Una salida de las fuerzas armadas estadounidenses de Afganistán, lejos de estimular la yihad global, propiciará probablemente una evolución de tipo básicamente interno o regional de los acontecimientos y contribuirá positivamente a la lucha contra el terrorismo
La guerra de Estados Unidos en Afganistán se aproxima a un punto de inflexión mientras aumentan las dudas sobre la estrategia política del presidente Obama. No obstante, y tras la orden de envío de 21.000 soldados adicionales a Afganistán, Obama sopesa aún el envío de otros 14.000 integrantes de tropas de combate a aquel país.
Digámoslo sin ambages: la guerra estadounidense en Afganistán, simplemente, no se puede ganar.
En primer lugar, Obama ha reconsiderado los objetivos de Estados Unidos de forma excesivamente restringida. El primordial objetivo estadounidense en la actualidad no se cifra en derrotar a los talibanes, sino en impedir que Al Qaeda se sirva de Afganistán como base de lanzamiento de un ataque contra EE. UU. Obama declaró con franqueza a Associated Press en una entrevista el pasado 2 de julio: "Cuando se trata de nuestros intereses nacionales en materia de seguridad, me atengo a una definición muy restringida del éxito, consistente en que Al Qaeda y sus seguidores no puedan crear un refugio seguro desde el que atacar a Estados Unidos".
Pero Al Qaeda no supone realmente un factor presente en la guerra afgana, donde los principales elementos en combate son las tropas estadounidenses y los talibanes con sus milicias asociadas y guerrilleros.
En lugar de intentar derrotar a los talibanes, Washington ha animado de hecho a los servicios de inteligencia pakistaníes, afganos y saudíes a entablar negociaciones "por poderes" con los máximos líderes talibanes, ocultos en la ciudad de Quetta.
En segundo lugar, Estados Unidos libra una guerra equivocada. Después de que la invasión estadounidense expulsara de Afganistán a los líderes de Al Qaeda, Pakistán ha aparecido como base y refugio principal de terroristas transfronterizos. El respaldo y apoyo a los talibanes y a muchos otros militantes afganos proviene del interior de Pakistán. Y, aunque Obama persiga un refuerzo militar en Afganistán, está reforzando al propio tiempo a Pakistán, en la medida en que Islamabad se afianza como principal receptor de ayuda estadounidense del mundo.
A la luz de tales hechos, la estrategia de Obama sobre la guerra resulta cuestionable. Para derrotar a Al Qaeda, Estados Unidos no necesita recurrir a un refuerzo de tropas; ciertamente, no en Afganistán. Sin amplias fuerzas de combate ni operaciones terrestres de gran calado en Afganistán, Estados Unidos puede mantener a raya los vestigios de Al Qaeda en sus escondrijos de las regiones montañosas tribales de Pakistán mediante operaciones secretas y ataques de aeronaves no tripuladas y misiles de crucero. ¿No es eso precisamente lo que está haciendo ahora la CIA?
En realidad, los servicios de inteligencia de Estados Unidos creen que Al Qaeda es una organización muy fragmentada y debilitada y, por tanto, no se halla en condiciones de desafiar abiertamente los intereses estadounidenses. La evaluación anual de la amenaza de los servicios de inteligencia indica: "Debido a la presión existente sobre el asunto, nosotros y nuestros aliados hemos vigilado y actuado con más fuerza contra los líderes principales de Al Qaeda en Pakistán (…) Al Qaeda, en la actualidad, es menos capaz y efectiva que hace un año".
De haber consistido el objetivo de Obama en vencer a los talibanes, podría haber tenido más sentido un adicional refuerzo de tropas, pues una resurgencia talibán sólo puede ser derrotada con operaciones terrestres de importancia y no con ataques aéreos y operaciones secretas de forma exclusiva. Pero Washington sigue con su estrategia de "seguridad, reconstrucción y desarrollo" en el marco de transferencia de responsabilidades a Afganistán.
