Robar la vida, robar el tiempo

Santiago Grisolía, bioquímico (ABC, 17/05/04)

Sin duda, lo único que no podemos evitar son los impuestos y la muerte, pero lo que no es de recibo es adelantar la muerte por el terrorismo. Era difícil comprender el sacrificio humano de los kamikazes pero el actual ejemplo de los jóvenes de ambos sexos, que no solamente se sacrifican sino que también sacrifican a los demás al actuar como bombas humanas es aún más difícil de comprender y de tolerar. Y no quiero hablar de los asesinatos dirigidos como medida de represión estatal. El mes de marzo fue fatídico para Julio César, pero como todos los españoles, acabo de conocer el vandalismo y me faltan palabras para definir el atentado terrorista de este 11 de marzo en Madrid, como la gran escalada terrorista que vivió el mundo con el terrible ataque el 11 de Septiembre del 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York.

Se han escrito innumerables artículos y todos los medios de comunicación han participado en ofrecer posibles soluciones para evitar actos terroristas en los Estados Unidos. Pero no caigamos ni ignoremos el terrible efecto colateral que ello ha tenido y en estos momentos tiene y tendrá en España. Me refiero a la extensa paralización y consecuente consumición de tiempo que se deriva, después de la acción directa y lógica de atender a las víctimas y a los familiares en lo que humanamente es posible, y a la masiva respuesta nacional ante tal descalabro y acción criminal. No sé qué sería lo correcto en el futuro, pero mucho me temo que es difícil decidir entre el publicar escuetamente los hechos y sucumbir, a través de la continua y extensiva cobertura por los medios de comunicación, lo que los terroristas fundamentalmente desean, que es asustar, atemorizar y darse a conocer.

Tres días de luto significan no sólo el lógico dolor por los muertos, heridos y familiares, sino también el inicio del robo de horas de vida colectivamente. Recuerden que una vida de 75 años son 657.000 horas. Es fácil calcular las muchas horas/vida robadas como consecuencia de lo que estas matanzas están teniendo y tendrán en todos nosotros. Por ello, debemos recordar y prevenir; pero, a mi parecer, debemos además subsanar los graves errores que siguieron, y que todavía persisten, como pasó con el ataque de las Torres Gemelas.

La realidad es que la respuesta americana al terrorismo tomó la forma clásica que es generalmente reactiva, basada fundamentalmente en la creencia de que la seguridad se conseguiría a través de una mezcla de medidas, especialmente en los aeropuertos. Al mismo tiempo y dada la continua insistencia del presidente Bush en medidas coercitivas y en una continua propaganda con sus constantes apariciones televisivas, hay una erosión preocupante de libertades civiles en los Estados Unidos.

Desde luego se necesita más inspiración y más eficiencia en aquellos que, en teoría, velan por la prevención del terrorismo. Lo que no es de recibo esatemorizar continuamente.

En lo que se refiere a evitar la entrada de terroristas en los Estados Unidos, ni la frontera con Canadá ni la de México, y no digamos los puertos, son controlables. Pero lo que más preocupa a la Casa Blanca y lo que produce más problemas a la sociedad civil americana son los aeropuertos y su control.

Naturalmente es imposible evitar que alguna vez haya un fallo en cualquier sistema, pero parecen discutibles e irreales algunas de las sugerencias hechas tales como el armar a los pilotos, que a pesar de la resistencia de muchos ya está en marcha. O lo que es aún más preocupante, el introducir policías armados en las cabinas. No olvidemos que la perforación por bala de una de las paredes del avión provocaría una descompresión rápida y, casi con toda seguridad, la pérdida del avión. Además la selección de estos policías y los problemas a que estos podrían estar sometidos, introduce una nueva variante de inseguridad. Hace unas semanas leí que el presidente de SEPLA, con muy buen sentido, se había negado a aceptar policías armados en los aviones.

La única solución efectiva, en mi opinión, es la de cerrar la cabina de los pilotos herméticamente y preferiblemente darles una entrada distinta a la general, y adecuarlas confortablemente.

Lo fundamental es que no pueda haber comunicación entre los pasajeros y los pilotos, sólo un botón que anuncie la necesidad de aterrizar. El riesgo calculado no justifica ni los gastos ni la inconveniencia masiva que los actuales controles están produciendo. Si se hiciera el control de una forma racional, se podrían además evitar las indignidades provocadas muchas veces por personas que utilizan su posición de forma abusiva en las grandes colas de los aeropuertos, con el consiguiente aumento de los gastos y de pérdida de tiempo que actualmente ocurren en los controles en muchos países, especialmente en los EE. UU. Si se aislase a los pilotos como se indica, los aviones no podrían usarse como armas de destrucción tales como para atentados contra edificios, etc.

Insisto, quizá la solución más sensata sea aislar completamente los pasajeros de los pilotos. La única posibilidad de comunicación desde la cabina de pasajeros sería una emergencia médica, con lo que bastaría pulsar desde la cabina un botón para indicar al piloto la necesidad de aterrizar cuanto antes para obtener auxilio, por ejemplo ante un ataque al corazón de un pasajero.

No quiero decir que no se tomen las precauciones adecuadas, al contrario, hay que aumentar las que se tomaban antes del fatídico ataque terrorista a Nueva York y ahora a Madrid, pero la realidad es que durante una vida se pueden conseguir más dinero y distinciones, pero no más tiempo del que se otorga a cada uno de nosotros al nacer. Así en los Estados Unidos, de 10 a 20 millones de pasajeros inician su vuelo diariamente y si tenemos en cuenta las 2 horas, o más, diarias, que se requiere ahora estar en los aeropuertos de EE. UU, más de lo que era habitual para chequear y pasar los controles, representaría el derroche de unos 20 a 40 millones de horas en un día.

Aunque ya había escrito algunas notas sobre este tema hace tiempo, más para mi propia consideración que para publicarlo, dada su crudeza, pienso que el aumento de controles y regulaciones en los Estados Unidos posiblemente es debido a otras razones menos confesables que la de protección del pueblo americano por su presidente o que parece gozar de asustarlo. Es, pues, de encomiar la negativa de los pilotos españoles al uso de policía armada, mientras que en los Estados Unidos se entrena a 40 agentes para que viajen camuflados en vuelos transoceánicos, y una semana antes del atentado en Madrid, se anunciaba el posible envío de agentes americanos a aeropuertos europeos. Espero que estas consideraciones sirvan para prevenir y no caer en el exceso, como ha sucedido en EE. UU.

Finalmente, a mi parecer, la justicia debe ser inexorable con los terroristas y en lo que respecta a España, acabar con la «nueva carrera» o «profesión» de aquellos a los que se consideran casi héroes en ciertos sectores, y están protegidos y mimados, hasta en prisión, por ser terroristas.