Ricos utópicos y hartos

Hasta hace poco, la partida de póker tenía lugar entre dos expertos truhanes, el poder financiero y el político. Nuevos jugadores no podían pagar la cuota del certamen ni sentarse a la mesa de juego. Ahora, la información vuela gracias a Internet. Los convocados por una causa son capaces así de reconocerse, hacer piña y auparse de la silla de la sala de observadores pasivos. Quieren y pueden participar

Contra todo pronóstico, la partida se ha abierto a quienes quieren juego limpio. No games, just sports, claman. Los valores del buen deporte se quieren trasladar a las relaciones políticas. No más juego sucio, ni alianzas contra natura, ni guiños de un país democrático a una dictadura porque ésta tiene petróleo. Los nuevos jugadores reclaman meritocracia. El que compite mejor y limpio se lleva los honores, no el que gana haciendo trampas.

Pero si hablamos de engaños, maquinación, estafas e intrigas, hemos de preguntarnos: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Quién fue el primero en saltarse las reglas del juego?, ¿los financieros? ¿los políticos? Pues, ¡qué quieren que les diga! al parecer, esto va por países. En Estados Unidos, fueron los Lehman Brothers y compañía que, con el beneplácito del poder político y las desregulaciones, nos abocaron a los bonos basura, las subprime y otros derivados financieros.

En España, todos los estamentos políticos, de la izquierda a la derecha, pasando por los sindicatos, utilizaron las cajas de ahorro como si fueran suyas, con barra libre para acólitos clientelares —incluida la Iglesia cuya visita papal la pagaron todos los ciudadanos sin ser informados de la cuestión. En el apartado interminable de imposturas mención especial tiene Sánchez-Gordillo, diputado de IU, que hoy asalta supermercados cuando antaño guardaba silencio ante los manejos de sus compañeros en las Cajas de Ahorro. Una acción que logra tensar la cuerda de la contradicción hasta hacerla chirriar de dolor dialéctico.

En realidad, estos asaltos son la versión por la fuerza, de otras casi siempre bien llevadas relaciones. De todos es conocido que los ricos necesitan de los políticos y viceversa. Los primeros entran en la relación para hacer que se promulguen leyes que favorezcan sus intereses. Los segundos, los políticos, simplemente necesitan hacer caja. El dinero que los ricos les proporcionan vía donaciones compra voluntades. A veces, para causas conocidas como las que aparecen en los programas electorales. En otras ocasiones, para objetivos inconfesables como la trama Gürtel del PP o el caso Palau de CIU.

Es lamentable que tan solo una pequeña parte del voto sea desinteresada. Los ciudadanos que acostumbran a optar por el bien común más allá de ideologías son tan pocos como las fichas de un parchís. La mayoría de las personas padecemos en mayor o menor medida del síndrome de estómago agradecido —trastorno cada vez más consultado en el vademécum político español, especialmente el autonómico. Y es por aquí, por el estómago, por donde hacen su obligada aparición las agencias de colocación de los partidos. Para que les voten, primero hay que alimentarlos. Esto significa que han de colocar a ciento y la madre en empresas que se inventan para incluir en la nómina del Estado a toda su prole. O en instituciones anacrónicas, como las Diputaciones, que duplican servicios.

Hasta aquí todo muy prosaico y muy de lógica mortal. Pero, ¡ay!, la ciudadanía del siglo XXI pide elevar el listón. Si lo material está tan arraigado a la condición humana, argumentan, solo queda un camino para hacer que el sistema sea mejor para todos: obligarnos con normas y prácticas transparentes que impidan que los movimientos se realicen con nocturnidad prostibularia o al amparo del silencio de los paraísos fiscales.

Lo que nos lleva de nuevo a poner el foco en el poder financiero. Se sabe que muchos millonarios evaden al fisco porque están hartos de políticas ineficaces. Y están mucho más que hartos de políticos que se van de rositas tras dejar a los gobernados a los pies de los caballos y de politicastros que intervienen en cada rincón del administrado con multiplicidad de formularios inservibles que nadie controla. Para botón de muestra, la actuación de la CNMV y el gobernador del Banco de España en la salida a Bolsa de Bankia. Ninguno de estos dos organismos detectó la más mínima sombra en las cuentas blanco comunión presentadas por partidos y sindicatos del Consejo de Administración de Bankia, para ocultar el negro sotana que tales balances llevaban dentro.

Además de esos ricos hartos de políticos blindados legal y económicamente, acaban de hacer su aparición los llamados ricos utópicos. Dicen estar preparados para pagar más impuestos en estos momentos de crisis. Lo han dicho en Francia y Alemania ante la sorpresa de Merkel y Sarkozy. El colectivo “Ricos por una tasa para los ricos” reclama pagar más y Warren Buffet, una de las personas más ricas del mundo, pide a los gobiernos, en una carta a The New York Times, que, “por favor”, dejen de mimar a los ricos con exenciones fiscales.

Quizás, todo esto no sea más que una de esas rarezas de nuevo rico pero no deberíamos olvidar, en ningún momento, el carácter excepcional de la oferta. Sean cuales sean sus reales razones, la única forma de que esta predisposición suya, tan sugerente como revolucionaria, se extienda entre los de su condición, y se prolongue en el tiempo, pasa por la exigencia de una gestión transparente y accesible a todos los ciudadanos. Y por un saber hacer más profesional que consiga que los políticos legislen con conocimiento de causa. ¡Ah! y listas abiertas, ya. Para que las consecuencias de una mala gestión política las paguen quienes las hacen. Como Dios manda.

Pilar Garcia- Jauregui es socióloga.

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