Ricos buenos y ricos malos

No hace mucho los medios de comunicación se escandalizaban por los sueldos que reciben quienes dirigen las compañías del Ibex 35, y más recientemente, volviendo sobre el tema y desde las columnas de este diario, Ramón Pérez-Maura hacía unas atinadas reflexiones sobre la admiración que la riqueza produce en EE.UU., la mayor potencia política, militar y cultural del mundo, y el odio que suscita en nuestra Europa cuyo mérito consiste en recordar su Historia.

Animadversión al rico europeo y alabanzas para el americano parecen ser dos posturas antitéticas de dos culturas distintas, pues resulta que ambas posturas coinciden si se trata de sujetos a los que el pueblo soberano acoge por el sentimiento que inspiran o por el disfrute que procuran. Así nadie se escandaliza de que los futbolistas en Europa o los golfistas en EE.UU. obtengan por el desempeño de su profesión unas cantidades anuales que en el mundo empresarial se consiguen en toda una vida de éxito, y es que a esos afortunados deportistas, intérpretes o artistas se les paga no por lo que hacen sino por el número de personas que los contemplan, es decir cobran por la magnitud del espectáculo en el que participan. En una sociedad masificada la diversión es un gran negocio porque el ocio también está masificado, y a quienes se han erigido como líderes de ese teatro universal se los gratifica con cantidades astronómicas por una razón poderosa: para que no los contrate la competencia. Eso da lugar a la incoherencia de que un cantante de ópera, cuyo aprendizaje exige años de esfuerzo y obliga luego a un cuidado constante de la voz, cobre por sus actuaciones cifras muy inferiores a las que recibe un adolescente que, sin micrófono, nadie contrataría. Sencillamente porque la capacidad de los teatros no puede competir con la de los grandes espacios al aire libre. Pero esa situación, aceptada en el ámbito del ocio: deporte, o espectáculo, resulta provocadora en el mundo de los negocios. Quienes son capaces de crear riqueza, habilidad que no es tan frecuente pues son contados los que lo consiguen, no cuentan con el favor de la sociedad europea que sigue los dictados estatista-comunistas que llevaron la felicidad a los pueblos que aceptaron sus doctrinas, y que supieron crear una riqueza tan consistente que sus epígonos, aún desalojados del poder, son hoy los multimillonarios de los países que gobernaron.

Los empresarios se enriquecen, algo deleznable, si tienen éxito, y si triunfan sea en la escala que sea, impulsan consigo a quienes colaboran con ellos y, sobre todo, suscitan con su actividad el empleo, factor sobre el que se asienta el bendito Estado del bienestar. Además, el trabajo generado por un empresario que ha triunfado es el más estable porque se basa en productos aceptados por el público; en la industria, el comercio o los servicios el emprendedor supo conocer lo que era necesario o apetecible. Por todo ello en los EE.UU. se agradece a esos creadores su esfuerzo y el beneficio que aportan a la sociedad, se los reconoce el mérito y se los recompensa con la admiración.

En nuestra querida España, en la que se perdona e incluso aplaude las fortunas que cobran los elegidos por esa masa adoctrinada a través de la televisión y otros medios de comunicación, y se aborrece, como merecen, a quienes las consiguen por su dedicación y esfuerzo, se llega a la incongruencia de exigir a la clase política una acrisolada moral unida a la mejor preparación y a la gestión más eficaz junto a escasos emolumentos. Ángeles sobre la tierra. No hay duda de que la legislación debe potenciar que los servidores públicos sean muy conscientes de que administran los impuestos que pagan todos y de que la honradez y el servicio a la nación han de ser sus guías, pero no debe caerse en la utopía de que la moralidad se alcanza sin que la religión esté presente en la sociedad y de que con sueldos de tercer nivel los mejores se dedicarán a la política. Habrá, porque siempre las ha habido, personas que se entreguen a la cosa pública con la generosidad de quienes aman a sus semejantes o porque su economía les permite ser independientes, pero si se desea que los más preparados se ocupen del país habrá que compensarles con unos ingresos adecuados para ayudar a que las tentaciones del poder no les hagan mella. Soy muy consciente de que expreso conceptos incorrectos según el código actual de comportamiento, de que los aplausos se dirigen a quienes prometen imposibles, sean griegos o celtíberos, a quienes sostienen que los hombres se han mutado en arcángeles, pero prefiero pensar que los humanos son débiles y que la confesión se instituyó para perdonar setenta veces siete.

Marqués de Laserna, correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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