Ruidos y modernidad

En diversos municipios de España se están dictando sentencias favorables a los vecinos que han denunciado la pasividad del consistorio correspondiente ante sus quejas reiteradas del ruido producido por locales que no guardan la normativa existente, o directamente las prohibiciones -a veces revocadas posteriormente- de actos públicos que conllevan la producción de ruidos de forma que exceden todos los niveles considerados normales o no dañinos para la salud.

Llama la atención sobre todo cuando se trata de acontecimientos festivos que 'tradicionalmente' se han desarrollado sin, al menos de forma pública, ser considerados antisociales. La tradición puede tener entre una década o menos (sería más bien una costumbre) y doscientos años o más. La cuestión es que cada vez más personas en nuestras ciudades y pueblos consideran que la emisión de ruidos es una actividad molesta, perturbadora, insalubre y por todo ello denunciable. La ley está dando la razón a esas protestas basadas en el artículo de la Constitución que proclama la inviolabilidad de los domicilios y el derecho a la vida privada, derechos pues que el ruido impide ejercitar y disfrutar.

Se produce un debate que trasciende a los medios de comunicación, sobre si se debe o no prohibir tal acto, y las opiniones se entrecruzan. En estas cuestiones entiendo que se está revelando un cambio estructural en nuestras sociedades. Me refiero a la concepción de lo público y lo privado, de la calle como espacio festivo público de uso libre, y a los derechos individuales de las personas a su privacidad, a su descanso, al silencio y al reposo. Ocurre que han cambiado las costumbres y los usos respecto al trabajo y al ocio en las sociedades modernas, al tiempo que se incorporan las mujeres de forma masiva al mercado de trabajo, y crece de manera considerable e imparable el número de personas de edad.

Actualmente cada vez más personas adultas laboralmente activas deben madrugar para incorporarse al trabajo, desarrollar sus jornadas en ciudades donde el desplazamiento puede consumir buena parte del tiempo, compatibilizar su vida profesional y familiar, llevar al colegio y recoger a sus horas a los niños, ocuparse de personas ancianas que pueden requerir atención especial, y en este nuevo estilo de vida el sueño reparador, el descanso en silencio se hace cada vez más necesario, tanto para el bienestar psicológico de las personas como por razones de salud pública, por el alto número de personas que sufren esas situaciones.

Todavía predomina la idea de que la calle es de todos para hacer lo que se quiera, de que la 'movida' de una ciudad exige barullo a todas las horas de la noche, de que la diversión es por antonomasia callejera y nocturna. Cuántas personas no habrán experimentado la desagradable sorpresa de oír timbrazos en mitad de la noche entre gritos y carcajadas de grupos que, ebrios (no creo que de diversión en sentido estricto), pasan por la calle y aún quieren divertirse más, a costa de otros, claro. En España la permisividad ha sido absoluta. No se respetan horarios que además son muy laxos, normativas sobre aislamiento, prohibiciones de salir fuera de los locales. Al revés, es hasta 'guay'. Es un país donde se ha avanzado mucho económicamente, que se ha convertido en una de las primeras potencias económicas del mundo, pero donde todavía no se ha perdido el pelo de la dehesa.

En las sociedades preindustriales, las personas se podían solazar sólo unos días al año en las fiestas que, normalmente con motivo de festejar a los santos patrones, servían para proporcionar una ruptura en la monotonía y la rutina de sus vidas. Pero ya no es el caso. Ahora se trabaja durante la semana, el estrés y los trastornos del sueño son las enfermedades que más se refieren, y se procura descansar el fin de semana para reponerse. En cuanto a las formas de ocio, muchas personas pasan un número determinado de días de vacaciones en algún lugar fuera del de residencia, se viaja, se conocen otros países, la televisión constituye también una ventana al mundo. Es una sociedad que en cuanto al trabajo y al ocio no tiene nada que ver con aquella que originó una serie de costumbres que incluyen el ruido como ingrediente principal y necesario en algunos casos.

No quiero decir que ahora deban perderse las ganas de pasarlo bien, de divertirse, de salir, pero casi todo puede ser compatible cuando existe una idea compartida socialmente del respeto a los demás. Y la emisión incontrolada de ruidos es un problema extendido que no afecta sólo a los habitantes de las ciudades, porque en los pueblos, o muchas urbanizaciones que cada vez se están convirtiendo más en 'entornos-dormitorio' de muchas personas, los ruidos de coches y motos a escape libre, de ladridos de perros, ruidos de aficionados al bricolaje temprano o tarde durante los fines de semana, o a la hora de la siesta, ponen de manifiesto el absoluto desprecio hacia el silencio y el derecho al descanso de los demás que existe en nuestras sociedades.

Las medidas judiciales que se están adoptando creo que están contribuyendo a ajustar las necesidades nuevas de las personas -y los derechos individuales que la modernidad reconoce- en una sociedad transformada, con las costumbres y tradiciones que provienen de sociedades primordialmente agrarias, que ya no existen pero de las que se conservan muchos de sus peores rasgos. Los ayuntamientos deberán sin duda adaptar sus normativas, y exigir su cumplimiento por la cuenta que les traerá, y de ese modo quizá podamos convertirnos en relación a las directivas existentes desde hace tiempo en Europa, en la sociedad moderna ¿y más amable! que nos corresponde.

María Teresa Bazo, catedrática de Sociología en la UPV-EHU.