Reyes, pobladores y enclaves

Para empezar dejemos claro lo fundamental: Ceuta y Melilla pertenecen a España porque su población autóctona es española y ha sido así desde hace cinco siglos. El hecho de que Marruecos codicie ambos territorios es irrelevante desde el punto de vista del Derecho mientras la población local no respalde sus pretensiones. Es preciso reconocer que hace siglos ambos territorios estaban en otras manos y cambiaron varias veces de dueño por la fuerza, pero sucede que hace siglos casi todos los territorios del mundo estaban en otras manos y muchos de los Estados actuales ni siquiera existían. Por ello el Derecho internacional tiende a prescindir de los antecedentes históricos y prefiere basarse en la voluntad de los habitantes legítimos del territorio en cuestión.

Claro que todo esto tiene un reverso tenebroso para España: nos tropezamos con los mismos obstáculos cuando reclamamos Gibraltar, ocupado por los británicos desde hace más de 300 años. En casi todo el mundo la población actual de Gibraltar es considerada como legitima porque llevan siglos allí. Por lo tanto, fuera de nuestras fronteras las reclamaciones españolas no son tomadas en serio por casi nadie salvo los países iberoamericanos y aquéllos que tienen malas relaciones o pleitos territoriales con Gran Bretaña. El intento de defender la obvia españolidad de Ceuta y Melilla mientras se insiste en reclamar Gibraltar obliga a nuestra diplomacia a jugar descaradamente con dobles raseros o entregarse a filigranas argumentativas que pueden parecer convincentes sobre el papel, pero que resultan insostenibles vistas de cerca.

¿Sería demasiado blasfemo y herético insinuar que, si la población local no apoya la causa española, nuestro derecho a Gibraltar podría considerarse caducado? Imaginemos por un momento que Gibraltar se convierte en un Estado independiente, pero pactando con España los temas aduaneros y fiscales de contrabando y evasión de capitales. Entonces Gibraltar ocuparía una posición similar a la de Mónaco, Andorra, San Marino o Liechtenstein. Hubo un tiempo en que el honor de Italia parecía depender de conquistar Malta. Ahora Malta es miembro de la UE y los italianos no parecen tener problema alguno al respecto, como tampoco lo tienen con relación al Vaticano o San Marino. El verdadero problema llegará cuando la avariciosa oligarquía gibraltareña se niegue a cualquier concesión en ambas cuestiones, o cuando se vuelva a estropear otro submarino nuclear británico y su almirantazgo lo envié de nuevo a Gibraltar, para que, si hay un desastre radiactivo, se lo trague España. Entonces sí que podría estallar la guerra.

Las recientes iniciativas del juez Garzón han sido poco oportunas. Ignoro los detalles del sumario sobre un supuesto genocidio marroquí contra algunos saharauis, pero si el crimen no se ha cometido en España ni hay españoles involucrados en el asunto, el tema debería ser competencia de los tribunales internacionales. El juez Garzón puede exhibir un distinguido historial, pero sería la cosa que sus éxitos se le suban a la cabeza. No son buenos los delirios de grandeza.

Para los marroquíes, Ceuta y Melilla son su Gibraltar. Están condicionados y mentalizados al respecto, de manera que no van a renunciar a reclamar ambos territorios. Refunfuñan y ponen mala cara por la visita de los Reyes a ambas ciudades, igual que España cada vez que un miembro de la familia real británica hace escala en Gibraltar. Marruecos también protesta cuando un jefe de gobierno español visita Ceuta o Melilla. ¿Pero qué más da? No tiene base alguna para protestar. Al final tendrá que darle carpetazo a su reclamación, igual que han acabado haciendo otros países con demandas similares. Si la población local no apoya, sólo queda la fuerza, pero Marruecos carece del poder necesario para amenazar a España.

Sobre el papel, los marroquíes disponen de unas potentes fuerzas armadas de 200.000 efectivos, pero en la práctica la superioridad militar española es incontestable. Marruecos sólo podría actuar con el respaldo de una gran potencia que fuese hostil a España y decidiese amenazar e incluso hacer la guerra usando a un tercero como intermediario que suministrara armas y pertrechos. Todo esto entra más en el campo de la política-ficción que en el de un análisis serio de la realidad presente. Marruecos no dispone de un 'padrino' poderoso dispuesto a atacar a España. Además, se lleva mal con casi todos sus vecinos. Del conjunto del mundo islámico, sólo puede esperar un apoyo retórico. ¿Qué le queda entonces?

Le queda Francia, siempre dispuesta a la más extrema parcialidad a favor de su antigua colonia, como demostró con creces durante la crisis de Perejil. Este despreciable peñasco, deshabitado e inhabitable, carece de cualquier tipo de valor estratégico o de cualquier otra clase. ¿Podría repetirse la historia? Hace pocos días Sarkozy visitaba Marruecos y cerraba grandes contratos con Mohamed VI. Si es usted aficionado a las teorías de conspiración, aquí dispone de un buen filón. ¿Pero va a mantener Sarkozy la misma política de 'grandeur' neocolonial que Chirac? A largo plazo, para los franceses importa mucho más la Unión Europea que las nostalgias de su antigua grandeza. Si España moviliza sus recursos y tira de todos los hilos a su alcance, puede crear un 'lobby' pro español en Francia cien veces más potente que el 'lobby' pro marroquí. Es cuestión de que los políticos españoles actúen con sentido de Estado y se decidan a comenzar el trabajo.

Marruecos retira por tiempo indefinido a sus embajadores mientras el Gobierno español alardea de las excelentes relaciones que tiene con el país magrebí, aunque omite pudorosamente señalar que el precio a pagar por ello es abandonar a su destino a los saharauis, decisión que resultaría extremadamente impopular entre nuestra opinión pública si se proclamase abiertamente. Zapatero comete el error de meter en el mismo saco al Frente Polisario y a ETA, considerándolas facciones violentas sin derecho alguno a la independencia que reclaman. No tiene en cuenta que el Polisario dispone de un sólido apoyo popular del que ETA carece. De todas formas, aquí tenemos una palanca poderosa contra Marruecos: amenazarle con invertir esta política y ofrecerles a los saharauis un respaldo incondicional. Al fin y al cabo, ésta es la regla de oro: la voluntad popular. Los saharauis, al igual que los ceutíes y los melillenses, no quieren ser marroquíes.

Juanjo Sánchez Arreseigor