¿Ruptura o continuidad?

Uno de los lugares comunes planteados entre los analistas de la política estadounidense es el que remarca las importantes rupturas en política exterior entre las Administraciones de Obama y de Trump.

A primera vista, no faltarían razones para pensar de este modo. Si en el caso de Obama se apostó por los acuerdos multilaterales de libre comercio como instrumento geoeconómico, en el caso de Trump, la preferencia se ha centrado en acuerdos bilaterales que beneficien el interés nacional y se han adoptado medidas arancelarias frente a adversarios y aliados. Si en el caso de Obama, la política exterior en Oriente Próximo estuvo dirigida a lograr un acuerdo nuclear con Irán, Trump se ha acercado a sus antiguos aliados, Israel y Arabia Saudí, abandonando dicho acuerdo y generando una enorme incertidumbre sobre el futuro regional.

De igual forma, en tanto que Obama habría seguido una política exterior basada en un cierto internacionalismo liberal o en un realismo político de carácter pragmático, Trump habría preferido fundamentar su política internacional en la tradición estadounidense del nacionalismo jacksoniano. Una corriente que defiende una acción enérgica frente a los adversarios, defensora de la soberanía y crítica con el multilateralismo y las instituciones internacionales y con la que las comunidades rurales estadounidenses se identifican.

Tampoco las personalidades de ambos presidentes parecen ofrecer ningún tipo de paralelismo. En el caso de Obama destaca su carácter frío, académico y distante, muy respetuoso con las formas. En el de Trump, su impulsividad, emocionalidad y escasa propensión a seguir los convencionalismos habituales en el mundo de la diplomacia. Incluso en un aspecto tan relevante como el proceso decisorio, cada vez más centralizado en torno a la Casa Blanca, el exceso de detalle y debate en la etapa de Obama contrasta con la disfuncionalidad que muchos analistas atribuyen a la Administración de Trump.

Y, sin embargo, las rupturas, inevitables entre dos Administraciones tan diferentes, son solo una parte de la historia. Existen importantes continuidades que han tendido a ser invisibilizadas.

El primer ejemplo de continuidad ha sido, paradójicamente, el de la política hacia Rusia. A pesar de la supuesta “colusión” y, debido a los condicionantes internos, la realidad ha sido que la política exterior de Trump ha continuado con la senda marcada por Obama, endureciendo las sanciones y manteniendo las garantías de seguridad a sus aliados en Europa. Hay también otros puntos de continuidad importantes en la política europea: con distintas formas, los dos reclamaron a sus aliados europeos un incremento del gasto en defensa y criticaron la dependencia de EE UU.

Estas garantías de seguridad también han sido trasladadas a los aliados asiáticos. La creciente focalización en Asia y la necesidad de afrontar el desafío de una cada vez más asertiva China ha sido otro punto de continuidad, si bien suavizado por la diferencia en el enfoque estratégico y por la clara división entre seguridad y comercio. En el primer aspecto destaca la continuidad; en el segundo, la diferencia de instrumentos geoeconómicos utilizados para un fin similar.

La continuidad también ha sido la norma en escenarios de conflicto como Irak, Siria o Afganistán, donde ambas Administraciones siguieron estrategias parecidas frente a grupos yihadistas como el ISIS, mostrándose reacias a participar en nuevas intervenciones militares de difícil salida y continuar los procesos de construcción estatal que sus predecesores pusieron en marcha. Un extremo confirmado por la decisión de Obama de retirar las tropas estadounidenses de Irak en 2011 y por la reciente decisión de Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria. La renuencia de Obama a implementar la línea roja sobre uso de armas químicas en Siria después del fiasco libio sería otro ejemplo destacable.

Un punto importante en el que ambas Administraciones han coincidido es el de la crítica a las élites estadounidenses de política exterior, dados los graves errores cometidos por estas en su búsqueda de una “hegemonía liberal” durante los últimos años, contribuyendo a la llegada de Trump al poder, tal y como señala el autor realista Stephen Walt en su último libro.

Con todo, el elemento de continuidad más importante entre las dos Administraciones ha sido el de la ausencia de una doctrina o siquiera de una estrategia coherente de política exterior. Ante los desafíos de seguridad cada vez más relevantes, en especial la creciente competición entre grandes potencias, parece necesaria una visión clara que permita identificar instrumentos y priorizar objetivos en aras de garantizar la seguridad y estabilidad en el sistema internacional. Es en este punto donde quizá descubramos pronto que entre el “Nation Building at Home” de Obama y el “America First” de Trump no hay tanta distancia como podría pensarse.

Juan Tovar Ruiz es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Burgos.

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