¿Riesgo de España?

Por Santiago Arauz de Robles, escritor (LA RAZON, 23/02/04):

De cara a las elecciones inminentes, de cara a los próximos años críticos, me pregunto cuál sería el riesgo de España sin la existencia del PP. Apurando más: a qué nos enfrentamos si el Partido Popular, el único -escribo el adverbio con profunda amargura- que se ha mantenido con coherencia y sin fisuras en la unidad de España, no obtuviese el próximo mes de marzo la mayoría suficiente para hacer efectiva una política nacional. No busquemos justificaciones circunstanciales para la deriva de las «nacionalidades». Los nacionalismos vasco y catalán se han asomado finalmente a donde querían, nadie les ha forzado. El PNV ha desembocado en el plan independentista de Ibarretxe porque ése era su objetivo desde el principio. Sus actos anteriores, desde la famosa «ambigüedad» -más bien, niebla diáfana-, pasando por el pacto de Lizarra, hasta llegar al amparo contra ley a Batasuna, cobran trasparencia definitiva, y sin discusión, desde el plan. Y ERC nunca ha dejado de ser rupturista, irracionalmente rupturista, rupturista por oposición a una realidad indiscutible, España, lo que le obliga hasta a la pirueta de abrazar -con uno u otro pretexto, con la argucia de una paz que es la pura insolidaridad- a la violencia etarra, a la violencia más estúpida, más cobarde y más cruel. Todo resulta ser lícito «contra España», las palabras de Carod-Rovira, intérprete de ERC, no dejan lugar a dudas. Argumentar que la falta de diálogo ha variado la esencia de los nacionalismos vasco y catalán es, simplemente, cuando menos una majadería: lo que ha ocurrido es que la circunstancia los ha obligado a revelar su verdadera identidad. Todos somos, en frío, desapasionadamente partidarios del diálogo. Pero si las palabras sirven para encubrir pretensiones españolicidas, pretensiones insolidarias, hasta habrá que aplaudir los silencios que obligan a evidenciarlas.

La coyuntura no es apocalíptica, porque a la idea de España la apoyan la historia objetiva, la ley que consciente y colectivamente nos hemos dado, y el único futuro posible, y porque el Gobierno de España cuenta para hacer efectiva y fecunda la unidad nacional con todos los medios institucionales y legales y, antes y sobre todo, con el apoyo social. Pero en esta circunstancia ciertamente crítica, cualquier mente lúcida siente la tristeza de comprobar que determinados partidos políticos de aliento nacional no están -en su conjunto, vertebradamente- a la altura de lo que les es exigible. Izquierda Unida y el Partido Socialista buscan el encuentro en el lugar a que le convocan los nacionalismos excluyentes. Aceptan dialogar y negociar con quien se sitúa fuera del marco de la Constitución como un prius innegociable. Es decir, otorgan de antemano la victoria -que por otras vías sería imposible- a los nacionalismos separatistas. Nadie discutió la nación española en 1978: en 2004, esa realidad comprensiva y potenciadora se pretende amortizar, se la lleva a un punto neutro, se niega en definitiva, se esteriliza... en aras del diálogo ¿sobre qué? Izquierda Unida y el socialismo tenían una sólida tradición nacional, e incluso una bella y utópica vocación de «internacionalismo».

Paradójicamente, contra natura, se prestan ahora a experimentos a pesar de graves experiencias cercanas en el espacio y en el tiempo, trazan líneas en una mar que se encrespa, y cuchichean y se conchaban con los nacionalismos provincianos, incluso defenestrando -es el caso de Redondo Terreros- ,a quienes recuerdan al partido en qué consiste. Es verdad que hay excepciones, y varias, y notables; es verdad. Es verdad que de la política vergonzante del PSOE discrepan Redondo, y Pagaza, y Totorica; y Chaves, Ibarra y Bono; o Rosa Díez. Y que contra la política entreguista de Izquierda Unida se alza Rosa Aguilar. Pero la postura de un partido es la que es, y la que proclaman sus voceros autorizados, por muy separada que esté de la opinión de las propias bases. El PSOE está cometiendo ese error histórico -esa deshonestidad incalificable- que es pactar con ERC sabiendo qué es y qué pretende ERC. Y ese pacto, y la política « ambigua» -¿como si no tuviésemos suficiente experiencia de lo que en realidad es la ambigüedad en política!- en el País Vasco dan oxígeno al submundo turbio y visceral de los nacionalismos, y crea, o pretende crear, y en todo caso permite que se cree, un ambiente de confusión en la sociedad. Confusión que propicia la vuelta de Felipe González con anuncios catastrofistas, cuando el diagnóstico y la solución resultan claros: recordar que existe la nación española, y recordar, y ponerlo en práctica, que la nación española es la única competente para decidir, con toda la legitimación y con todos los resortes constitucionales, sobre asuntos colectivos que tanto interesan. Por el bien común. Para la tranquilidad de todos.

Pero cuando era de esperar -y así lo seguimos esperando y deseando- que todos los partidos de ámbito nacional tuviesen claras las ideas y supiesen que la «nación» única española es el marco de juego de otros, sean los que sean, entes territoriales, sólo el Partido Popular lo enuncia y lo defiende. Sin avergonzarse. Ciertamente, si no existiese el Partido Popular, o si el PP no obtiene -en las elecciones cercanas- los resortes suficientes para realizar la idea colectiva, el riesgo para España será real. Pero no por lo que, con un lenguaje y un estilo decepcionantes, anuncia González, sino porque «su» partido está siendo infiel a sí mismo, es decir, a su propia idea de España.

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