyeron que la democracia surgiría rápidamente una vez que Saddam se hubiera ido. Garantizar que este tipo de presunciones fundamentales y relevantes sean testeadas por "equipos rojos" -los que no respaldan la política asociada- debería ser un procedimiento operativo estándar.

También está la realidad de que derrocar a gobiernos, por más difícil que pueda resultar, no es ni por cerca tan difícil como crear la seguridad que un nuevo gobierno necesita para consolidar su autoridad y ganar legitimidad a los ojos de la población. Crear algo parecido a una democracia en una sociedad que carece de muchos de sus prerrequisitos más elementales es una tarea de décadas, no de meses.

El Informe dice poco sobre el legado de la guerra de Irak, pero es importante considerarlo. Primero y principal, la guerra desestabilizó el equilibrio regional de poder. Al no estar más en condiciones de distraer y equilibrar a Irán, Irak en cambio quedó bajo la influencia iraní. Irán era libre no sólo de desarrollar un programa nuclear significativo, sino también de intervenir directamente y mediante apoderados en varios países. Las luchas sectarias contaminaron las relaciones entre los sunitas y los chiitas en toda la región. La alienación que sentían los soldados y los oficiales del ejército desmantelado de Saddam alimentó la insurgencia sunita y, en definitiva, condujo al ascenso del llamado Estado Islámico.

La guerra tuvo un efecto profundo no sólo en Irak y Oriente Medio, sino también en el Reino Unido y Estados Unidos. El voto parlamentario británico en 2013 contra la participación en cualquier esfuerzo militar para penalizar al presidente sirio, Bashar al-Assad, por desafiar las advertencias explícitas de no usar armas químicas en la guerra civil de su país, sin duda estuvo relacionada con la visión de que la intervención militar en Irak había sido un error. También es posible que parte de la desconfianza de las elites que llevó a que una mayoría de los votantes respaldara el "Brexit" surgió de la experiencia de la guerra de Irak.

La guerra de Irak y sus consecuencias afectaron de la misma manera el razonamiento de la administración del presidente norteamericano, Barack Obama, que tenía poco apetito de nuevas aventuras militares en Oriente Medio en un momento en que los norteamericanos sufrían de una "fatiga de intervención".

El peligro, por supuesto, es que las lecciones se puedan sobreaprender. La lección de la guerra de Irak no debería ser que hay que evitar todas las intervenciones armadas en Oriente Medio u otras partes, sino más bien que sólo se las debe llevar a cabo cuando son la mejor estrategia disponible y cuando los resultados posiblemente justifiquen los costos. Libia fue una intervención reciente que violó ese principio; Siria ha resultado aún más costosa, pero en su caso por lo que no se hizo.

La guerra de Irak fue bastante costosa sin que la gente aprendiera las lecciones erróneas que se extrajeron de ella. Esa sería la ironía máxima -y otra cosa más para sumar a la tragedia.

Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His forthcoming book is A World in Disarray.

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