Suponiendo que el principal objetivo de la guerra de la Administración estadounidense no sean los talibanes sino los vestigios huidos de Al Qaeda, ¿por qué aplicar entonces una estrategia de refuerzo intensivo de tropas basada en la finalidad de proteger a los núcleos de población para ganarse el apoyo de la ciudadanía? En realidad, la llamada estrategia de "seguridad, reconstrucción y desarrollo" de Afganistán es una estrategia de "tropas, sobornos y salida" del país..., sólo que la confusa naturaleza de la misión y la mayor implicación estadounidense pueden complicar la cuestión de la salida del país.
Antes de que Afganistán devenga una pesadilla como Vietnam, Obama debe reconsiderar su plan de un nuevo refuerzo de tropas. Disminuir gradualmente el nivel de tropas estadounidenses tiene, en realidad, más sentido, porque el factor que favorece el aglutinamiento de elementos talibanes dispersos es una oposición común a la presencia militar extranjera.
Una salida militar estadounidense de Afganistán no representará un balón de oxígeno para las fuerzas de la yihad global, como muchos parecen temer en Washington. Por el contrario, eliminará el factor aglutinante común y propiciará una evolución de significado e importancia de tipo básicamente interno o de ámbito regional. En el caso de Afganistán, estallaría una lucha de poder según las posturas de las diversas facciones y etnias.
Los talibanes, con el respaldo de las fuerzas armadas de Pakistán, podrían intentar apoderarse de Kabul a fin de repetir la jugada de la toma del poder en 1996. Aunque ahora no sería fácil repetirla.
Por una parte, los talibanes se hallan escindidos y las milicias y guerrilleros son los que se llevan el gato al agua... Por otra, las fuerzas no talibanas y no pastunes son más fuertes y están más organizadas y preparadas que en 1996 para resistir un avance talibán sobre Kabul, gracias a la autonomía de que han gozado en diversas provincias o a los cargos que siguen manteniendo en el gobierno federal afgano. Además, si mantienen bases en Afganistán para realizar operaciones secretas, misiones con aeronaves no tripuladas y otros ataques aéreos, las fuerzas armadas estadounidenses podrían asestar operaciones de castigo para impedir una repetición de los hechos de 1996. Al fin y al cabo, el factor que permitió la expulsión de los talibanes del poder en el 2001 fue una combinación de ataques aéreos estadounidenses y operaciones terrestres de la Alianza del Norte.
En este panorama, la consecuencia más probable de la lucha de poder en Afganistán desencadenada por una decisión estadounidense de retirarse sería la formalización de la actual partición de hecho de Afganistán según las líneas de fractura étnicas. Iraq, por cierto, se encamina también en tal dirección.
Los tayikos, uzbecos, hazaras y otras minorías étnicas podrían asegurarse un autogobierno en las áreas afganas donde predominan, dejando tierras pastunes a ambos lados de la agitada línea Durand trazada por los británicos. Por la polarización étnica, la línea Durand - o frontera de Afpak-existe hoy sólo en los mapas. Posee escasa relevancia en el plano político, étnico y económico y será inviable, militarmente, imponerla de nuevo.
Como en el caso de Iraq, una retirada estadounidense desataría posiblemente las fuerzas de una balcanización en el cinturón de Afpak. Tal aseveración puede parecer inquietante. No obstante, sería una consecuencia no deseada y tal vez imparable de la invasión estadounidense.
Una retirada estadounidense ayudaría en realidad a la lucha contra el terrorismo internacional. En lugar de quedarse empantanado en Afganistán y tratar de convencer con zalamerías y sobornar a las fuerzas armadas pakistaníes para que dejaran de seguir auxiliando a los militantes islámicos, Washington tendría las manos libres para impulsar una estrategia contraterrorista más amplia y equilibrada. Asimismo, sin el fardo de la guerra en Afganistán, Estados Unidos evaluaría mejor los peligros para la seguridad internacional que representan grupos terroristas pakistaníes como Lashkar-e-Taiba y Jaishe-Mohamed. La amenaza de una toma del poder islamista en Pakistán proviene no sólo de los talibanes, sino de estos grupos, que han contado largo tiempo con el apoyo del ejército pakistaní en el marco de la alianza profundamente arraigada entre las fuerzas armadas y los mulás.
Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos del Centro de Investigación en Ciencia Política de Nueva Delhi. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa.