Salvar la Democracia, salvar a España (II)

Hay comportamientos políticos y sociales que, por muy legítimos que se autoproclamen, me escandalizan. Ya saben a los que me refiero. Pero aparte de cortedad de miras y de egoísmo e intereses alicortos, están denotando una quiebra notable del hombre.

Sería una mirada parcial, falseada y bastante miope estimar que lo importante es lo económico; que la riqueza o el enriquecimiento como sea es muy principal; que los votos es algo prioritario y a ellos se han de supeditar otras realidades que no debieran ser sometidas; que los intereses particulares o que el bienestar a toda costa, o que el éxito aunque sea pasajero han de anteponerse a otras cosas; que la victoria sobre el adversario, el bien individual o de un grupo particular, aunque sea numeroso, está por encima del bien común y compartido; que, en estos momentos, lo mejor es seguir la táctica del puerco espín de guardar la distancia justa para no pincharse y pretender que no haya tensiones, ni «se mueva ni se agite nada», aunque sea a costa de la verdad, y se impongan el pragmatismo y el utilitarismo, o se instaure lo políticamente correcto como lo sabio y prudente; que la libertad individual o de grupo sea omnímoda; o que la libertad de expresión no tenga límite y se la sitúe por encima de todo y se constituya en valor y derecho supremo e incontrovertible; o que, en el fondo, tienen razón los pícaros y los relativistas.

Es una mirada de estrabismo muy extendida esta que acabo de describir en diversas manifestaciones, mirada que prima ciertos aspectos, y al mismo tiempo olvida y pospone otros aspectos que son previos y básicos. No puede imponerse, como está ocurriendo, aquello de la película de los hermanos Marx: «Tengo estos principios, pero si no le van se los cambio por estos otros». Lo que nos está sucediendo y el peso de lo que somos y de nuestra historia común compartida nos hacen pensar en lo que podemos y debemos apoyarnos y no abandonar para el futuro de España; nos hacen pensar en lo que se debería hacer, en cuál es el camino a seguir por encima de otra cosa. Por supuesto, en desterrar el relativismo rampante que nos corroe y destruye por dentro, así como el particularismo de intereses egoístas disfrazados de otras cosas, así como el laicismo envolvente que sustenta tal relativismo o individualismo de individuo o grupos.

El Papa Benedicto XVI, en su discurso ante el Bundestag, en Alemania, dijo cosas muy importantes e hizo consideraciones que, en la coyuntura actual de España, haríamos muy bien todos -tanto políticos como profesionales o responsables en los medios de comunicación y el resto de la población con el rasgo o la responsabilidad que se tenga en ella- en atender, escuchar y asumir. Algo que es básico y sin lo cual difícilmente, si no imposible, organizamos para el bien común (concepto y palabra que ha desaparecido del espacio público), y con el esfuerzo (otra expresión borrada del espacio público) común de todos, que a todos incumbe si queremos y apostamos por un futuro.

Una tentación o medida parcial, y no de base, puede ser el «éxito» político, o el «beneficio material». «La política debe ser un compromiso para la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz». Esto que el Papa Benedicto refería directamente a los políticos es también fundamental para todos en la sociedad con la que de una u otra manera tenemos un compromiso que siempre es político. «Naturalmente, dijo el Papa, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho a la destrucción de la justicia. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político» (Benedicto XVI), y de todo ciudadano e institución dentro de la sociedad.

Estimo que ésta es una consideración fundamental e imprescindible en los momentos precisos en que nos encontramos. Esto tiene muchísimas consecuencias. No tener esto en la base y en el fundamento de toda actividad, humana y pública, que debería conducir al bien común es caminar en dirección contraria a lo que, en verdad, puede hacernos avanzar y hacernos verdaderos y libres; olvidar esto podría conducirnos hacia el caos y destruiría la democracia que tanto nos ha costado; y conduciría a la ruina de la unidad que somos en la pluralidad que la constituye. Hagamos el esfuerzo que a todos, y en común, compete.

Antonio Cañizares Llovera, Cardenal Arzobispo de Valencia.

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