Robotizados

Los robots han llegado a nuestras vidas para quedarse. Han saltado la frontera de la ciencia ficción y empiezan a estar ya por todas partes: en los museos, en los telediarios, en el I+D y en la Universidad. Y muy pronto, en solo cinco o diez años, serán nuevos actores también en la sociedad civil. Llegarán entonces a nuestros trabajos, a nuestras casas, a nuestros coches, quién sabe si también a nuestras alcobas. Pero, de momento, han conseguido lo más importante: han entrado en nuestras mentes. Deberíamos dejar de preocuparnos por si nos roban o no nuestro trabajo porque nos han extirpado ya algo más importante, nuestra forma de pensar.

Los expertos aseguran que en solo dos décadas habrá robots más inteligentes que los humanos. Y es por eso, porque los robots han venido a competir y no a ayudar, por lo que presentan siempre una misma cualidad. Sea cual sea su función, tienen en la mayoría de los casos forma humana. Podrían tener un solo ojo, la cabeza perfectamente cuadrada, podrían tener forma de cubo de Rubik o de ornitorrinco. Pero no. Ese tipo de máquinas no lograrían convencernos de su superioridad sobre nosotros porque serían sencilla y humildemente algo distinto. Si concibiéramos los robots como simples aparatos, no tendrían rostro y mucho menos uno con dos ojos, nariz y boca.

En Japón se construyen ya androides a imagen y semejanza de Scarlett Johansson o Leonardo da Vinci. Son auténticos replicantes, copias perfectas o, mejor dicho, perfeccionadas. Y, solo cuando no queda más remedio, son máquinas de toda la vida. Pero una máquina, como todo el mundo sabe, no es lo que se dice un robot.

Los humanos no nos comparamos con los coches, aunque corran más rápido que nosotros, por una sencilla razón: los coches son coches. Y no importa si conducimos nosotros o se conducen solos. Un coche siempre será un coche. Otra cosa sería una máquina con musculada forma humana y zapatillas de clavos compitiendo sobre el tartán con uno de los nuestros.

Así que, antes de que se cuelen en nuestras casas, deberíamos pensar seriamente sobre ello, con todo nuestro ser. Humano.

Algunos dirán: vale, pueden parecerse todo lo que quieran a nosotros, pero nunca pensarán como nosotros. El problema es que a los robots no va a hacerles ninguna falta pensar como nosotros para probar su superioridad. Seremos nosotros quienes pensaremos como ellos. A lo mejor es por eso que estamos tan decepcionados con nosotros mismos. O si no, lean este periódico de principio a fin. Infórmense de cómo va el mundo y noten cómo van sintiendo progresivamente el desencanto, esa leve brisa de desdicha. Hablemos claro: la raza humana nos ha decepcionado.

Por fortuna, los droides salvadores responden a un modelo de inteligencia progresivo basado en la acumulación de datos. Y, de hecho, según explicaba estos días la revista Science Robotics, muy pronto serán capaces de aprender por sí mismos (torpemente al principio) gracias a una arquitectura cognitiva basada en un modelo de prueba y error. Entonces habremos creado, por fin, herramientas infalibles, capaces de protegernos hasta de nosotros mismos. Los robots serán tan listos como nosotros, solo que más buenos. Igual de currantes, pero más sumisos. Empáticos, solo que más amables. Ellos sonreirán siempre. O mejor, siempre que queramos. Serán esclavos perfectos, trabajadores perfectos, amantes perfectos. Más caros que nosotros, sí, pero mejores.

Lo que nunca tendrán los robots son dos características molestamente humanas: nuestra intuición y nuestra tendencia a la contradicción. Pequeños detalles. Por lo demás, la intuición no es otra cosa que nuestro sistema de avanzar en lo desconocido. Y la contradicción es lo que nos ha permitido enriquecer el pensamiento con posibilidades. Pero estas características están de capa caída y nadie las quiere cerca. Lo que se lleva ahora es ser tan racional y eficiente como uno de ellos. ¿Qué prefiere, un trabajador intuitivo o uno eficaz? ¿Querría usted compartir su vida con un amante contradictorio o elegiría mejor uno constante? ¿Escucha usted hablar en su trabajo de “sistemas que aporten valor a la empresa” o hay alguien que le ha hablado últimamente de “personas que defiendan sus originales ideas”? Cuando acude a una entrevista de trabajo, ¿se le ocurriría poner en valor su intuición personal? El modelo de inteligencia humano está en vías de extinción. Nos esforzamos en no ceder a las contradicciones y asociamos la intuición con la brujería o alguna suerte de pensamiento subdesarrollado. Error.

Menos mal que la realidad nunca es lineal (a pesar de lo que piensan los robots) y lo único probable es que las consecuencias de la robótica serán otras muy distintas a las esperadas. En sentido, nada ha conseguido asombrar más a la humanidad que la humanidad misma.

Nuria Labari es escritora y periodista, autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).

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