Salir del ensimismamiento

Ocurrió hace ahora diez años. Ocurrió contra todos los pronósticos lanzados por los que creen que es mejor estar en la retaguardia, no abrir el país, no esforzarse por ser de los mejores, renunciar a la ambición de ganar un futuro mejor. Ocurrió pese a la herencia de quienes querían resignarnos a que España jugara siempre en la segunda división, de quienes defendían la conveniencia de una Europa a dos velocidades, como si fuera natural que España no tuviera otra opción que marchar a baja velocidad. Habían tirado la toalla de antemano quienes preferían -y prefieren- una España ensimismada, siempre mirando hacia dentro, siempre enredada en cuitas de campanario, y siempre un paso atrás. Ocurrió cuando los españoles decidieron trabajar -y trabajar muy en serio- por una España abierta a Europa y al mundo, por una España decidida a mirar hacia adelante con la ambición de ganar el mejor futuro.

Hace ahora diez años, una cumbre extraordinaria de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea certificó que España era uno de los once países que cumplían las exigentes condiciones para formar parte de un selecto club de estabilidad y prosperidad: la Europa del euro. La moneda única europea vio la luz el 1 de enero de 1999.

El éxito parecía impensable apenas dos años antes, cuando España no cumplía (ni de lejos) ninguna de las condiciones para participar en la Unión Monetaria. Un déficit público del 6,7 por ciento del PIB, una Deuda pública próxima al 70 por ciento del PIB, tipos de interés a largo plazo del 12 por ciento, una inflación de casi el 5 por ciento y cuatro devaluaciones colocaban a España muy lejos del euro en marzo de 1996. Pero España cumplió los criterios de Maastricht y se convirtió en socio fundador de la moneda única.

Hubo entonces, en la encrucijada de las decisiones difíciles, quienes aconsejaron que bajáramos los brazos y renunciáramos a hacer posible el reto de cumplir los criterios de convergencia, a pesar del compromiso adquirido con los ciudadanos que nos habían dado su confianza. Otros nos sugirieron que renunciáramos a nuestras ideas sobre cómo alcanzar el reto de la moneda única y que apostáramos por subir los impuestos, por renunciar a la disminución del gasto público y a nuestro programa de liberalizaciones y privatizaciones. Naturalmente, no cometimos el error de seguir esos consejos. De haberlo hecho, habríamos generado una enorme incertidumbre entre los ciudadanos que mayoritariamente habían confiado en el Partido Popular.

Habríamos defraudado su confianza. Nos habríamos equivocado y, además, habríamos sentado las bases para renunciar a a nuestro propio proyecto, un proyecto que se demostró de éxito y que era sustancialmente diferente del que había fracasado en el intento de incorporar España al euro. Y es que en la vida política la confianza y la defensa de los principios es siempre esencial.

En estos diez años, el euro ha transformado España. Hemos vivido una etapa de prosperidad sin precedentes, que fue posible porque España ha mirado hacia fuera y ha mirado hacia adelante. Abrimos la economía española a la competencia y la estabilidad del euro permitió a los españoles hacer planes de futuro.

Mirar hacia fuera y mirar hacia adelante; abrir el país y apostar por el futuro. Ésas han sido, en toda la Historia de España, dos de las tres condiciones imprescindibles que nos han permitido avanzar como nación... cuando hemos avanzado, que no siempre ha sido así. La tercera condición, también imprescindible, era, es y ha sido siempre que los Gobiernos trabajen en políticas de hechos concretos, en vez de eludir su tarea con palabras tan grandilocuentes como vacías.

Esas tres condiciones han marcado siempre los grandes avances de España en Europa. Miró hacia fuera y hacia adelante, y apostó por la política de hechos concretos, el Gobierno de Adolfo Suárez cuando, en la Transición, hizo posible el reconocimiento internacional de la joven democracia española con su ingreso en el Consejo de Europa. Lo hizo el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo cuando integró a España en la Alianza Atlántica. Y miraron también hacia fuera y hacia delante, y apostaron por la política de los hechos, los Gobiernos de España, desde Adolfo Suárez hasta Felipe González, que labraron el ingreso de nuestra nación en las entonces Comunidades Europeas.

