Revolución en Egipto

Las dictaduras se sostienen mediante el control de las mentes y la tortura de los cuerpos. Para ello suprimen la comunicación autónoma y si eso falla sueltan a los perros de la represión. Pero cuando la comunicación libre libera del miedo, grillete fundamental de nuestros cautiverios, el cambio es irreversible. Eso ha ocurrido en Egipto. La dimisión de Mubarak y el control del poder por las fuerzas armadas, con Suleiman como fachada provisional del continuismo, son consecuencia de la liberación de las mentes y del fracaso de la intimidación de la violencia policial. El jueves los manifestantes de Tahrir respondieron al incoherente y desafiante discurso de Mubarak gritando "libertad o muerte". ¿Quiénes son esos revolucionarios así galvanizados en una comunidad de lucha y esperanza?

No son militantes políticos en su inmensa mayoría. La mayor parte son jóvenes, muchas son mujeres. Son musulmanes pero también cristianos. Y los islamistas son minoría. De hecho, según una encuesta reciente, los Hermanos Musulmanes, la organización islamista moderada más antigua de Oriente Medio, contaría en Egipto con menos del 15% de apoyo si se celebraran elecciones, aunque esto puede variar. Y sólo un 12% apoyaría un régimen islámico basado en el Corán. La revolución egipcia es un movimiento social secular que lucha por la democracia. Esa es la clave de su importancia para el futuro del mundo. Egipto, con 80 millones de habitantes, es el país árabe de mayor peso. Y si en ese país se abre una tercera vía entre las dictaduras oligárquicas y el fundamentalismo islámico puede construirse un mundo árabe capaz de encontrar su propia modernidad democrática y sentar las bases de una paz duradera en la región más conflictiva del planeta.

Lo más extraordinario de la revolución en curso es su carácter espontáneo, inesperado, que se desencadenó sin que se dieran cuenta los servicios de información de EE. UU., incapaces de entender el nuevo escenario sociopolítico creado por las tecnologías de comunicación. Porque el movimiento se lanzó a partir de Facebook, Twitter y otras redes sociales, en proclamas y debates estimulados por la wikirrevolución tunecina. Activó las protestas que ya se habían manifestado a partir de luchas obreras y estudiantiles contra la explotación y la represión. La esperanza proporcionada por el ejemplo de Túnez y la rápida difusión por las redes sociales en un país en que el 25% está conectado a internet y en que los cibercafés y centros de estudio amplían la red, junto a un 70% de penetración de los móviles, permitieron a la gente comunicarse, movilizarse y converger en el espacio público urbano a partir del espacio público virtual. La comunidad creada en la plaza y la cobertura informativa de los medios internacionales y la televisión por satélite, con Al Yazira en primer lugar, ampliaron la protesta y le dieron una conexión local-global que empieza a ser la característica de las nuevas revoluciones.

Pero una dictadura no se disuelve fácilmente. Porque articula un conjunto de intereses personales, económicos y geopolíticos que no desaparecen con el dictador. Fue necesaria mucha determinación y mucha sangre para llegar a este punto. Desbordado por la imprevisible rebelión popular, Mubarak intentó lo que ningún país había hecho hasta ahora: desconectar todos los proveedores de servicio de internet, todas las redes móviles y la recepción de Al Yazira. Mi análisis técnico de la gran desconexión (del que informaré en este diario) muestra que no fue posible desconectarlo por completo por las múltiples contramedidas que adoptó la comunidad internauta, con la colaboración de algunas empresas como Google y Twitter. Y también porque la red de conexión de la bolsa egipcia no se pudo mantener cerrada so pena de colapso financiero, y eso permitió redireccionar parte del tráfico. Pero lo esencial es que ya era tarde para detener la comunicación libre. Los manifestantes encontraron formas alternativas de relacionarse, mientras que el apagón comunicativo causaba graves perjuicios al país y a las empresas. Aún más catastrófico fue el intento de los sicarios de Mubarak de atemorizar a los periodistas con detenciones, palizas y torturas. Tuvo el efecto contrario: la comunidad de periodistas se juramentó para exponer la barbarie del régimen y denunciar la timidez de las presiones internacionales sobre el dictador. Esa cobertura politizada de los medios de comunicación ha sido esencial en EE. UU. para que la Administración Obama superara la presión de Israel y las monarquías árabes en favor de una transición bien atada en Egipto. En último término, las fuerzas armadas, institución central del Estado, entendieron que la permanencia de su poder y su legitimidad pasaba por la renuncia del dictador, a pesar de que la cúpula militar está formada por hombres de su confianza. La posibilidad de una división interna en el ejército, donde los mandos intermedios simpatizan con los manifestantes, y la dependencia en último término del subsidio estadounidense, no hacía posible aplastar al movimiento con tanques. La determinación de los demócratas, su triunfo en la batalla de la comunicación y la neutralización de la opción represiva han abierto las puertas a una revolución democrática. No será una transición tranquila. Los altos mandos del ejército tienen muchos intereses económicos que proteger y Suleiman, como jefe de la inteligencia, tiene suficientes hilos de poder para salvaguardar los privilegios de los jerarcas del régimen. Es más, las revoluciones populares, aun tan pacíficas y democráticas como esta, tienen su propia dinámica. Ayer, mientras el dictador huía a su finca de veraneo, se ocupaban edificios en Suez, se asaltaban comisarías y se difundían las huelgas. Es un proceso abierto y peligroso. Pero algo ya está claro: cuando las mentes se liberan del miedo nada detiene el poder de los pueblos.Y mientras, la baronesa Ashton desaparecida en la inacción. Cómo añoramos a Javier Solana.

Por Manuel Castells.

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