En una sonada conferencia en El Cairo, el 20 de junio de 2005, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, pronunció unas palabras devenidas famosas: "Durante 60 años, mi país, EEUU, persiguió la estabilidad a expensas de la democracia en esta región, y no conseguimos ninguna de las dos", brillante epítome de una requisitoria implacable contra la política exterior de su país, supuestamente errada desde que el presidente Eisenhower y Nikita Jruschov acordaron expulsar de la región a británicos y franceses y hacer retroceder a los israelís tras la desastrosa expedición de Suez, ahora hace medio siglo.
Esta semana, por primera vez desde el cese de hostilidades en el Líbano, Condoleeza Rice pasó por Arabia Saudí, se reunió en El Cairo con los principales ministros árabes y visitó Jerusalén y Ramala en el enésimo intento de encontrar una salida del laberinto y en busca de apoyo para una diplomacia armada cada día más tenebrosa, sometida a los vaivenes del horror de Irak. Rice no logró enmascarar el objetivo implícito de una alianza con los moderados del mundo árabe en la prueba de fuerza que se avecina con Irán. También leyó la cartilla a los dirigentes amigos de Bagdad, pero sin esperanzas de detener la espiral de la violencia sectaria.
Los neoconservadores están de capa caída en Washington. Preconizaron la extensión de la democracia manu militari, como panacea para justificar tanto el derrocamiento de los tiranos como el dominio del petróleo, pero, luego del sangriento y oneroso descalabro de Irak, los estrategas de Washington desearían transitar por el sendero menos azaroso del realismo, la estabilidad y el dólar, sin escrúpulos o aspavientos ante la catadura moral de los interlocutores. El máximo exponente de esa orientación es Henry Kissinger, cuyos consejos vuelven a escucharse en la Casa Blanca.
Rice hizo de la necesidad virtud y abandonó su idealismo académico, de predicadora de la guerra fría, para entregarse a un ejercicio más modesto y pragmático. La reunión en El Cairo resultó penosa, dada la reluctancia de los países árabes, aún reciente la herida del Líbano, a alinearse con Washington en la cruzada contra Irán. La secretaria de Estado insistió en que no promueve una coalición, mas la prensa local le recordó que la campaña democratizadora de Bush era una impertinencia por parte de un país que no acepta los resultados electorales que le desagradan, en alusión directa a Hamás y quién sabe si también a los rituales apaños electorales del presidente Hosni Mubarak.
En su sexta visita a Israel y Palestina, Rice se mostró conmovida por el riesgo de un inminente y definitivo aniquilamiento de los palestinos, debido tanto al boicot económico contra Hamás como a la incesante obstrucción israelí y la lucha armada entre facciones rivales, pero no aportó ninguna idea nueva para mitigar la desgracia y mucho menos para encontrar una manera de reanudar la negociación ante la crisis más aguda en muchos años. La única novedad, que no parece incomodarla, es que el Gobierno israelí congeló la retirada de Cisjordania tras el fiasco del Líbano y aceleró la colonización, esa ominosa realidad que corroe las virtudes atesoradas en otra época por la sociedad israelí, hoy entregada al militarismo.
Los occidentales insisten en que el Gobierno de Hamás debe reconocer a Israel para normalizar su situación, pero un periodista israelí, Danny Rubinstein, replica con un relato pormenorizado de cómo los colonos se duplicaron en 10 años (hasta 200.000), luego de que Arafat reconociera a Israel en los acuerdos de Oslo (1993), y concluye: "El mensaje israelí es inequívoco: los palestinos reconocisteis a Israel y recibisteis a cambio la liquidación de vuestras esperanzas nacionales. ¿Por qué Hamás tendría que repetir el mismo reconocimiento cuyos resultados están a la vista?" Ante esa punzante comprobación, Rice no tiene recursos dialécticos para hacer menos evidente la cruel táctica de manos fuera imperante desde la llegada al poder de Bush en el 2001, cuyas secuelas son el respaldo indiscriminado de todas las exigencias de Israel y la acumulación de violencia y desastres, incluido el avance del terrorismo.
El gobierno israelí, debilitado por la guerra del Líbano, halla en las ambiciones nucleares de Irán un nuevo pretexto para preterir las justas reivindicaciones palestinas. "Siento que existe una amenaza existencial contra Israel", dramatiza el primer ministro, Ehud Olmert. Es legítima la inquietud ante la perspectiva de la bomba atómica en manos de los líderes mesiánicos y apocalípticos de Teherán, pero parece más urgente la necesidad de liberarse de la responsabilidad por la aflicción en que agonizan los palestinos y desarmar la bomba demográfica inexorable en tan exiguo territorio.
La paz en Oriente Próximo no pasa por Bagdad, como predicaban los asesores de Bush, sino por Jerusalén, lugar simbólico donde radica el banderín de enganche de los radicales, donde se incuban la violencia, el antiamericanismo y el antisionismo. El tímido apoyo expresado por Rice al presidente Abbás, figura patética y aislada, más divide que concilia a los palestinos. La confianza del mundo árabe-islámico podría alcanzarla si atiende las demandas de tierra, dignidad y libertad de los palestinos, pero no esgrimiendo la bomba de Teherán como señuelo para una nueva coalición belicosa que dispararía las tensiones de una región volátil.
Mateo Madridejos, periodista e historiador.