Rimas de Europa Central

El 3 de diciembre de 2018 la Universidad Centroeuropea (CEU) anunció que a partir del 19 de septiembre de 2019 trasladará la mayor parte de sus clases de Budapest a Viena. En la práctica, el gobierno del Primer Ministro húngaro Víctor Orbán ha logrado cerrar esta institución, fundada por su villano favorito, George Soros. “El desalojo arbitrario de una universidad reputada constituye una violación flagrante de la libertad académica”, declaró su rector, Michael Ignatieff. “Es un día oscuro para Europa y un día oscuro para Hungría.”

No para Orbán, que, como reportara The New York Times “ha visto por largo tiempo esta institución como un bastión del liberalismo y una amenaza a su visión de crear una ‘democracia iliberal’”. Y “su deseo de cerrarla solo se había intensificado por su vínculo con el señor Soros”, a quien “ha demonizado por años”. En particular, acusa a Soros, nacido en Hungría y superviviente de la ocupación nazi y el Holocausto, “de buscar destruir la civilización europea al promover la inmigración ilegal.”

Se dice que Mark Twain señaló que “La historia no se repite, pero suele rimar”. Lamentablemente, somos una generación ciega a la historia. La mayoría de la gente la lee por diversión y no para educarse. La Unión Europea es un símbolo de superación del pasado, marcando un futuro guiado por hallazgos de la ciencia y la economía, pero no de la historia. Y, sin embargo, han ocurrido acontecimientos perturbadores, no solo en Hungría, que riman con ideas y discursos que la mayoría habíamos creído desechadas desde hace décadas.

Hungary: A Short History (Breve historia de Hungría). el brillante nuevo libro de Norman Stone, es una advertencia contra el olvido de la historia. Presenta un país que nunca “se puso al día” con Occidente y, en consecuencia, nunca se “asentó” en una tranquila existencia posnacionalista. La influencia modernizadora de la industrialización siempre ha pasado a segundo plano frente al problema de las fronteras, las religiones, los idiomas y las nacionalidades.

Hungría soñó con su nacionalidad mucho antes de volverse una nación. La estructura de clases tomó una forma típica del este europeo: terratenientes alemanes, una clase mercantil y financiera judía, y un campesinado “nativo”. En el siglo diecinueve se inventó un idioma húngaro estandarizado, antes de que nadie sino “campesinos y clérigos remotos” lo hablara. La nacionalidad húngara llegó demasiado tarde –y se frustró demasiado a menudo- para conciliarse rápidamente con una identidad europea mayor. Tampoco, a diferencia de Alemania, su nacionalismo se desacreditó por una catástrofe autoinfligida.

En los siglos dieciséis y diecisiete, el reino medieval católico de Hungría desapareció entre las fuerzas islamistas y protestantes. Primero fue conquistado por los otomanos y luego se incorporó al Imperio de los Habsburgo, antes de resurgir como un “enano gigante” con la creación de la doble monarquía de Austro-Hungría en 1867.

El Tratado de Trianon (1920) desglosó el imperio austrohúngaro en sus partes “nacionales” (con una Hungría muy reducida), más o menos en línea con el principio de Woodrow Wilson de “autodeterminación nacional”, pero dejó amplias minorías descontentas de húngaros en Rumanía, Checoeslovaquia y Yugoslavia. De estos tres estados, solo Checoeslovaquia se las arregló para establecer una democracia estable, pero solo a costa de mantener a los húngaros (y a los mucho más numerosos alemanes étnicos) fuera del gobierno.

Hungría fue gobernada por un dictador, el Almirante Miklós Horthy, desde 1920 hasta 1944. En el Arbitraje de Viena de 1940, Hitler devolvió a Hungría la Transilvania Rumana a cambio de la adhesión húngara al Eje. Tras 1945, Hungría volvió a sus fronteras de 1920, nominalmente independiente, pero en realidad formando parte de las “democracias populares” del bloque soviético. Recuperó su soberanía en 1989 y se convirtió en país miembro de la Unión Europea en 2004. En su truncada forma actual, no es lo suficientemente grande como para pavonearse en la escena europea ni lo suficientemente pequeña para caber en un molde posnacionalista.

Stone es particularmente acertado al tratar el papel de los judíos en la historia húngara. Si bien el aporte judío en cuanto a cultura, pensamiento y desarrollo económico fue “abrumadoramente positivo”, hubo suficientes “lados oscuros” para que se atrincherara el antisemitismo. La capacidad de los judíos emancipados para reinventarse en lo que fuese que pidieran las circunstancias alimentó el gran mito antisemita. Veintiocho de los 36 dirigentes de la breve República Soviética Húngara de 1919 eran judíos. Esto llevó directamente al surgimiento del fascismo húngaro y, a la larga, a la deportación y el exterminio de más de 400.000 judíos en 1944. Los supervivientes también tenían prominencia en el régimen estalinista de Mátyás Rákosi de 1949 a 1956.

El ascenso –o, mejor dicho, el regreso- de la “democracia iliberal” en partes de la Europa actual nos sorprende porque refuta la narrativa del progreso establecida. Sin embargo, lo extraño no es la reaparición de antiguas fes y prejuicios, sino más bien la creencia liberal en que se los podría superar fácilmente. Nuestra teoría del progreso es unidireccional: vincula el crecimiento de la civilización al crecimiento del conocimiento. Pero como señala el filósofo político John Gray, en ética y política, a diferencia de en las ciencias naturales, lo que se aprende no necesariamente se mantiene. Incluso en los Estados Unidos la tortura se rehabilitó durante la presidencia de Bush, y Trump es sin duda un tipo de retroceso.

De manera similar, diferentes países no necesariamente aprenden lo mismo. Por eso es tan importante prestar atención a sus historias específicas. Para entender por qué 17,4 millones de personas en Gran Bretaña votaron por abandonar la UE no basta con llamarlas “los olvidados” o con mala formación. Hay que conocer la historia británica para comprender por qué una talla no sirve para todos.

En la historia húngara actual se pueden advertir dos rimas de la historia: el nacionalismo y el antisemitismo, por lo que no es baladí encontrar paralelos con el fascismo de entreguerras. Pero rimar no es lo mismo que repetir. No existen paralelos hoy con la crisis existencial de la civilización europea tras la Primera Guerra Mundial. Y el sentimiento anti Soros es una pálida sombra del antisemitismo. Con un poco de sentido común, los liberales deberían poder silenciar las viejas melodías. No se tiene que aprobar todo lo que se haga en nombre de la historia, pero tampoco podemos negarla como presagio de posibles futuros.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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