Riqueza soberana verde

Al final de 2011, los activos gestionados de fondos soberanos ascendían a tres billones de dólares, gracias a que ese año las 237 inversiones directas ascendieron a 81.000 millones de dólares. Algunos expertos calculan incluso que los activos de fondos soberanos ascienden a seis billones de dólares, lo que significa que dichos activos, avatares del capitalismo de Estado, cuentan ahora con el doble de riqueza que los fondos de cobertura del mundo, los tótems de los excesos del capitalismo liberal.

El valor en aumento de los fondos soberanos está causando preocupación –y en algunos casos incitando a la formulación de críticas virulentas– en particular en los países receptores de la OCDE, donde muchos temen la redistribución del poder financiero, económico y político a los países en ascenso que tienen regímenes políticos muy diferentes de los suyos. En realidad, de los siete fondos soberanos que controlan más de las dos terceras partes de todos los activos de fondos soberanos, tres pertenecen a Asia (uno de China y dos de Singapur) y tres a Oriente Medio (Abu Dhabi, Kuwait y Qatar).

Los países europeos ocupan el primer lugar entre los receptores de inversiones de fondos soberanos, que representan el 40 por ciento del valor de las operaciones en 2011. Los Estados Unidos, donde ha habido mayor oposición a semejantes inversiones, representan menos del diez por ciento.

Las preocupaciones de dichos países no carecen enteramente de fundamento. Los fondos soberanos plantean riesgos concretos, algunos de los cuales ya se han materializado, para la economía mundial y para los mercados financieros tanto en su país de origen como en los países receptores.

Por ejemplo, algunos fondos soberanos padecieron pérdidas temporales, pero importantes, después de que en 2008 estallara la burbuja de las hipotecas de gran riesgo y después de que un año después lo hiciera la crisis de la deuda soberana de la Unión Europea, por un alto nivel de exposición a los mercados inmobiliario, financiero y de deuda soberana. Los que no resultaron afectados se vieron protegidos por la oposición de los países receptores a los proyectos en sectores estratégicos y porque los fondos soberanos, conscientes de la delicadeza de sus inversiones y temerosos de las posibles represalias, habían adquirido participaciones menores (uno o dos por ciento) en sus objetivos de inversión.

Hay algunas excepciones a esa tónica. La mayor inversión de la Corporación China de Inversiones (CCI) el año pasado fue una participación del 30 por ciento (3.200 millones de dólares) en el sector de la exploración y la producción de gas y petróleo del gigantesco grupo energético francés GDF-Suez. La CCI optó por tomar una participación importante en una filial, en lugar de una pequeña en todo el grupo, porque hacerlo así representaba a un tiempo una ventaja estratégica (acceso a recursos energéticos) y un beneficio monetario (inversión en activos denominados en dólares).

Sin embargo, la opacidad es en general una característica definitoria de la mayoría de los fondos soberanos, lo que exacerba los riesgos que entrañan. Si bien algunos fondos soberanos, como el Fondo de Pensiones del Estado noruego - Global, son transparentes, se dispone de poca información sobre el tamaño, las tenencias en cartera, la estrategia inversora, los resultados o el régimen de dirección de la mayoría de los fondos soberanos.

El aumento de la transparencia es uno de los fines principales de los Principios de Santiago, conjunto de 24 orientaciones voluntarias que estipulan los procedimientos óptimos para los fondos soberanos. Veinticinco países han firmado dichos Principios desde 2008, pero, si bien son un importante paso adelante con miras a la gestión del marco jurídico, la estructura institucional y de dirección y las políticas de inversión y de gestión de riesgos de los fondos soberanos, su aplicación es irregular y está considerada de forma generalizada insuficiente.

Dada la distribución geográfica de los fondos soberanos y sus inversiones, su reglamentación de verdad mundial resulta muy improbable, pero, sin una supervisón estrecha, dichos fondos padecerán inevitablemente restricciones políticamente motivadas por parte de algunos países receptores, por lo que redundaría en su provecho que intensificaran las medidas de autorregulación.

No se debe permitir que la necesidad de aumentar la transparencia de las operaciones de los fondos soberanos eclipse sus posibles beneficios. Como inversores a largo plazo que son, los fondos soberanos pueden contribuir a reducir la inestabilidad de los mercados mediante la intermediación financiera, además de  a financiar proyectos con tasas de rendimiento positivas, pero a largo plazo.

Además, los fondos soberanos tienen ventajas comparativas respecto de otros tipos de inversores institucionales. A diferencia de las compañías de seguros y los fondos de pensiones, no tienen deuda a largo plazo ni obligaciones de pagos futuros y, como inversores públicos que son, es probable que tengan un mejor conocimiento de los proyectos de inversión que dependen de la política pública. Dadas esas ventajas, los fondos soberanos desempeñan un papel –que va en aumento– en la financiación de infraestructuras.

Los nuevos reglamentos financieros –– Basel 3 para los bancos y Solvency 2  para las aseguradoras– están fortaleciendo dichas ventajas. Si bien es probable que los reglamentos reduzcan las probabilidades y repercusiones de las crisis financieras, también volverán más caros los préstamos a largo plazo y más arriesgadas las inversiones en activos no realizables.

A consecuencia de ello, los bancos y las aseguradoras podrían abandonar la financiación de infraestructuras, lo que brindaría más oportunidades con menor costo a los fondos soberanos. En vista de que las infraestructuras son decisivas para el desarrollo sostenible, podría ser que gracias a ello los fondos soberanos llegaran a ser agentes fundamentales en ese sector.

Para lograrlo, los fondos soberanos deben modificar su modalidad de inversión. En 2011, invirtieron 35.200 millones de dólares en servicios financieros, 13.400 millones en propiedad inmobiliaria, 13.200 millones en recursos de combustibles fósiles (principalmente, petróleo y gas), 6.500 millones en infraestructuras y servicios públicos y 3.400 millones en fabricantes de aviones, automóviles, buques y trenes. En vista de que el objetivo primordial de los fondos soberanos es el de transferir riqueza a generaciones futuras, su alto nivel de exposición a los mercados de combustibles fósiles es insostenible.

De hecho, el “presupuesto” restante de emisiones de carbono hasta 2050, cuyo cumplimiento es necesario para limitar el aumento de la temperatura mundial a dos grados centígrados, es cinco veces menor que el equivalente en carbono de las reservas comprobadas de combustibles fósiles, lo que significa que sólo se puede quemar el 20 por ciento de dichas reservas, conforme a las cuales se valoran los activos en fondos soberanos.

Algunos fondos soberanos de Oriente Medio y Asia parecen entender los riesgos asociados a carteras con inversiones en sectores que emiten gran cantidad de carbono y están dispuestos a colaborar para crear una plataforma destinada a financiar proyectos de infraestructuras eficientes en cuanto a la utilización de recursos, con pocas emisiones de carbono y respetuosos con el medio ambiente. De hecho, el mes pasado se examinó esa idea en la Cumbre Mundial sobre la Energía del Futuro, celebrada el pasado mes de enero, y la Conferencia International sobre la Energía Renovable, celebrada en Abu Dhabi.

Se debe apoyar inequívocamente esa iniciativa, que servirá de trampolín para que los fondos soberanos se centren más en las inversiones verdes. Con el planteamiento idóneo, los fondos soberanos pueden ofrecer importantes beneficios a largo plazo para todos.

Emmanuel Guerin is Program Director for Climate at the Institute for Sustainable Development and International Relations, Sciences-Po. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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