Rusia, febrero de 1917: una revolución democrática

La mentira más extendida de la Revolución rusa sostiene que los bolcheviques -los comunistas de Lenin- hicieron una revolución contra el zarismo autocrático. La llamada revolución leninista de octubre de 1917 se hizo contra un gobierno democrático parlamentario mediante un golpe de estado de políticos populistas profesionales financiados y apoyados por el enemigo de Rusia, la Alemania del káiser Guillermo II.

Mientras que la abdicación del zar fue el resultado de una movilización popular -no sólo de los trabajadores de las fábricas de San Petersburgo-, sin un liderazgo único y con el fin de obtener un cambio de gobierno democrático en beneficio del Parlamento (la Duma), el golpe de Estado de octubre de 1917 responde a una iniciativa precisa, con un líder único, Lenin, con el objetivo de la toma del poder, la eliminación de cualquier atisbo de oposición democrática y la firma de una paz entreguista con Alemania.

A finales de 1916, con el frente de guerra relativamente estabilizado, una conspiración nobiliaria, encabezada por el príncipe Yusupov, acabó con la vida del santón Rasputín, principal soporte de la zarina, que de hecho ejercía la dirección del gobierno de Rusia, mientras el zar imprudentemente se encontraba en el frente militar. En el asesinato de Rasputín confluyeron los intereses de los aliados, Francia e Inglaterra, y el descontento de la élite nobiliaria postergada y harta de la arbitrariedad y autocracia de la zarina.

El embajador francés y el servicio secreto británico temían, por su parte, que la opinión de Rasputín -uno de los pocos rusos influyentes opuestos a la guerra- terminara por inclinar el ánimo del zar para buscar una paz o armisticio con Alemania. Recientes investigaciones ubican al agente inglés del MI6, Oswald Rayner, aquella fría noche de diciembre, en el escenario del asesinato de Rasputín. La debilidad política del gobierno zarista dejó en la impunidad aquel crimen de Estado.

El interés de Alemania era liberar el frente oriental de modo que su ejército pudiera concentrarse en el frente del oeste y finalizar la guerra con un impetuoso avance hacia París, antes de la inminente entrada de los Estados Unidos en la guerra.

El aliado del Imperio alemán, Carlos I de Austria, heredero del emperador Francisco José, inició a finales de 1916 conversaciones para un armisticio con Francia de espaldas a Alemania, lo cual produjo una profunda crisis en la alianza de los imperios centrales y aceleró las gestiones alemanas para que sus agentes en Rusia apoyaran al partido bolchevique.

A lo largo de todo el mes de febrero de 1917, el zar Nicolás II tuvo que jugar, en un tablero de ajedrez, una difícil partida contra múltiples actores nacionales e internacionales, bélicos y políticos. Nicolás II no comprendió el complejo escenario, no contó con los consejeros adecuados y no tuvo capacidad de reacción.

La revolución de febrero, que obligó a abdicar al zar, fue el resultado del descontento del desabastecimiento de las ciudades por la negativa de los campesinos de aportar alimentos ante el reducido valor del rublo y escasas mercancías disponibles en las ciudades. Sumado al descontento por la marcha de la guerra, las ciudades desabastecidas, como San Petesburgo (llamada Petrogrado entre 1914 y 1924), empujaron a los obreros de la industria a la huelga. Ante la negativa de los soldados, en su mayoría campesinos, a reprimir las manifestaciones, se produjo una descomposición de la línea de mando y un acuerdo general de solicitar al zar el final de la autocracia.

En este marco, durante el mes de enero y febrero de 1917 se produjo un evidente vacío de poder en San Petersburgo. El zar no alteró su decisión de continuar en el frente militar y confió en la policía y en el ejército, acuartelado en la capital, el mantenimiento del orden. El desabastecimiento de la población indujo a huelgas masivas que pronto adquirieron carácter político.

La situación se deterioraba día tras día hasta que, durante el mes de febrero, las noticias se precipitaban en el sentido del protagonismo de los nuevos actores políticos: la Duma -presidida por Mijaíl Rodzianko, que exigía la formación de un gobierno responsable ante el Parlamento (hasta entonces sólo el zar podía nombrar y cesar ministros)-; el general Serguéi Jabálov -al mando del distrito militar de San Petersburgo-; y los comités de huelga -que al final de mes se constituyeron en soviets, los consejos revolucionarios de trabajadores-.

A pesar de las inquietantes noticias procedentes de la capital del imperio, el zar no comprendió el alcance de la descomposición de la línea de mando. En muchas ocasiones, el sentido profundo de una crisis se escapa a los dirigentes porque viven fuera de la realidad, rodeados de aduladores y consejeros cuyo objetivo es calmar, no inquietar al líder y lo llevan al precipicio.

Durante todo el mes de febrero la demanda política esencial era dar paso a un nuevo gobierno responsable ante la Duma y apartar a la zarina de la dirección política. La respuesta del zar fue disolver la Duma mediante un decreto imperial. El zar no estaba dispuesto a ceder a pesar de que San Petersburgo, en esa fecha de 21 de febrero, estaba fuera de su control. La Duma respondió constituyendo un comité permanente que en adelante ejerció de gobierno provisional.

La pasividad del zar, negándose a aceptar la realidad, determinó que lo que había comenzado como un intento de cambio de gobierno terminara a final de mes siendo un cambio de régimen. Cuando finalmente el zar aceptó el gobierno de la Duma ya fue demasiado tarde y la exigencia se convirtió en solicitud de abdicación. El zar consultó a los altos mandos militares si contaba con su apoyo y todos coincidieron en sumarse a la petición de abdicación, que firmó el último día de febrero.

El 1 de marzo de 1917, la Duma eligió un nuevo gobierno provisional de liberales y socialistas moderados. El káiser, poco después, acordó y autorizó el transporte de Lenin en un tren sellado desde Suiza a San Petersburgo a través de Alemania. En otras palabras, la participación bolchevique en los decisivos días de febrero fue inexistente o muy limitada.

La revolución democrática de febrero de 1917 parecía una segunda edición de la revolución producida en 1905. La diferencia es que en 1905 no se cuestionaba la continuidad del zar y éste maniobró despidiendo al poco tiempo a los ministros liberales (Conde Witte) y reiniciando el gobierno autocrático. En marzo de 1917, el gobierno provisional convocaba elecciones constituyentes y era una esperanza democrática que Lenin se encargó de abortar ocho meses después, en octubre, mediante un golpe de Estado que inició una tiranía, mucho peor que el zarismo, que se alargó durante 72 años.

Guillermo Gortázar es historiador y abogado. Su último libro es 'El salón de los encuentros. Una contribución al debate político del siglo XXI'. Madrid, Unión Editorial, 2016.

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