Saben tanto de corona como de coronavirus

De la prima de riesgo al coronavirus y del coronavirus a la Corona española. Nada ni nadie nos para. «De qué se habla que doy mi veredicto». No es que pongamos nuestras dudas respecto a los acontecimientos de más actualidad; es que damos nuestro dictamen sin encomendarnos ni a Dios ni al diablo. Estábamos seguros de que en verano el coronavirus haría mutis por el foro. No había conversación en la que se hablara de la pandemia en la que no se nos animara con la seguridad de que el calor alejaría el virus de nuestro entorno. «Si pasa con el virus de la gripe, por qué no iba a pasar con la Covid-19». De poco servía que se les advirtiera que en Brasil, en Ecuador, en Argentina, en países que estaban saliendo del verano, los contagios se contaban por miles. No tenían dudas de que en verano la pandemia se tomaría sus vacaciones en España, pero que nos fuéramos preparando para noviembre. «Dicen que esa sí que será de campeonato».

Y llegó el verano. Y el virus sigue dale que te dale. Y nadie, de los que aseguraban lo del calor y demás habladurías, ha pedido disculpas por hablar. Si los científicos reconocen estar al pairo del comportamiento de la enfermedad, ¿a qué viene tanto enterado opinando ex cátedra sobre algo de lo que no tienen la maldita idea?

Y después del ridículo del coronavirus, volvemos a la carga. Ahora con la Corona. Ya se da por seguro que el Rey Juan Carlos I defraudó, engañó, malversó ingentes cantidades de dinero. No es que se ponga por delante la presunción de inocencia, que es lo que nos gustaría que ocurriese cuando se tratase de noticias que pusieran en riesgo nuestra estima y dignidad. No. Es que damos toda la credibilidad a quienes están por demostrar que la tienen. «Es que esto de la Monarquía no se sostiene en una democracia», afirman quienes buscan argumentos para reafirmar sus certezas. «Nadie elige al Rey», dicen los más conspicuos demócratas. Y no vale que les recordemos que tampoco elegimos al presidente del Gobierno, ni al del Tribunal Constitucional, ni al del Tribunal Supremo, ni a las presidentas del Congreso y del Senado. Es la Constitución que votamos por abrumadora mayoría la que dicta las reglas respecto a las figuras que representan a la Nación y a los distintos poderes de la misma.

Ahora nos hemos enterado de que eran muchos los que sabían todo del Rey Juan Carlos I. Si todo lo que ahora se cuenta hubiera sido cierto, ¿por qué no levantaron la voz quienes presumen de que lo conocían? ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por cobardía? ¿Por miedo? ¿Por resultar simpáticos y graciosos a quien ahora se trata de humillar?

«Si Felipe VI quiere mantener la Monarquía y la Corona, lo que tiene que hacer es renegar de su padre, el Rey Juan Carlos I. Quitarle el título de Rey y echarlo de la Zarzuela». Quienes manifiestan esa forma de solucionar un problema se están retratando y nos están diciendo que si ellos tuvieran que renegar de sus padres para mantener su estatus o para subir en la escala social o profesional, no tendrían el más mínimo inconveniente en hacerlo. Si Felipe VI siguiera esa recomendación, es posible que mantenga la Corona, pero es seguro que se convertiría en una persona poco fiable. «Renegó de su padre para no perder su estatus». Así pasaría a la historia. ¡Vaya forma de aconsejar al Príncipe que tienen los maquiavelos del siglo XXI!

Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente de Extremadura.

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