Rusia, el retorno a la historia

He escrito como título de este artículo Rusia, el retorno a la historia, no el retorno de la historia. Es un matiz importante, porque Rusia vuelve con la voluntad y la fuerza suficiente para desempeñar un papel notable en el mapa actual del orden mundial, un mapa que se está redefiniendo en un mundo que va hacia una etapa posamericana. Después de la caída del Muro de Berlín, todo el andamiaje imperial ideológico que articulaba la URSS y sus áreas de influencia en el mundo se derrumbó y durante unos años quedó reducido a escombros. La lectura de Marx y Engels hecha por Lenin, Stalin y sucesores había fracasado en su aplicación práctica. Después de la caída del mundo bipolar, que tenía como epicentros a Moscú y a Washington, aparecía como única superpotencia en el paisaje Estados Unidos de América, solo ella poseía la fuerza, la capacidad económica, la cohesión y las ideas para ejercer el dominio mundial.

Así se escribió y se predicó como gran dogma: solo habría historia dentro de las coordenadas de Estados Unidos. Pero el mundo se mueve, y desde entonces se ha movido mucho. Apareció un factor de perturbación mundial, el terrorismo islamista que dio el do de pecho de la brutalidad con el ataque a las Torres Gemelas. El sentimiento de solidaridad con la tragedia americana fue universal, exceptuando, por supuesto, a los grupos del radicalismo terrorista. El mundo árabe, exceptuando Irak y Afganistán, se alineó sentimentalmente con los americanos.

Esta corriente afectiva se rompió con la equivocada estrategia de Bush de combatir el terrorismo con guerras convencionales en vez de atajarla con el espionaje informativo y las policías. Los países islámicos hubieran colaborado de una manera activa, porque ellos son los primeros interesados en eliminar los fanatismos, y el más eficaz factor de lucha contra el islamismo fanático es el islam moderado. La guerra de Irak puso al mundo árabe y a casi todo el resto del planeta en contra de la América de Bush. Aquella guerra ha puesto al descubierto una realidad evidente: no cabe duda que los Estados Unidos son una gran superpotencia, pero hay que matizar este concepto y decir que superpotencia no significa omnipotencia, ya que no han podido ganar la guerra, ella y sus aliados, en dos pequeños países.

Con la brillante y musculada aparición de China, puesta de manifiesto en los Juegos Olímpicos de Pekín, y su omnipresencia en los mercados mundiales, con las credenciales que la India presenta en las nuevas tecnologías o del inquietante Irán, con sus amenazas nucleares y de influencia activa en las geografías del sentimiento antiamericano, la historia tiene otros rostros y va a tener otras maneras. La Unión Europea, a pesar de sus contradicciones y las dificultades que ofrece articular a 27 países a causa de un crecimiento precipitado, también está ahí e irá definiendo su peso en el nuevo orden internacional. El centro de gravedad del poder en el mundo se mueve, se ha desplazado de Estados Unidos y ahora se encuentra en un lugar indefinido. Lo cierto es que ya no habrá un solo centro de poder ni dos epicentros, sino que vamos hacia un mundo multipolar.

En este horizonte, Rusia quiere volver a ser una potencia importante en el tablero mundial. Retornar a la gran historia. Tampoco puede decirse que estos últimos años haya estado ausente, pero Putin se ha consagrado a afirmar y consolidar su autocracia interna, a veces con una brutalidad desmesurada, como en Chechenia. En el pueblo ruso, cuya identidad la define una gran carga mística, hay una gran nostalgia de la grandeza del pasado, nostalgia de la fuerza de la URSS o de las míticas glorias imperiales. No quiere volver al comunismo, la mayoría, lo rechaza; tampoco quiere recuperar cortes imperiales, porque lo sienten como un evidente pasado, pero lo que quiere es recuperar el papel de Rusia en su imaginario de grandeza.

Putin y Medvédev jugarán sus cartas internas y externas en ese viento de la historia. Los últimos movimientos de la OTAN inquietan al alma rusa, al pueblo ruso y por lo tanto al Gobierno. Se sienten acosados. Consideran una estrategia agresiva el despliegue del escudo antimisiles en Polonia y en la República Checa por parte de EEUU, se opusieron y se oponen a la consagración de la independencia de Kosovo y, sobre todo, consideran desestabilizadoras las propuestas de la OTAN para que Georgia y Ucrania se integren en la organización. Ucrania, en el imaginario colectivo, es una parte esencial del alma rusa. Basta leer al gran Nicolás Gogol, ucranio, para confirmarlo. La intervención de Rusia en Georgia y Osetia del Sur hay que analizarla dentro de este contexto y tener en cuenta las secuencias en que se produjo para entender la lógica del Kremlin. El día 7 de agosto, con el mundo pendiente de los Juegos de Pekín, el presidente georgiano Saakashvili, un aventurero al estilo de Bush, ordenó el ataque contra la capital de Osetia del Sur. Rusia aprovechó la coyuntura y respondió invadiendo Georgia, y después apoyó la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. Con estas decisiones quiso marcar el papel geopolítico de Rusia y definir sus esferas de influencia. Al analizar el papel de Rusia en su regreso a la historia hay que tener en cuenta esta filosofía para situar las decisiones del Kremlin.

Alfonso S. Palomares, periodista.