Ridículo estratégico en el Cáucaso

La historia universal está plagada de aprendices de brujo que desencadenaron tempestades que no podían controlar y que, a la postre, perjudicaron con sus errores de cálculo los intereses de su país. El presidente de Georgia, Mijail Saakashvili, es el último pirómano que prende fuego al polvorín a sabiendas de que carece de los recursos imprescindibles para extinguir el incendio, fiado en el problemático apoyo de aliados lejanos o de ideas sublimes que poco tienen que ver con la cruda realidad que prevalece en el Cáucaso desde la desintegración de la URSS en 1991.
Lo que queda tras la escaramuza militar es un panorama de ruinas, un desastre geoestratégico para EEUU y la Unión Europea (UE). Una de las primeras secuelas será demorar tanto el ingreso de Georgia en la OTAN como su pretensión de recuperar las regiones de Osetia del Sur y Abjasia, subproductos del diabólico reparto territorial que presidió el nacimiento de la URSS en 1922 y su arbitraria evolución. Stalin, que era georgiano, dividió Osetia, poblada mayoritariamente por rusos, para incluir su parte meridional en Georgia, como Jruschov regaló Crimea a su nativa Ucrania en 1954.

La hegemonía norteamericana, socavada por los errores del presidente Bush, parece abocada a un final precipitado, antes de lo que cabía esperar, sustituida por un orden multipolar en gestación e imprevisible. ¿Comienza en el Cáucaso el fin de la pax americana que prevén los teóricos del ocaso de los imperios? ¿Está el coloso noqueado o simplemente fatigado, a la espera de un nuevo comandante en jefe? El puente aéreo para repatriar de Irak a 2.000 soldados georgianos confirma que Saakashvili urdió la operación tras consultar con Washington, violando el acuerdo de 1992 entre los presidentes Yeltsin y Shevardnadze.

En el umbral de la nueva era, el ascenso frenético de China, la creciente fortaleza de Rusia y las incongruencias europeas subrayan la debilidad de EEUU, cuyo Ejército está extenuado por las guerras de Afganistán e Irak y cuya decadencia estratégica queda simbolizada por la errática actitud de un presidente de menguada credibilidad, sin amigos en Asia, vituperado en Europa. El doctrinarismo conservador, que promovió una diplomacia militarista para expandir la democracia, se bate en retirada, no solo en Irak, sino también en el Cáucaso y Afganistán. Ante el inmovilismo embarazoso del Departamento de Estado, ocupado por los realistas, los neoconservadores se muestran consternados por el abandono del fiel aliado caucásico.

Bush aseguró que la acción de Rusia "es inaceptable en el siglo XXI", pero el primer ministro, Vladimir Putin, tras comparar a Saakashvili con Sadam Husein, fustigó sin ambages "el cinismo de nuestros socios, que presentan al agresor como si fuera la víctima". El hombre que se identifica con la restauración del honor pisoteado, no podía tolerar un cambio estratégico en el Cáucaso, en el "extranjero próximo", que situaría las vanguardias de la OTAN a las puertas del Kremlin. La aventura del líder georgiano, al que los rusos consideran un títere de Bush, constituye una provocación que acentúa su paranoia. Aduce Serguei Markov que "Rusia se enfrentaba a una situación extremadamente peligrosa, atrapada entre la obligación de proteger a sus ciudadanos y el riesgo de escalada hacia una nueva guerra fría".

Para el Kremlin, resulta inaceptable y ofensivo el intento euroatlántico de expulsar a Rusia de Ucrania y el Cáucaso. Putin no aludió a Kosovo, precedente de un supuesto derecho de secesión, mas no cabe duda de que la provincia arrebatada a Serbia forma parte del memorial de agravios del paneslavismo. Los mismos que bombardearon Belgrado en 1999, sin aval de la ONU, para proteger a los albaneses de Kosovo, no pueden rasgarse las vestiduras porque Rusia defiende a sus ciudadanos. Tras la independencia armada de Kosovo, resulta incoherente proclamar en Georgia que las fronteras de Europa solo pueden alterarse por consenso.

La crisis mostró con nitidez que Putin sigue al mando, con el presidente Medvédev dedicado a inaugurar los crisantemos o desenredar la madeja burocrática. Para la UE, abanderada de la persuasión frente a la fuerza, con principios morales, pero sin fuerza militar, el castigo infligido por Rusia a Georgia liquida la quimera de establecer unas relaciones constructivas con el Kremlin basadas en el respeto de los derechos humanos, el ejercicio de la democracia y el avance de la OTAN. La estabilidad solo será posible si EEUU y Europa tratan a Rusia como un socio fiable, no como un fantasma de la guerra fría al que hay que rodear para sacar el petróleo del Caspio.

Nadie está dispuesto a morir por Georgia, como nadie protegió a Checoslovaquia en 1938 o 1968. Aunque sedienta de energía, supeditada a EEUU como fuerza militar creíble, quizá no era necesario que la UE utilizara al trepidante Sarkozy para solemnizar la capitulación en el Kremlin, pese a las voces airadas que clamaban contra el apaciguamiento cuando los tanques rusos estaban a una etapa de Tiflis. Muere la ilusión de haber acabado con las guerras en Europa. La misma UE que denegó a Georgia y Ucrania el ingreso en la OTAN en la cumbre de Bucarest, en el pasado abril, como pretendía Washington, ahora se presenta en la escena del mundo con las manos vacías y el ridículo estratégico a cuestas.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.