Revoluciones fallidas

En noviembre del 2004, las sospechas de fraude en favor de Víktor Yanukóvich en las elecciones presidenciales de Ucrania dieron lugar a una serie de protestas conocidas como 'revolución naranja'. Las protestas consiguieron la repetición de las elecciones en enero del 2005. Bajo un atento escrutinio internacional, las elecciones repetidas dieron la victoria al candidato opositor Víktor Yúshenko con un indiscutible 52% de los votos. La multitud aclamó con gritos de «Yúshenko, Yúshenko» al político honesto de rostro desfigurado que prometía el fin de la corrupción que asolaba al país, la integración europea y la prosperidad para el pueblo de Ucrania.

La presidencia de Yúshenko no fue precisamente plácida. En septiembre del 2005 ya destituyó al Gobierno de su aliada Yulia Timoshenko, con la que mantuvo una conflictiva relación a lo largo de su mandato. En el 2007 Yúshenko protagonizó un sonoro enfrentamiento con el Parlamento que llevó a unas elecciones legislativas anticipadas que se saldaron con la victoria del partido de Yanukóvich y el regreso de Timoshenko al puesto de primera ministra al frente de lo que se podría llamar 'coalición de perdedores'. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 2010 el otrora aclamado Yúshenko quedó en quinta posición con un exiguo 5% de los votos. En la segunda y definitiva vuelta, el otrora defraudador Víktor Yanukóvich batió a la antigua heroína Yulia Timoshenko con el 49% de los votos. Fin de la 'revolución naranja'.

En febrero del 2014, la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, en un contexto de corrupción continuada y de fuerte recesión económica, desencadenó una violenta oleada de protestas conocida como Euromaidan o también 'revolución de la dignidad'. La segunda revolución ucraniana terminó con la fuga literal de Yanukóvich a Rusia, la constitución de un Gobierno provisional de signo liberal y proeuropeo y la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales. En las elecciones de mayo del 2014, Petró Poroshenko, un rico industrial metido en política y aliado de Yúshenko en la 'revolución naranja', se impuso con el 55% de los votos, muy por delante de Timoshenko, que no alcanzó el 13%, y a años luz del candidato del Partido de las Regiones de Yanukóvich, Mykhailo Dobkin, que se quedó con un ridículo 3%. Acaso el dato más significativo de esas elecciones es que Poroshenko se impuso en todas las circunscripciones electorales excepto una (considerando que las elecciones no se celebraron ni en Crimea ni en las zonas insurgentes de Donetsk y Lugansk), poniendo así fin a la tradicional división del voto entre este prorruso y oeste proeuropeo. Podríamos decir que una marea de esperanza barrió todo el país.

Cuando se cumple el segundo aniversario de la 'revolución de la dignidad', esa esperanza se halla en claro reflujo. Después de perder Crimea, en el este de Ucrania se ha enquistado un conflicto territorial que no tiene fácil solución. En Minsk se pactó una reforma constitucional de signo federal en la que buena parte de las élites políticas ucranianas no creen y que tampoco seduce a los secesionistas de Donetsk y Lugansk, a los que se supone que debería aplacar. Mientras tanto, no se han dado pasos significativos en lo que el vicepresidente de EEUU, Joe Biden, ha bautizado como «batalla histórica» de Ucrania contra la corrupción. Hace poco el Gobierno de Ucrania superó una moción de censura, pero las fuerzas políticas reformistas que le han dado apoyo hasta ahora están divididas. Timoshenko vuelve a hacer de las suyas: su partido se retira de la coalición de gobierno y presiona a Poroshenko para que destituya al primer ministro Yatseniuk (antiguo rival de Timoshenko), sin duda pensando en ella misma como recambio salvador.

Mientras tanto, la opinión pública es contundente en su desencanto: según la última encuesta de Gallup, solo el 8% de los ucranianos confían en su Gobierno. Y Poroshenko no es inmune al descrédito. Según los datos de Gallup, entre el 2014 y el 2015 el porcentaje de aprobación de Poroshenko cayó del 47% al 17% y ahora se halla por debajo del 28% que tenía la gestión de Yanukóvich justo antes del Euromaidan. Es posible que Yatseniuk no logre formar gobierno y que Poroshenko no tenga más remedio que convocar elecciones, trasladando así a los ciudadanos la responsabilidad de poner fin al grave marasmo político en que se ha sumido otra vez el país. Sería algo similar a lo que hizo Yúshenko en el 2007. El problema es que nada asegura que un nuevo Parlamento y otro Gobierno sean más capaces de afrontar los retos que acechan a Ucrania desde su independencia y que dos revoluciones (de momento) no han logrado resolver.

Albert Branchadell, profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.

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