Sálvese quien pueda en Asia Central

Las noticias procedentes de Asia Central vienen ocupando las primeras planas de la prensa en las últimas semanas. Ya en pleno verano, empieza a quedar claro que existe un vínculo entre el desarrollo de la guerra en Afganistán, los sucesos en Kirguistán, la tensión en torno a Irán y los recelos rusos y chinos.

Vayamos a lo primero y más evidente: la guerra de Afganistán va cada vez peor para el bando aliado. El general McChrystal fue destituido por el presidente Obama el pasado día 24 de junio, un suceso excepcional en la reciente historia norteamericana. Pero, según se ha podido saber, sus polémicas declaraciones a la revista Rolling Stone no fueron sino el empujón final, dado que, a comienzos de ese mismo mes, el militar habría hecho una estimación extremadamente pesimista de la guerra, durante una reunión con los ministros de Defensa de la OTAN. El acto coincidió con la parálisis de la gran ofensiva de las tropas aliadas en Afganistán, lanzada en febrero de este mismo año.

Retrocedamos en el tiempo: a mediados de abril, cuando ya se veía que la ofensiva contra el talibán no prosperaba como debiera, estalla la revuelta en Kirguistán. Cae el presidente Bakíyev y se inicia un periodo de inestabilidad que concluye, en junio, en los disturbios interétnicos entre kirguises y uzbekos a las puertas del valle del Ferganá, en el sur del país. La supuesta mano negra tras los disturbios se ha venido atribuyendo al depuesto presidente, a las mafias, a extremistas islámicos e incluso a los rusos. Pero lo cierto es que Kirguistán es el único país de Asia Central donde los norteamericanos todavía controlan una base aérea, vital para el abastecimiento de sus tropas en Afganistán. Es más: Kirguistán es también el único país de Asia Central donde triunfó una de aquellas revoluciones de colores, después de la georgiana y la ucraniana. Los mismos norteamericanos no han tenido mucho empeño en ocultar que detrás de esas revueltas espontáneas estuvieron ellos mismos moviendo millones de dólares y ejerciendo todo tipo de presiones.

La de Kirguistán tuvo lugar en el 2005 y llevó a Bakíyev al poder. Pero, con el tiempo, fue cayendo en la órbita rusa. Al final, solo la codicia del autócrata permitía a los norteamericanos seguir manteniendo la base de Manas, en torno a la cual la familia del presidente hacía todo tipo de negocios. Así que una revuelta bien orquestada se llevó por delante a Bakíyev, que escapó a Bielorrusia, país aliado de Moscú. Los rusos, pillados por sorpresa, no intervinieron, a pesar de las reiteradas peticiones de ayuda de la primera ministra kirguisa, Rosa Otumbayeva.

A los rusos no les gusta esa presencia occidental en Kirguistán, y menos aún su perpetuo y descarado trasfondo conspirativo. Pero el presidente Medvédev se arregló con Obama, porque con la crisis económica no es momento para peleas; además, creen los rusos, Kirguistán volverá a la órbita de Moscú. Por ende, la suerte de Afganistán asusta a los rusos, y, sin el control de la base de Manas, el esfuerzo militar norteamericano quedaría colapsado. De hecho, los mismos rusos colaboran con el apoyo logístico a los aliados, entre ellos, España. Pero a los chinos aún les hace menos gracia la situación y miran con recelo a una Rusia pusilánime que pudiera convertirse en caballo de Troya de los occidentales (y los islamistas radicales) a las puertas de su problemática provincia musulmana de Xinjiang. Y han reaccionado como mejor saben: agitando su ascendente financiero sobre EEUU. De ahí su cerrazón a revalorizar el yuan, contribuyendo a mantener la presión crítica sobre los mercados financieros norteamericanos.

Estos están en una situación de dependencia tal que hasta deberían pedir permiso a los chinos para atacar a Irán. Pero no así los israelís: de ahí el rumor de que podrían desencadenar un ataque contra las supuestas instalaciones nucleares iranís, como forma de presión en paralelo a las sanciones económicas. Mientras tanto, los iranís juegan sus propias bazas a fondo. Se han acercado mucho a Tayikistán, país situado entre Kirguistán y Afganistán, de población persa. Pero también han establecido puentes con Pakistán, por ejemplo. Al parecer, el servicio secreto paquistaní (ISI) les echó una mano en la captura de Abdul Malik Rigi, el líder de Yundullah, el grupo islamista y baluchi que combatía en el interior de Irán y que, se dice, recibía ayuda directa de los norteamericanos (Rigi fue capturado en febrero, mientras volaba en un avión de línea kirguís en dirección a Manas).

Todos esos movimientos, aparentemente erráticos, son la expresión de un sálvese quien pueda: los norteamericanos se están yendo a pique en Afganistán, y a saber lo que ocurrirá después. Las alianzas respaldadas por EEUU no valdrán un céntimo, y cada país se busca ahora la vida como puede, en previsión del incierto futuro. Hasta el presidente afgano Karzai está haciendo un esfuerzo por buscar sus propios arreglos y componendas, con amigos y enemigos. En fin: no es de extrañar que MacCrhrystal viera tan negro el panorama.

Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.