Al cabo de estos 10 días que han conmovido España, parafraseando el libro testimonial de John Reed sobre los primeros días de la Revolución rusa, todo avizora que España no asiste a una simple mudanza en la Presidencia del Gobierno. Nada que ver, desde luego, con todas las que le han antecedido desde la accidentada sustitución de Adolfo Suárez hasta el inesperado desalojo de Mariano Rajoy del Palacio de La Moncloa en este Viernes de Dolores para el PP y su líder.
El removido presidente ha padecido ese triste sino que dicta que, en política, se sube por la escalera y se sale por la ventana. Algo que, empero, rige del revés para su sucesor, Pedro Sánchez: ha entrado en La Moncloa por la ventana y aspira a abandonarla tardíamente por la escalera. Menester fuera que se le hubiera dado la palabra al pueblo español y, en su justo derecho a decidir, resolviese libremente a quién fiar su suerte, en vez de asistir a sortilegios partidistas que soslayan la voluntad soberana.
Se atisba, en consecuencia, un intento de cambio del régimen que alumbró la Constitución del Consenso de 1978 y que ha dispensado a España el mayor periodo de libertad y bienestar de su atormentada historia. No en vano, toda la marabunta de grupos y mareas que han aupado a Sánchez al poder, cuando atesora menos escaños propios que cualquiera de sus seis antecesores al frente de la Nación, participan de ese común denominador. La duda estriba en saber si éste modulará ese proceso dentro de los límites constitucionales, como se ha comprometido, o se liará la manta a la cabeza como Zapatero plantándose al frente del cortejo hasta desbordar muchos diques.
Obviamente, no es cuestión de ser apocalípticos, pero tampoco integrados que se empecinan tercamente en no ver lo que aparece a la vista, salvo que esto último se tenga por oficio y beneficio. Triste designio, pues, acecha a este régimen constitucional: terminar desencajado por quienes pretendió encajar y a cuyos dictados se fueron acoplando los sucesivos gobiernos, por turno y sin excepción, hasta desfigurarlo.
No siempre es fácil, en efecto, ver lo que se tiene ante los ojos. Es más, a veces, episodios de enorme calado originan aturdimiento y confusión como al personaje stendhaliano de Fabrizio del Dongo. Este personaje se percató de que había estado librando la crucial batalla de Waterloo cuando ésta entró en los manuales de Historia. Como narra Stendhal al inicio de La Cartuja de Parma, este héroe romántico y combatiente de la Grande Armée pasó la jornada histórica del 18 de junio de 1815 en un estado tal de desconcierto y desorientación que no apreció, tras luchar a brazo partido contra ingleses y prusianos, que había asistido en primera fila al fin de un imperio y a la génesis de un nuevo orden en Europa. Otro tanto puede estar sobreviniendo con muchos otros Fabrizio en estas horas cruciales en las que tantas incógnitas aguardan a ser despejadas.
En un acelerón imprevisto de la historia, cuando más segura parecía la permanencia de Rajoy tras afianzar unos presupuestos clave con el decisivo concurso del PNV, el tractor que el ex presidente prometió cederle a su portavoz -"Si quieres grano, Aitor [Esteban], te dejaré mi tractor", le había dicho a modo de requiebro- le ha aplastado en la primera maniobra que éste último realizaba al volante del agropecuario vehículo que le había prestado quien ha sido, a la postre, su víctima.
Acostumbrado el PNV a encender el piloto contrario al sentido de la dirección que finalmente emprende, Rajoy no calibró que, en cuanto su socio de conveniencia se asegurase el botín (cuponazo incluido), éste lo dejaría en la cuneta. Nada nuevo, por lo demás, en un partido que siempre pone una vela a Dios y otra al Diablo, como acredita su trayectoria.
