Rouco ante Europa

En estos momentos tiene lugar el proceso de encaje, definitivamente, en el pensamiento que orienta a Europa, de la denomina Doctrina Social de la Iglesia. Lo acaba públicamente de manifestar nada menos que el presidente del Bundesbank, el Dr. en la Universidad de Bonn Jens Weidmann, en mayo de 2011. Weidmann también había sido responsable de 2006 a 2011 del Departamento de Política Económica y fiscal de la Cancillería Alemana. Al recibir el premio Wolfram-Engels en la primavera de 2014, pronunció una conferencia de gran calidad, titulada «Marktwirtschaftliche Principien in der Währungssunion» (Deutsche Bundesbank. Rede). En ella, dentro de ese papel que el pensamiento católico más importante ha tenido, desde la Rerum Novarum de León XIII a la Centesimus Annus de San Juan Pablo II, Weidmar señaló, indicando que estaban sus antecedentes en Eucken y la Escuela de Friburgo de Brisgovia, sin cuyas propuestas no se entiende el milagro económico que surgió en la derrotada Alemania tras la II Guerra Mundial, que la Política Económica debía… ser conforme con el mercado y respetuosa con el Principio de Subsidiariedad. El Principio de la Política Económica conforme con el mercado, y el Principio de Subsidiariedad, tomado de la Doctrina Social Católica, han de ser también vistos como Principios básicos de nuestro Ordenamiento Económico… Principios… que han pasado a ser, además, columnas sustentadoras de la integración europea.

Esto, que es fundamental para el aquí y ahora de la orientación de nuestra política económica, fue recogido en la madrileña catedral de la Almudena, el 21 de septiembre de 2014, en la homilía del cardenal Rouco Varela al finalizar las II Jornadas Sociales Católicas Europeas, que habían tenido lugar, bajo su alto patrocinio, precisamente en Madrid. Es posible que haya sido facilitada su toma de posesión por su fuerte formación intelectual en la Universidad de Múnich, donde se doctoró en Derecho Canónico, formación, me atrevo a decir, que se observa en todas sus aportaciones, a partir de su tesis doctoral «Iglesia y Estado en la España del siglo XVI», leída en 1964.

Ahora, exactamente medio siglo después, plantea en esta homilía los «graves problemas de concepción de la vida y del mundo, problemas de lo que nos exige a los cristianos y a la Iglesia la situación de crisis económica y social…, por la que estamos atravesando», lo que con las otras crisis –la familiar, la cultural y la religiosa– que la acompañan origina una problemática que nos advertía ya «Romano Guardiani como un peligro que veía cernirse sobre la Europa salida de la II Guerra Mundial». Y para responder a eso, Rouco Varela acaba de sostener que ello no es posible, «si no es con el compromiso de una existencia cristiana plenamente fiel a la voluntad del Señor en esta nueva hora tan decisiva de su historia (para Europa), cuando se encuentra empeñada en fundamentar sólidamente y en ampliar su unidad socioeconómica y política».

Porque –destaca– lo que es preciso para ello es disponer de «un horizonte luminoso de lo verdadero y valioso», que recoja el «diagnóstico formulado concisa y legítimamente por el Papa Benedicto XVI en el contexto del recientemente clausurado Año de la Fe». Y ello reacciona ante la actual admisión popular de algo así como una convicción de que se encuentra dentro de la realidad que se exige el disfrutar, casi de inmediato, de cantidades crecientes de bienes y servicios, y además en rápida progresión, sacrificándolo todo a lo que dio nombre al discutido Galbraith con el nombre de «sociedad opulenta». O sea, alejada plenamente de los mandatos evangélicos expuestos en aquello de María en la visitación a Isabel: «Mi alma magnifica al Señor… (porque)… dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón», o sea, a los obsesionados por la opulencia.

Esto está enlazado con la ciencia económica más avanzada. En el libro de Robert William Fogel «et al», Political Arithmetic. Simon Kuznets and the Empirical Tradition in Economics (The University Chicago Press, 2003), se lee cómo en estos procesos de preferencia de vida opulenta se provoca en los jóvenes una alienación. El motivo, se explica, es que se trata, de modo creciente, de personas que, desde que fueron niños de familias minúsculas, se encontraron con unas madres que estaban ya, por lo que sucedía en lo económico, espiritualmente vacías y, por consiguiente, incapaces de transferir a sus escasos hijos activos espirituales vitales, tales como «una mente a favor de proyectos de autoestima, de un sentido de la disciplina, así como que posean un sueño de oportunidades y un anhelo de conocimientos», eso que de modo forzoso conduce a la Verdad.

Por eso recuerda el cardenal Rouco cómo Pío XII fue el avisador a la Iglesia y a la opinión pública, sobre todo la de los países vencedores, de que «se había perdido la conciencia del pecado». Y el Papa Francisco llamará la atención (de)… que «Dios no se cansa nunca de perdonar, pero nosotros sí nos cansamos de pedir perdón». Y lanza Rouco esta afirmación que le consagra como un gran apóstol: «¡Que no tengamos miedo… a ayudar a nuestros hermanos europeos para que abran sus ojos, los ojos de sus pueblos, de sus culturas, de nuestro mundo intelectual y de sus dirigentes sociales!, ¡los ojos del alma! ¡Para que se atrevan a descubrir y a reconocer el origen moral y espiritual de sus crisis de hoy y a saber arrepentirse y pedir perdón!».

Así nos aclara el camino europeo, que no «es el de la falsa humildad de los que llegan a la tarea de una Europa renovadora en sus fundamentos más profundos “al caer la tarde”, no porque no hubiese nadie que los hubiese contratado, sino por pereza y desidia manifiesta». Bien merece la pena el que, desde sus diversos púlpitos, el cardenal Rouco insista, una y otra vez, en lo que en lo económico y en lo social se merecen Europa y, dentro de ella, nuestra España.

Juan Velarde Fuertes, profesor emérito de la Universidad Complutense.

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