Rompecabezas español

Suele decirse que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Los españoles tropezamos siempre. Nuestra piedra es la incapacidad de entender que otros pueden tener ideas, sentimientos, puntos de vista distintos a los nuestros. Sencillamente, no nos cabe en la cabeza, incluso lo tomamos como una ofensa. Algún día, un psicólogo de masas, preferentemente extranjero, tendrá que explicarnos esta peculiaridad, no sé si del alma o de la mente hispana, nada laudable, pues su primera consecuencia es la dificultad de ponernos de acuerdo. «Once españoles, once opiniones», dice el refrán, y, siendo el consenso la base de la convivencia, tendremos la explicación del poco arraigo de la democracia en nuestras tierras.

Tomemos como ejemplo el momento en que nos encontramos. Todos dicen que acabamos de pasar uno de los periodos de máximo desarrollo económico, político y social de nuestra historia. Posiblemente exageramos –otro de nuestros rasgos característicos–, pero que hemos hecho avances inimaginables para las generaciones no ya del siglo XIX, sino de buena parte del XX, es innegable. Estamos en Europa, nuestros pueblos nada tienen que ver con los que conocimos en la infancia, nuestras ciudades compiten con las mejores del mundo, como nuestras vías de comunicación, millones de ingleses, alemanes, escandinavos incluso, han elegido España para pasar los últimos años de su vida. Por algo será. Sin embargo, somos incapaces de hacer lo más elemental en un país desarrollado: ponernos de acuerdo para formar gobierno. Y no porque no queramos, sino porque no podemos.

Rompecabezas españolNi siquiera dentro de los partidos políticos, organizaciones que se supone reúnen a individuos de ideas, sentimientos y objetivos afines, reina unanimidad en todos esos campos, entablándose conflictos internos tanto o más graves que los sostenidos con el resto de los partidos. Ahora mismo, en el PSOE, Podemos y Ciudadanos existe un duelo entre dos facciones, la radical y la moderada, que los paraliza y puede dar al traste con la formación de un gobierno tras seis meses de tener uno provisional, con todas las implicaciones negativas que ello tendría para el conjunto de la nación. Sólo el PP, a lomos de la victoria que acaba de alcanzar, mantiene la coherencia interna, pero, habiendo sido la victoria corta, cualquier incidente puede reavivar las tensiones internas. Quiero decir que Rajoy tiene que estar atento a lo que se trama no sólo enfrente, sino también a su espalda. Aparte de que no puede confiar sólo en el voto de los mayores, entre otras cosas porque se mueren.

Y no les digo nada el resto de los líderes políticos. Pedro Sánchez, el que más. La «doble alma» del PSOE que le llevó al desastre o a la parálisis en determinados periodos de su larga historia pareció felizmente enterrada cuando Felipe González envió a Marx a las bibliotecas y convirtió su partido en «pluriclasista», que aceptaba la economía de mercado, eso sí, con fuerte contenido social, y la libertad como derecho inalienable de todos los ciudadanos; esto es, en una socialdemocracia. Zapatero, sin embargo, lo desenterró con los muertos de la Guerra Civil, y Pedro Sánchez ha coqueteado con el «socialismo real», que es como los leninistas llaman al comunismo puro y duro. Lo que ha llevado al PSOE a tres derrotas sucesivas y a los resultados electorales más pobres en la presente etapa democrática. Hoy forcejean en su interior ambas tendencias sin lograr imponerse una a la otra, ya que las opciones son la sartén o el fuego: si permite gobernar al PP, se quema en el fuego de Podemos. Si impide que gobierne, lo fríen los electores.

No crean que Pablo Iglesias lo tiene más fácil. Su espectacular y vertiginosa subida se ha visto cortada en seco por el 26-J, cuando estaba seguro de que, por lo menos, sobrepasaría al PSOE, e incluso podría disputar al PP La Moncloa. No sólo no lo consiguió, sino que perdió 1.200.000 votos. Las causas fueron varias, empezando por su pacto con Izquierda Unida, que le quitó su carácter novedoso y trasversal, confinándolo al del comunismo más rancio, para, en un alarde de cinismo y arrogancia, declararse socialdemócrata. Con lo que se pegaba un tiro en el pie. Si es también en la cabeza dependerá de que reconozcan errores y rectifiquen estrategias. Los españoles quieren cambios, pero no cambiar el sistema. Y, aunque sólo pocos han vivido en regímenes comunistas, saben lo que son y la inmensa mayoría quiere continuar en la Unión Europea, vivir en una economía social de mercado y conservar las libertades y los derechos individuales. Algo que Podemos no garantiza, lo que significa que gira 180 grados o acaba en partido residual, como todos los comunismos en países desarrollados.

Algo parecido ocurre a Ciudadanos. Nacido como un centro-derecha impecable, las prisas e inexperiencia de Rivera le hicieron firmar un pacto con un Sánchez escorado a la izquierda. Ante lo que los centristas que le habían dado su voto como castigo a Rajoy, pero confiados en que seguirían en el centro, se encontraron apoyando a la izquierda. O Ciudadanos vuelve a su hábitat natural o su destino es el del UPyD de Rosa Díez.

Por más prisas que haya en formar gobierno, los tres partidos tendrán que hacer su reconversión, si queremos evitar unas terceras elecciones. No se acuesta uno anti-Rajoy furibundo y se levanta dispuesto a permitir un gobierno presidido por él. Hay que darles tiempo para ello. De ahí que empezar por lo más fácil sea lo aconsejable, para ir creando el clima necesario para ese consenso al que somos tan refractarios los españoles. Tal vez convenga poner sobre la mesa aquellos temas en los que todas las fuerzas constitucionalistas están de acuerdo: la unidad de la nación española dentro de la pluralidad del Estado. Nuestro compromiso sin trabas con la Unión Europea. La necesidad de una regeneración democrática, cerrando todos los resquicios por donde pueda colarse la corrupción, lo que significa cambios tanto en la Justicia como en los partidos. Podría añadirse una reforma de la enseñanza que capacite a los jóvenes españoles para competir en el mercado global en que estamos. Con alcanzar acuerdos sobre esos puntos bastaría para formar un gobierno que satisficiese los deseos más apremiantes de la inmensa mayoría de los españoles, dejando para más adelante asuntos tan conflictivos como la reforma laboral, la estructura territorial o la reforma de la Constitución. Es muy posible que el PSOE no respalde más que parcial y pasivamente a tal gobierno. E incluso deseable, para no dejar a Podemos la exclusiva de la oposición. Bastará con que no se alíe con él para boicotear la acción gubernamental. Diría más: con tal programa, el PP puede incluso intentar gobernar en solitario. Si los demás se lo impiden, tendrán que rendir cuentas en las siguientes elecciones.

Una última advertencia, ya a título particular: nada con los nacionalistas. Pidiendo referendos y blindajes, no son «afines». Son independentistas.

José María Carrascal, periodista.

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