Rubicón

Por Fernando Sánchez Dragó, escritor; su última obra publicada es Muertes Paralelas (Editorial Planeta). En la actualidad, dirige y presenta el programa Las Noches Blancas de Telemadrid (EL MUNDO, 02/09/06):

Y si jugáramos, sólo durante un ratito, a llamar a las cosas por su nombre? Estoy enfermo. Soy un minusválido social. Sufro de una dolencia extraña a la que los jueces del Santo Oficio de la Corrección Política llaman discriminación positiva. ¿Qué será eso?

Discriminar significa, según el diccionario, distinguir o diferenciar y dar trato de inferioridad a alguien por motivos raciales, políticos o religiosos. De ello se deduce que no cabe discriminar positivamente a nadie, so pena de incurrir en una contradicción gramatical análoga a la de todos esos políticos, periodistas y tertulianos que hablan de discrepar con. ¡Caramba! Creía yo, hasta ahora, que se puede discrepar de o en, pero... ¿discrepar con? Sería eso como follar sin. O sea: algo imposible, a no ser que quien discrepa con opine que follar es masturbarse.

Transijamos, empero, con (ahora, sí) el chirriante solecismo. Discriminar positivamente equivaldría, entonces, a lo que hasta hace poco se consideraba -y se llamaba- trato de favor. Y todo lo que favorece a alguien, en pura lógica, perjudica a otros, ¿no? Soy uno de ellos.

Y no sólo yo, lo que para el resto del mundo carecería de importancia, sino también otras muchas personas, negativamente discriminadas todas ellas por las leyes que impone y las costumbres que propaga la ideología hoy dominante.

¡Ay de quien en los Estados Unidos -es un ejemplo- pertenezca ahora a la otrora casta superior de los wasp (blancos, anglosajones y protestantes)!

¡Ay de quien en La India actual -es otro ejemplo- haya nacido brahmín y no paria! Condición, esta última, casi inexcusable para conseguir una beca, un puesto de funcionario, una subvención, una limosnita pública, una cucharadita de sopa boba.

El mundo, por lo visto, no tiene arreglo: las injusticias se reparan con injusticias, se quita el sillón a unos para poner a otros, no para que los otros y los unos estén sentados. Quien se fue a Sevilla...

¡Y ay de quien en la Expaña (con equis) de Zapatero no haya nacido, como es mi caso, qué mala pata, al sur del Estrecho, al este de Estambul o en las cercanías de los Andes y esté, además, sumido en el error teológico de no rezar cinco veces al día mirando a La Meca!

Es curioso. Lo digo porque hay, al parecer, una infinidad de ecuatorianos, marroquíes, senegaleses, palestinos y chinos -valga la muestra- deseosos de llegar cuanto antes a ser españoles de pleno derecho (lo que es, por su parte, locura, pues siéndolo perderían estatus y privilegios, convirtiéndose en ciudadanos de segunda), mientras yo, siempre con los pies fuera del plato, contemplo la posibilidad de hacerme chino, palestino, senegalés, marroquí o ecuatoriano para ver si así recupero la plenitud de mis derechos civiles y dejan de discriminarme negativamente.

Tampoco sería mal sistema para conseguir lo mismo salir del armario, transformarme en mujer o convertirme a la única religión verdadera. Ya saben a cuál me refiero. Alá es grande.

Oí decir el otro día a una contertulia en el programa de Luis del Olmo que los españoles no son xenófobos, y yo, contraatacando, argüí, y así lo pienso, que si no lo son aún, o lo son sólo por lo bajinis, muy pronto, tal como van las cosas, lo serán a grito abierto. La avalancha de inmigrantes y la permisividad y miramientos con la que se les acoge es pan demagógico, clientelista y bobaliconamente buenista para hoy, y hambre de racismo y fascismo para mañana. El Le Pen ibérico está al caer. En otros países de Europa, y no sólo en Francia, ya lo ha hecho. Ley de mercado: donde hay demanda, aparece la oferta. El franquismo nos vacunó contra eso, pero los efectos de la vacuna están a punto de caducar. La izquierda zapaterista (y buena parte de la europea. Sólo se salva Blair) es, en estos momentos, sépalo o no, el caballo de Troya del fascismo. Al tiempo, señores.

