Revulsivo para toda Europa

La elección de Nicolas Sarkozy como nuevo presidente de Francia tiene muchísimas lecturas, pero cabe destacar una: su victoria ha generado una enorme esperanza y perspectivas de cambio dentro y fuera de su país. La elevadísima participación demuestra que los ciudadanos franceses tenían hambre de cambio y que han votado con claridad, y creo que con acierto, por la opción política que consideran más seria para que ese cambio a mejor se haga realidad.

Estoy convencido de que Sarkozy triunfará, es decir, de que aplicará su programa electoral, porque tiene el suficiente coraje político y capacidad de liderazgo para hacerlo. De ello se beneficiará Francia, sí, pero también el cojunto de la Unión Europea. Su primer discurso, de marcado carácter europeísta, así lo presagia.

El estancamiento que vive la UE, precisamente desde que Francia y Holanda rechazaran en referéndum el Tratado para una Constitución Europea, requiere de líderes que sepan afrontar los problemas con determinación y proponer soluciones realistas.

A nadie se le oculta que el de la Constitución, con ser importante, no es el más grave de los problemas a los que se enfrenta la Unión. La llegada continua de inmigrantes ilegales, la persistente amenaza del terrorismo, la dura competencia económica que plantean a la UE países emergentes como China o la India, o la necesidad de responder al cambio climático y al deterioro del medio ambiente, son algunos desafíos de gran calado a los que los europeos tenemos que dar respuesta con rapidez.

Para ello se necesitan líderes como Sarkozy, que, sin caer en la tentación de la sonrisa permanente pero habitualmente vacía de ideas, hablen a la sociedad con claridad y con honestidad y que planteen medidas concretas, sin crear expectativas imposibles de cumplir.

Para la Unión Europea ha llegado el momento de actuar, y el líder de la UMP (Unión por un Movimiento Popular) ya ha demostrado que no es precisamente un político que se arrugue ante los problemas.

Sarkozy es un asiduo de las Cumbres trimestrales del Partido Popular Europeo (PPE), y allí, ante una decena de primeros ministros de la UE y otros líderes destacados, ha demostrado siempre una capacidad y un coraje apropiados para la alta política.

Sarkozy está demostrando, y lo seguirá haciendo, que la claridad, el pragmatismo, la tenacidad y la decisión tienen futuro, en contraste a la ambigüedad, al querer quedar bien con todos y en todo momento. Como dijo precisamente él, «hay quien propone de todo y, cuando ya no sabe qué proponer, propone negociar».

Además, Nicolas ha demostrado su capacidad política al tender con elegancia la mano a su rival Ségolène Royal y al plantear, en su primer discurso tras la victoria, posiciones razonables y cargadas de futuro.

Su perfil de hombre pragmático recuerda en parte al de la canciller alemana, Angela Merkel, y al del ex presidente español, José María Aznar. También ellos fueron elegidos sin disfrutar de campañas de imagen a su favor, pero luego los hechos han demostrado lo acertado de su elección por parte de los ciudadanos.

Precisamente, la elección de Merkel como canciller de Alemania, a finales de 2005, supuso un punto de inflexión en Europa, que ahora se ve confirmado por la victoria de Sarkozy.

En el último año y medio ha emergido en el continente una nueva manera de hacer política desde el centroderecha. Esto indica claramente, como ha dicho el propio Sarkozy, el final de la generación del 68, cuyo espíritu se ha ido pervirtiendo mediante una socialdemocracia que ha situado a Europa en la ineficacia.

Entre la elección de Merkel y Sarkozy, otros líderes miembros del PPE han llegado recientemente al Gobierno -como Fredrik Reinfeldt en Suecia y Jyrki Katainen en Finlandia-, o han vuelto a ganar elecciones -como es el caso de Jan Peter Balkenende en Holanda-. Se trata de un grupo de líderes modernos y pragmáticos decididos a trabajar en la resolución de los problemas reales de la ciudadanía. Para que el cambio de tendencia sea completo sólo falta que Mariano Rajoy y el PP ganen las elecciones en España el próximo año.

El triángulo Rajoy-Merkel-Sarkozy sería, sin duda, muy positivo para España y para Europa, pero mientras tanto nuestro país también se verá beneficiado por el resultado del pasado domingo en Francia.

Nicolas Sarkozy ya ha demostrado sobradamente que es un gran amigo de España y que es muy sensible a los problemas que tenemos que afrontar. Su inequívoca posición de firmeza ante el terrorismo etarra, mientras fue ministro del Interior en Francia, es una buena prueba de ello.

Además, su enfoque respecto a la inmigración ilegal, uno de los grandes desafíos que afronta la Unión Europea en este comienzo de siglo, también es una garantía para España. El dirigente francés defiende lo más razonable: una política común europea respecto a la inmigración, regulada de manera que sea beneficiosa para el país receptor y para el propio inmigrante, sin crear guetos excluyentes.

Sarkozy encarna lo contrario del populismo. Sus medidas exigen valentía política para llevarlas a cabo, pero responden a lo que demandan los ciudadanos a sus políticos: soluciones a los problemas de verdad que sean explicadas con claridad.

Antonio López-Isturiz, secretario general del Partido Popular Europeo (PPE) y eurodiputado.