El Gobierno que tuve el honor de presidir siguió ese camino con la ambición de lograr que España jugara en la primera división en Europa. Lo hicimos en la negociación del Tratado de Amsterdam, al defender para España un peso relevante cuando Europa se abría hacia las nuevas democracias nacidas tras el derribo del Muro totalitario del comunismo.

Lo hicimos en la negociación de fondos europeos de la Agenda 2000, que no fue fácil, pero cuyo trabajo previo y la dura negociación merecieron la pena. España consiguió un volumen ingente de fondos europeos (más de 62.000 millones de euros para el periodo 2000-2006) que ayudaron a nuestro país a dar un gran salto en infraestructuras y en cohesión territorial. No lo reconocerán nunca quienes, en diciembre de 2005, quizá por no llevar hechos los deberes previos y por no sacrificar unas horas de sueño, hicieron que España perdiera el 90 por ciento del saldo neto de fondos europeos entre 2007 y 2013. Los españoles hemos empezado a sufrir los efectos de ese grave recorte de fondos como resultado de una pésima negociación.

Mirar hacia fuera, mirar hacia adelante y trabajar en la política de hechos concretos definieron siempre nuestra política europea. Negociamos el Tratado de Niza con el objetivo -logrado- de mejorar, de cara al futuro, el peso político de España en las instituciones europeas tras la ampliación. Pero hay quien se empeñó en renunciar a ese poder. Tras el fracaso de la Constitución Europea, resulta triste comprobar que España ha logrado mantener en el Tratado de Lisboa ese peso logrado en Niza sólo temporalmente, y exclusivamente gracias a Polonia, dado el entreguismo de nuestros actuales gobernantes.

La apuesta por la política de hechos concretos, por la apertura y por el futuro, tuvo su mejor ocasión en la Agenda de Lisboa. Con el apoyo y la colaboración de Tony Blair, un político europeo con visión, coraje y entusiasmo, propusimos una agenda de reformas económicas para que Europa pudiera acometer con éxito los retos de la globalización.

La crisis que ya empezamos a sufrir ha demostrado el error político de no haber puesto en marcha las reformas económicas necesarias para aprovechar la globalización. Vivimos en un mundo global, en un mundo abierto, en un mundo que cambia muy deprisa. Las reglas son simples: a mayor apertura, transparencia, libertad económica y flexibilidad, mayor rédito de la globalización. Y, a la inversa: los que se cierran, los que se ensimisman, los que sólo se ocupan de sus disputas aldeanas, quedan relegados y pierden.

La apertura a Europa no es sólo (ni debe ser sólo) apertura económica. En Tampere, en 1999, trabajamos para que Europa fuera, para todos los europeos, un espacio de libertad, seguridad y justicia. Aquello fue antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El ataque del 11-S demostró la necesidad de reforzar nuestra cooperación en seguridad y justicia si queremos mantener nuestra libertad. Y demostró también que la política de libertad y seguridad europea también tiene que basarse en el triple objetivo de mirar hacia fuera, mirar hacia adelante y trabajar en políticas de hechos concretos. Mirar hacia fuera para ser muy conscientes de cuáles son los valores occidentales que compartimos y con quiénes los compartimos. Mirar hacia adelante para ser muy conscientes de los riesgos de no defender con determinación y firmeza esos valores. Y no quedarnos sólo en las palabras, porque las amenazas a nuestra libertad, y en especial el terrorismo, no se derrotan con palabras sino con políticas de hechos concretos.

En el momento actual surgen algunas preguntas de difícil respuesta. En los últimos años, ¿cuál ha sido la política de España en Europa? ¿Ha mirado España hacia fuera y hacia adelante para mejorar en algo su posición en Europa? ¿Cuáles han sido las políticas de hechos concretos -si ha habido alguna- para mejorar la posición de España en el mundo?

Mi respuesta es que España lleva ya más de cuatro años sin mirar ni hacia fuera ni hacia adelante. Ha estado demasiado ocupada en mirarse el ombligo. El Gobierno evitó la política de hechos concretos porque, cuando la prosperidad parecía imparable, prefirió acunar a los españoles con la suave melodía de las palabras huecas. Ojalá España despierte pronto, vuelva a mirar hacia delante, hacia el mundo y recupere la ambición de ganar un futuro mejor.

José María Aznar, ex presidente de gobierno.