Hablan Zapatero y los zapateristas, siempre tontiastutos (homenaje a Ferlosio), de alianza de civilizaciones, incurriendo al hacerlo en un desatino histórico, filosófico, ideológico y religioso de tal calibre que cualquier comentario al respecto sobra. Lenin dijo que los capitalistas eran tan idiotas y tan mercachifles que acabarían vendiendo a los comunistas la soga con la que éstos los iban a ahorcar. A punto estuvo, por cierto, de tener razón. Hoy, en todos los cubiles del integrismo islámico, talibanes barbudos con dobles cananas y kalashnikov en bandolera se frotan las manos y se tronchan de risa por la necedad de los infieles cada vez que el ulema Zapatero se anuda la cufiya, sube al púlpito de la mezquita o trepa al minarete y lanza su prédica en algarabía.

Europa, como dice la Fallaci, es ya Eurabia (y Madrid, Nairobi), y el ayatolá de La Moncloa, ayudado por el gran visir del palacio de Santa Cruz, es su profeta. La tragedia de la Historia, escribió Marx, se repite siempre como farsa, y en ella, metidos desde el capullo circunciso hasta el turbante sarraceno, andamos. Vuelven las cruzadas, que son siempre mal asunto, sólo que al revés. Donde las dan, las toman; donde las dimos, las tomaremos. Empieza la revancha de Lepanto. Alá, en efecto, es grande.

¿Puerto de los Cristianos o puerto de los Paganos? ¿En qué continente están las Canarias? ¿Y las Españas? ¿Dónde termina Europa y empieza Africa? ¿En los Pirineos, como se decía antes, o en Despeñaperros, como dicen que dijo Curro Romero? ¡Mira tú que si ahora resulta que los franchutes -adjetivo políticamente incorrecto y negativamente discriminatorio, lo sé, pero así los llamaban antes mis ex compatriotas- tenían razón! Pero quia... Tranquilos todos. Africa empieza en París, ciudad siempre cosmopolita (¡qué digo! Multiculturalista, como lo es la antitaurina Barcelona que ahora se postra ante el burro bravo) e indiscutible capital de Eurabia. El mundo de ayer, amigo Zweig, se ha ido al carajo. Los mapas que estudié de niño ya no sirven para nada.

Giovanni Sartori, en su libro sobre La sociedad multiétnica (Taurus), sostiene que el trato dado en nuestro país y en el suyo a los sin papeles conculca la legalidad vigente y es incompatible con el Estado de Derecho. Otro día hablaré de tan embarazoso asunto.

A Japón han llegado en los últimos 12 meses 15 inmigrantes. Sí, sí, 15. Es dato oficial que publica el Asahi. Allí no se andan con chiquitas. Las leyes se cumplen. Es un Estado de Derecho.

Dicen que Zapatero, con tanto trajín, sólo lee los viernes, día de oración, a mi amigo Suso de Toro y todas las noches, de rodillas al pie de la cama, unos sutras del Corán. Le aconsejo que saque tiempo, por el bien de sus gobernados y por el mío propio, para echar una ojeada a otro libro: Rubicón, de Tom Holland, (Planeta). Así se enterará de cómo Roma dejó de ser un Estado de Derecho -figura jurídica que ella misma había inventado-, y empezó a discriminar positivamente a los ilegales que cruzaban el Rhin a bordo de pateras y cayucos o salvaban los Alpes sobre la grupa de lo que aún no eran caballos de Atila, y merodeaban luego, sin papeles, por las vías de la metrópoli, a partir del instante en que un legionario -León viene de legión- y déspota multiculturalista que se llamaba Julio César cruzó el río más infausto de la Historia. Fue, de hecho, ese progre del Foro quien concedió a los galos y a otros naturales de extramuros el derecho de ciudadanía. Aquella tragedia se repite ahora como farsa. Zapatero -¡Ave, César!- está a punto de imitar a éste, de cruzar el Rubicón del Atlántico y los Alpes de los Pirineos, y de conceder el ius civilis -no sólo el ius gentium, que es cosa razonable- a quienes allanan las fronteras y nos okupan con el exclusivo objeto de mantenerse, mediante el empujón de esos votos, en el poder. Eso, en román paladino y a los ojos de quienes creen -no es mi caso- que la patria es madre (y, por su etimología, padre), tiene nombre. Se llama parricidio. O quizá, doctores tiene la judicatura, traición.