Revista de Libros

Ultimamente se habla demasiado de culturas y demasiado poco de cultura. A primera vista, puede parecer que ambas expresiones tienen el mismo significado y sólo se distinguen porque una está en plural y la otra en singular. Sin embargo, bien mirado, ello no es así. Su significado es muy distinto y, si me apuran, incluso antagónico.

Al término culturas se le suele dar un sentido antropológico, étnico o identitario: hace referencia a una colectividad centrada en sí misma a la que se le atribuyen determinadas formas de vida y pensamiento que le son connaturales. Así podemos hablar de cultura española o francesa y, desde otros prismas, de cultura cristiana o judía, feminista o pacifista. Cosa distinta es cultura en singular, la que en Occidente empezó en Grecia y Roma para siglos más tarde ser recuperada por el humanismo y reinterpretada por la Ilustración. Una idea de cultura centrada en el ser humano, basada en las ideas de universalidad, ciencia y razón, sin olvidar sus dimensiones éticas y estéticas. Es la cultura de matriz europea en la que todavía vivimos cuyo elemento esencial es el libro y su templo las bibliotecas.

Desde hace quince años disfrutábamos en España de un raro privilegio: una revista mensual trataba de libros y no por pura coincidencia se titulaba Revista de Libros. Estaba dirigida desde sus inicios por Álvaro Delgado-Gal, una persona de formación científica y filosófica, culto, liberal y curioso impenitente; la revista era un producto hecho a su imagen y semejanza. Rodeado de un reducido equipo editor, y de un amplio conjunto de asesores especializados, seleccionaba libros, encargaba críticas, corregía los textos recibidos, sugería modificaciones o rechazaba los artículos presentados en caso de no reunir el nivel de calidad requerido.

El objetivo de la revista ha sido reflejar los principales debates culturales del momento a través del comentario de libros. No trataba, pues, de culturas sino de cultura en su más completa acepción: nada de lo humano le era ajeno siempre que fuera tratado según las reglas éticas propias del saber y el conocimiento, es decir, el rigor, la argumentación coherente, la precisión y el conocimiento especializado. Siempre, y ahí estaba su singularidad, a partir de las sugerencias de un libro, de publicación reciente, escogido siempre por su relevancia intelectual y por el interés de la materia; no por otras razones.

No era, pues, exclusivamente una revista sobre libros sino que estos constituían la excusa para hablar de los temas tratados. En definitiva, algo que no es original: ahí están los ejemplos del New York Review of Books o el Times Litterary Suplement. Te haces una idea del contenido del libro, de su valor y de su papel en relación con el ámbito del cual trata. En un momento en que la abundancia editorial es tan enorme, la revista te ahorraba determinadas lecturas o, por el contrario, te incitaba a otras. Así, los grandes debates actuales sobre pensamiento, historia, literatura, arte o ciencia, tenían su reflejo en Revista de Libros.

Además, una de sus características consistía en la pluralidad de sus colaboradores, que reflejaba siempre una gran diversidad de puntos de vista. En sus dos últimos números, por ejemplo, hay largos trabajos de personalidades ideológicamente tan dispares como Stanley Payne y Gabriel Jackson, Félix Ovejero y Juan Antonio Rivera. El rigor excluye siempre el sectarismo y sólo prima la calidad.

Pues bien, desde diciembre pasado la revista no se publica en su formato habitual. Según parece, se están estudiando con su patrocinador histórico fórmulas alternativas. La desaparición de la revista supondría una catástrofe cultural de tales dimensiones, que un grupo de colaboradores y amigos de la publicación, encabezado por Raimundo Ortega y Luis M. Linde, ha organizado para el día 12 de este mes, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, un acto de homenaje a Revista de Libros con el ánimo de celebrar la nueva etapa en ciernes, en la que la revista, salvo accidentes, seguirá con el mismo rigor de antes aunque adaptada a las circunstancias del presente.

Revista de Libros ha estado financiada desde sus comienzos por la Fundación Caja Madrid. La crisis es la crisis, todos lo entendemos, pero en este caso la inversión económica tenía un rendimiento cultural que estaba muy por encima de la cuantía empleada. No se trataba de un gasto efímero, a veces tan espectacular como banal, en el que suelen incurrir las instituciones que se dedican al mecenazgo, sino de un fructífero instrumento de diálogo dentro del mundo hispano. La política cultural, pública o privada, exige constancia, actuar en el largo plazo, con la mirada puesta en el horizonte; no en el mes siguiente. Interrumpir, por razones económicas, una labor como la que ha desarrollado Revista de Libros tiene unos costes difícilmente reparables. Esperemos que las cosas rueden como está previsto, y se evite que desaparezca lo que para muchos se ha convertido en un instrumento imprescindible de conocimiento, reflexión y comunicación cultural.

Por Francesc de Carreras. Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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