Riesgo nuestro que estás en los cielos

La nube de ceniza que ha paralizado el tráfico aéreo de Europa ha puesto en evidencia tres cuestiones: que Europa no ha resuelto la gestión de la seguridad de su espacio aéreo, que evaluación de riesgos y prevención de peligros son conceptos distintos y que el principio de precaución sirve, al menos en este caso, solo para eludir la responsabilidad política en la gestión de riesgos.

En primer lugar, la gestión de la seguridad aérea en Europa corresponde a Eurocontrol, un organismo que agrupa a 38 estados europeos, pero que precisa del aval de los ministros de Transporte para aplicar sus decisiones. No es un regulador-gestor con plenas competencias y, en este sentido, adolece –como casi todo en la Administración europea– de una complicación excesiva que genera situaciones en las que la reacción ante los peligros, por ejemplo la nube de cenizas volcánicas, puede resultar desproporcionada. Si Europa pretende ser algo, debe disponer de un modelo coherente de seguridad de la navegación aérea en su espacio. Si disponemos ya de una moneda europea, de un embrión de Ejército europeo, de un espacio económico europeo, bien podemos disponer de un Eurocontrol independiente de las estructuras civiles y militares de los estados.

En segundo lugar, evaluación de riesgos y prevención de peligros son conceptos distintos. Los riesgos son potenciales y construidos socialmente mientras que los peligros son intrínsecos a una situación o producto. La nube de ceniza es un peligro siempre que existan nube y vuelos operativos, y que coincidan en el espacio aéreo. En caso contrario, no existe peligro. Podría existir un riesgo en la medida en que podamos calcular una probabilidad de daño potencial: a mayor probabilidad y daño resultante, mayor riesgo. Para que haya riesgo también debe haber nube de cenizas y navegación aérea. Pues bien, en el tema que nos ocupa ha habido nube de cenizas, aunque no ha habido navegación aérea, lo que nos conduce a una conclusión: no han existido ni peligro ni riesgo puesto que no ha habido vuelos. ¿Cuál ha sido pues el modelo de gestión de riesgos en esta crisis? Ninguno: simple y llanamente aplicar radicalmente el principio de precaución. Un principio que se ha basado en modelos informáticos excesivamente rígidos, que no tienen en cuenta el conjunto de factores que inciden en este caso.
Así lo han constatado las compañías aéreas que han cuestionado una metodología de simulación informática que no toma en consideración comprobaciones empíricas que puedan contrastar los datos simulados. No es una cuestión menor: las mismísimas autoridades europeas del sector aéreo reconocieron que la reacción ante la nube puede haber sido desproporcionada y admitieron que los protocolos de seguridad para estos casos excepcionales podrían ser revisados. Si mantener la seguridad es una exigencia ineludible, no es menos cierto que ello es posible mediante modelos de gestión del riesgo que conlleven consecuencias menos traumáticas que las vividas estos últimos días en los aeropuertos europeos. Así, por ejemplo, el modelo de alerta estadounidense se limita a comunicar la presencia de ceniza volcánica en el aire y deja libertad a la compañía o al piloto para tomar la decisión de atravesar o no la zona. También es posible evaluar el riesgo en función de la altitud de la nube de ceniza, lo que puede permitir que los aviones sobrevuelen la zona peligrosa.
En tercer lugar, parece que una vez más nos hallamos ante la elusión de responsabilidades políticas en la gestión del riesgo, gestión que no se justifica, como debería, en la prevención de peligros, sino en la autoprotección de los políticos y gestores. En otras palabras, ante la eventualidad de un peligro, el gestor público tiende a optar por aquella opción con menor coste político, esto es, la más precavida, la más conservadora, la más paralizante, no vaya a ser que tenga que asumir como gobernante una catástrofe que hubiera podido ser evitada, aunque sea al precio de paralizar el mundo.

A pesar del principio de precaución, cuesta creer que en materia de gestión de riesgos debamos movernos en el terreno del todo o nada. Menos aún en un ámbito tan extenso como el del espacio aéreo europeo. Algo así han tenido que admitir los ministros de Transporte de la UE cuando han convalidado la decisión de Eurocontrol de una «progresiva y coordinada» apertura del espacio aéreo europeo basada en distribuirlo en tres zonas en función de su grado de afección por la nube volcánica: una primera en la que se mantiene la restricción absoluta de las operaciones, una segunda en que no se impide el tráfico aéreo, y una tercera que está libre de la nube.
Es evidente que la seguridad es prioritaria, aunque los gestores públicos –europeos y estatales– deben ser conscientes de que el perjuicio para las compañías aéreas, los usuarios, la sociedad y la economía en general es enorme y debe ser evaluado coherentemente en los procesos de gestión de riesgos, también de los que están en nuestros cielos.

Ramon-Jordi Moles Plaza, director del Centre de Recerca en Governança del Risc en la UAB.