Reyes, reinas y exilios

Apena que, ante la salida del Rey emérito del país, los comentaristas de la «generación mejor formada de la historia», hayan acudido como referencia a los dramas de Shakespeare, sin duda los más brillantes del género, pero inferiores en intriga, duración y bandazos a los españoles. Hagamos resumen: Carlos IV se vio obligado a abdicar en su hijo, Fernando VII, y éste en el hermano de Napoleón, José I, que a su vez debe abandonar España al ser derrotadas las tropas francesas en la guerra de Independencia. Fernando VII retorna triunfal, pero una desastrosa gestión le aparta del poder hasta que los Cien Mil Hijos de San Luis le reinstauran en él. A su muerte, le sucede su hija, Isabel

II, bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón, que también debe abandonar el país ante el descontento popular, con una guerra civil encima, la carlista. A su hija le ocurrirá lo mismo, como a su sucesor, un italiano, Amadeo de Saboya, que regresó a su país dejándonos por imposibles. Sigue una revolución, sólo Gloriosa en el nombre, y una república que dura en 11 meses y tiene cuatro presidentes, para llegarse al acuerdo de llamar al hijo de la Reina exilada a que ocupe el trono, Alfonso XII. Pese a su juventud, 27 años, muere en 1885, y su esposa, María Cristina Habsburgo-Lorena asume la regencia en nombre del hijo que deja en la cuna: Alfonso XIII, que también deberá exilarse al proclamarse la Segunda República en 1931.

Tras una guerra civil tan larga como cruenta y una posguerra mucho más larga que incluye etapas muy diversas, todas ellas bajo el régimen autoritario del general victorioso de la contienda, Francisco Franco, tiene lugar una Segunda Restauración, pero no en la persona del hijo designado por Alfonso XIII, Don Juan de Borbón, sino en el nieto, Juan Carlos I, que había recibido la completa educación en España, por acuerdo entre Don Juan y Franco. Éste ya había advertido al Príncipe cuando le pedía participar en los Consejos de Ministros, «no le servirán de nada. Usted tendrá que gobernar de forma muy distinta», lo que era cierto, pero no sabemos, dado su carácter hermético, si Franco esperaba los cambios que el joven Rey traía en cartera. Pues apoyándose en los personajes más abiertos y decididos del antiguo régimen, lo abrió en canal y cambió de arriba abajo. Por lo pronto, legalizó los partidos políticos, incluido el comunista. Luego, anunció que iba a ser el «rey de todos los españoles». Y, por último, pero sin cerrarlo, sacó adelante una Constitución que convertía España en una Monarquía Constitucional tan democrática como la que más, que le abrió las puertas de todas las instituciones internacionales. Como guinda, detuvo un golpe militar. Un verdadero récord pues se venía creyendo que no podía pasarse de un régimen de la dictadura a la democracia sin sangre. España, por primera vez, hacía historia política. Ni que decir tiene que fue saludado con entusiasmo en la inmensa mayoría de las capitales e incluso desencadenó, en Iberoamérica sobre todo, una oleada democratizadora y en la URSS tuvo un sucedáneo con la Perestroika de Gorbachov.

Si he hecho una relación tan detallada como farragosa de los avatares de la monarquía española durante los últimos siglos es para dejar constancia que sólo un Rey, Alfonso XII, murió en el cargo. O sea que lo de Don Juan Carlos no es tan raro en nuestro país. Más bien se diría que es lo normal. Como si a los españoles no encantase enviar a un exilio más o menos disimulado a nuestros monarcas. Habrá quien lo atribuya a esa vena anarquista que Brenan veía en nosotros. Lo digo sin entusiasmo, aunque no puede uno dejarse llevar por los tópicos. Los acontecimientos históricos no tienen una sola causa: sólo la acumulación de ellos en la misma dirección traen los cambios de países y de eras. No hay más remedio que buscarlos.

¿Qué ha fallado en la Transición española para que de la admiración que causó se haya pasado, especialmente en España, a una crítica creciente? La respuesta está en esas mismas críticas y puede resumirse en tres capítulos:

1- Se improvisó demasiado. Claro que había prisa en hacer los cambios necesarios para que España se convirtiese en un país como los de su entorno y no había experiencia en ese proceso. No había experiencia en temas como la descentralización, siendo como era una de los más importante y se buscaron atajos. De la prohibición de partidos políticos, se pasó al centenar de ellos (que las elecciones redujeron drásticamente) y de la España Una, Grande y Libre se pasó a la España de las autonomías, sin haber dejado claro que autonomía no significa autodeterminación. En vez de afrontar el problema, se jugó con equívocos, de los que están empedrados los senderos del infierno. Lo hemos pagado caro habiendo regiones que aspiraban y aspiran a la independencia.

2- Se dejó la educación en manos de las Comunidades autónomas, que la han convertido en el instrumento más eficaz para crear no ya autonomistas, sino separatistas. Al tiempo que se descuidó la verdadera educación, que consiste no sólo en artes y ciencias, sino también en formación profesional. Que estemos en los lugares más bajos de los informes Pisa confirma este fracaso.

3- Se olvidó algo tan fundamental como que democracia no consiste sólo en derechos, sino también en deberes. Concretamente en responsabilidades, individuales y colectivas. Veníamos de un régimen en el que toda la responsabilidad era de quienes mandaban, por lo que los súbditos, si podían eludirlas, las eludían. Pero estamos en otro en que mandan los ciudadanos y si estos se escaquean, el fracaso general es inevitable. El (mal) ejemplo de las autoridades, con escándalos que no voy a enumerar pues están en la memoria de todos, contribuye a la desmoralización. Si a ello se le añade que un importante número de esas autoridades no se creen españolas y otro no pequeño, que no están conformes con la España de siempre y quieren cambiarla de arriba abajo, explica el desgaste de la Transición y los embates que sufre. Que hayan elegido a Don Juan Carlos como proyectil contra su hijo y contra la misma Monarquía advierte de que van a por todas. Y no cejarán hasta que se convenzan de que no van a conseguirlo.

En este breve resumen de los últimos tiempos de la historia española quería dejar claro, primero, que la salida de un Rey no es nada nuevo, sino al revés, bastante corriente, por lo que conviene andarse con cuidado. Y, segundo, que el ejemplo de las dos repúblicas, una con cuatro presidente en once meses, otra desembocando en guerra civil, no anima a hacer experimentos. Como colofón sólo me resta añadir que Franco y Don Juan, personajes muy distintos y trayectorias vitales divergentes, coincidieron en sus lechos de muerte en la recomendación al joven Rey: «Conserva la unidad de España». Ninguna otra cosa. Por algo sería.

José María Carrascal es periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *