Ridruejo y la integración de Cataluña

Este 12 de octubre se cumple el centenario del nacimiento de Dionisio Ridruejo (1912-1975). Su vida dibuja una paradójica curva histórica desde los espasmos totalitarios de la Guerra Civil al remanso socialdemócrata de la oposición a Franco. Dos fechas lo ilustran. La primera, noviembre de 1939, cuando, inclinado ante la tumba de José Antonio Primo de Rivera, el poeta conjura una «maldición de siglos» para quien traicione la memoria de esa «fresca esperanza». La segunda, en junio de 1962, le sitúa dentro del antifranquismo del Contubernio de Múnich.

Las biografías, estudios y antologías recientes -en especial, los trabajos de Gracia y Amat- han devuelto a la actualidad su figura. Y, en esta convulsa tesitura de desafío soberanista, dos pulsiones en la trayectoria de Ridruejo se revelan recurrentes: su defensa de la reconciliación nacional y su reflexión sobre el encaje de Cataluña en España.

Ridruejo forma en las filas del luego llamado falangismo liberal, junto a Laín Entralgo, Tovar o Torrente Ballester. Como jovencísimo director de Propaganda del Estado franquista, postula la superación de las visiones conservadora y progresista de la cultura española. A ello responde Escorial, revista que dirige a partir de noviembre de 1940. Desde un confeso totalitarismo, la publicación tiende puentes con la tradición liberal e integra a colaboradores ajenos a Falange, e incluso procedentes del bando vencido -Lafuente, Menéndez Pidal, Marías o Zubiri-. Ridruejo mismo recupera al proscrito Antonio Machado.

Se enrola en la División Azul. A su regreso, rompe con Franco y comienza su particular travesía del desierto que depura sus valores de la tentación de llevarlos a efecto por la fuerza. En 1952 firma un artículo significativo, Excluyentes y comprensivos, donde precisa la «importancia decisiva» del modo en que han de defenderse los principios y se suma a la tesis planteada en España como problema por su amigo Laín. La encrucijada nacional no se resuelve eliminando «las aberraciones liberales y comunistas», sino aunando todas las tradiciones culturales y voces disidentes. Se precisa así analizar el atraso científico español o reinterpretar a Menéndez Pelayo y los hombres del 98, pero también reivindicar a los poetas del 27 y la cultura vernácula catalana.

Tras su encarcelamiento en 1956, defiende que la patria sigue siendo antes que el partido. A su juicio, la adhesión a fórmulas caducas -partido- sólo se explica por «parálisis mental, incapacidad de aprendizaje o contextura mental berroqueña».

Cataluña se revela en otra muestra de esa voluntad asuntiva y superadora. Constituye una oportunidad más para incorporar a todos los españoles al proyecto de «una convivencia justa e inteligente». Tres momentos se pueden espigar en la preocupación de Ridruejo por el antiguo Principado. El primero coincide con su citada etapa como responsable de Propaganda. Su primer colaborador, un historiador del arte, fue precisamente un catalán, Xavier de Salas, y pronto recalaron en Burgos otros conterráneos como Juan Ramón Masoliver, Pedro Pruna, Carlos Sentís y el grupo del semanario Destino, más tarde isleño referente liberal, aliadófilo y discretamente catalanista. En vísperas de la entrada en Barcelona de las tropas nacionales, Ridruejo prepara propaganda en idioma vernáculo. Se trataba de que «los catalanes no se sintieran invadidos ni discriminados en tanto que catalanes», pues estimaba que el territorio «podía soportar muy bien la revocación del Estatuto de Autonomía pero no la interdicción o el despojo de pertenencias fundamentales como la lengua o el estilo de vida». Los materiales resultaron finalmente incautados y la astracanada (la Propaganda del Estado censurada por las autoridades militares) trocó la liberación en un tupido paisaje de reproches y recriminaciones. Barcelona recibió «un sermón de cuaresma, un talante represivo y una invitación a dejar de ser».

El segundo momento coincidió con su confinamiento político. Este paria oficial del régimen obtuvo el necesario permiso gubernativo para cambiar su reclusión en Ronda por otra más plácida en el Maresme. Capricho fue que en Cataluña el poeta comenzara «a contemplar con ironía su propia imagen anterior». Allí compartió largas jornadas de escritura y tertulia con Masoliver, que le familiarizó con la poesía italiana y le desengañó sobre el hipotético triunfo del Eje. Allí contrajo matrimonio y su reclusión se dulcificó, aliviada por discretos viajes a Barcelona y su provincia. Hasta pudo acercarse al «mundo sumergido» de la literatura en catalán, cuyo desconocimiento en el resto de España se le antojó «ignorancia estúpida».

Por último, su residencia le prestó la ocasión de frecuentar a Josep Pla, una sensibilidad literaria excepcional. Ridruejo quedó deslumbrado ante el de Palafrugell hasta el punto de estimar El Quadern gris la obra culmen de la literatura catalana del siglo XX y una de las grandes en el conjunto de las peninsulares. Llegó, de hecho, a convencerse de lo provechoso de la influencia de Pla «tierra adentro». Nada mejor para airear «el viejo castillo barroco castellano», más allá de lo hecho por los del 98, que el buen sentido, la templanza e ironía del homenot [gran hombre] gerundense.

Ridruejo murió tres semanas antes de que lo hiciera Franco. No contempló la transición española que había anticipado en diálogo consigo mismo. El fascista se convirtió en demócrata y la dictadura desembocó en la democracia. Frente a ello, parece factible recuperar el concepto de España que Ridruejo atribuyó al poeta catalán Joan Maragall: una «suma de plenitudes de lo diferente» que liquidara todo desdén por la empresa colectiva.

Álvaro de Diego González es profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA).

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