Salvar vidas

Por Jordi Delàs, médico (EL PERIÓDICO, 01/09/05):

En la última sobredosis que atendimos, al entrar en la sala de inyección, me encontré con un joven de unos 25 años tendido en el suelo. Mis compañeras le habían colocado sobre el costado izquierdo y ya llevaba en la boca el tubo de plástico que garantiza la libre entrada y salida de aire de los pulmones. Se había desplomado al suelo, después de varias convulsiones, y respiraba lentamente. Como sólo había consumido cocaína y afortunadamente latían con fuerza las arterias del cuello, sólo era cuestión de esperar. De repente se incorporó agitado. Hablaba aceleradamente y movía con violencia pies y manos. Fueron pocos minutos, pero dentro de la sala se hicieron largos. A la depresión respiratoria tras las convulsiones por el efecto tóxico de la cocaína, seguía la agitación. Lo que coloquialmente se denomina paranoia. Por fin se tranquilizó y surgió la historia humana. Un joven extranjero, encantador, educado, amable. Con ganas de dejar el consumo y que se sentía solo.

En la asistencia de consumidores activos de drogas el principal objetivo es mantenerlos con vida. En Barcelona, en la última década ha habido entre 73 y 151 defunciones al año por reacciones agudas al consumo de drogas. Estas reacciones se deben a la sustancia consumida, la combinación de varias drogas o a la presencia de aditivos y contaminantes perjudiciales. La heroína produce depresión del centro respiratorio que se agrava con otros sedantes y alcohol. Los efectos indeseables más frecuentes de la cocaína son agitación y alucinaciones. Cuando se habla de sobredosis se hace referencia a la presencia en sangre de una cantidad de sustancia que provoca alteraciones en el organismo que pueden llevar incluso a la muerte. Pero esta situación es muy difícilmente distinguible de otras consecuencias del consumo intravenoso como reacciones alérgicas, embolias arteriales y accidentes cardiocirculatorios.

PARA disminuir las muertes por consumo de drogas se ha planteado, entre otras alternativas, que personal sanitario supervise a los usuarios en el momento mismo de la inyección. Las primeras iniciativas aparecieron en junio de 1986 en Berna y en la actualidad se conocen más de 60 experiencias en 36 ciudades europeas y dos proyectos pilotos en Australia y Canadá. En un recomendable informe del Centro Europeo de Seguimiento de Drogas y Adicciones (Hedrich, D. European report on drug consumption rooms, Luxemburgo, 2004), se destaca que en todos los casos de consumo con supervisión sanitaria no ha habido ninguna muerte a pesar de los millones de inyecciones realizadas y las miles de emergencias atendidas. Pero la progresiva implantación de salas donde los sanitarios están presentes durante la inyección de drogas (hay que evitar el erróneo término de narcosalas) halla el rechazo del vecindario. No es bueno que una iniciativa sanitaria cuente con la oposición de la población. Hace años, para visitar un centro de asistencia a consumidores de drogas en Bilbao tuve que ser escoltado por la Ertzaintza, mientras los vecinos formaban un pasillo y protestaban airadamente. Los trabajadores del centro debían acudir en coches protegidos por la policía, que cambiaban a diario de trayecto. Ojalá no ocurra también en Barcelona. En esta ciudad, la primera sala estable de inyección supervisada sigue funcionando con escasa confrontación vecinal. Es una sala pequeña, en un equipamiento sanitario, atendido por personal de amplia experiencia en la atención de consumidores de drogas. Hay que plantear también la alternativa de dependencias no muy grandes, en dispositivos sanitarios y que permitan una atención próxima y personalizada, sin excesivas concentraciones. Ubicadas en centros en los que, por diferentes motivos, ya se atiende a consumidores de drogas. El personal se podría preparar con facilidad para atender las emergencias sanitarias que se presentan durante el consumo supervisado. Juntamente a la irrenunciable respuesta a las necesidades básicas para una vida digna, podría dar lugar a una asistencia más justa y también a una menor confrontación ciudadana. Con toda seguridad la oposición vecinal no se debe al objetivo de estos dispositivos de evitar la muerte de jóvenes consumidores, sino a las alteraciones que se teme que se van a producir en los alrededores.

MUCHAS de las personas consumidoras de drogas están en la calle. A diario han de conseguir las dosis de heroína, cocaína y satisfacer además, si pueden, el resto de sus necesidades. Es presumible que no se van a desplazar de las zonas de venta y consumo, de manera que se hacen más presentes, con el consecuente desagrado del vecindario. Pero, concentrados o no, a la vista o no del público, la atención de los consumidores de drogas exige un enfoque integral. Nos hemos de ocupar del peligroso momento de la inyección en vena de sustancias no controladas. Pero hay también otras necesidades a cubrir. Posiblemente la demanda de buena parte de vecinos, usuarios y profesionales tiene la misma solución. Una atención integral que contemple dónde dormir, comer, ducharse, reposar, relacionarse. Reeducación del tiempo libre. No tener que estar, por fuerza, en la calle, en una situación de degradación social y sanitaria que ninguna sociedad debe permitir.