A las 24 horas de que Franco emitiera el 1 de abril de 1939 su último parte de guerra ("Cautivo y desarmado el Ejército Rojo..."), la Ejecutiva del PNV se desmarcaba de la República y reclamaba su "libertad de acción" con respecto al régimen franquista. Al último partido democristiano que sobrevive en España cabe aplicarle el viejo chiste de Nerón cuando acude al coso romano y, contra todo pronóstico y lógica, los fieros leones no se dan su esperado festín a costa de los pobres cristianos, sino que ocurre justo al revés. Hecho un energúmeno, el emperador vocifera indignado: "So estúpidos, ya os previne que trajéreis cristianos, no democristianos!".
Siendo verdad lo que aseveraba Wellington de que existían tantas versiones sobre la batalla de Waterloo que dudaba haber participado en ella, es posible que tampoco Rajoy reconozca las causas de su particular Waterloo. En todo caso, parece evidente su fallida estrategia para contender con los nacionalistas, relativizando sus amenazas y dando crédito a su palabra, cuando la política de apaciguamiento parecía desacreditada desde el acuerdo de Múnich, desde aquel septiembre de 1938 en el que el premier británico Chamberlain "tuvo que elegir entre la guerra y el deshonor; eligió el deshonor y se encontró con la guerra", en palabras de Churchill.
Buscando una variante española de aquella "paz para nuestro tiempo", a base de concesiones al secesionismo catalán, bien haciendo la vista gorda en la consulta del 9-N de Mas, bien dejándose hacer el referéndum ilegal del 1-O del prófugo Puigdemont, sin actuar hasta que éste se hizo irremediable, el separatismo ganó meses valiosísimos y culminó hitos simbólicos hasta sentirse con fuerza para proclamar la independencia unilateral. Cúmplese con Rajoy aquello de que el apaciguador es "alguien que alimenta a un cocodrilo esperando ser comido el último". Vana esperanza y propósito, por su parte, como ha visto y comprobado en sus tundidas carnes.
Pero, si ha sido apreciable su error de cálculo con el nacionalismo vasco y el independentismo catalán, no ha sido menor su equivocación de libro con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, hoy su imprevisto sucesor en La Moncloa. Aunque piense de él algo parecido a aquello que Napoleón dijo de Wellington tras su hecatombe -"La diosa Fortuna ha hecho más por él que él mismo"-, no supo ver su peligro. Le dio una pátina de hombre de Estado tras las pifias de neófito que éste cometió en su primera etapa al frente del PSOE y que facilitó su descabalgamiento por los barones del partido, cuando quiso consumar una alianza antinatural con el populismo neocomunista de Podemos y las fuerzas independentistas y filoterroristas como Bildu que ahora sí ha podido llevar adelante sin que ninguno de sus opositores internos se lo reproche. Ello ha cogido a contra pie al PP, tras semanas escuchando a Rajoy contraponer la lealtad patriótica de Sánchez con la frivolidad de su contrincante directo -y crecido en las encuestas- como Rivera.
Con pasividad vegetativa, Rajoy no reparó en que Sánchez ambicionaba ser "César o nada", por lo que rondaba el Hemiciclo de las Cortes -tras renunciar a su escaño, por consejo de Patxi López-, presto a saltar a la primer oportunidad. La ocasión la pintó calva la sentencia de Gürtel. Valiose para ello de una serie de consideraciones que, ajenas a la pieza que se dilucidaba, socavaban la credibilidad del testigo Rajoy y establecía una causa general contra el PP, aunque la condena se circunscribiera a dos municipios de Madrid.
Por mucho que sus adversarios, sin ver la viga en ojo propio, hayan hecho piedra de escándalo de la corrupción del PP, ésta sólo preocupa en tanto en cuanto desgasta (o destruye) al rival. Por eso, se da la paradoja de que el PSOE de los ERE en Andalucía se coaligue con el PDeCAT del 3% en Cataluña, junto a un Podemos con una financiación comprometida, para derribar al PP de la Gürtel.
Como tampoco Rajoy es Zidane, que ha revalidado su acreditado talento sabiéndose ir en el momento adecuado del Real Madrid, no supo prepararse para la tormenta que se le venía encima desde un año atrás cuando los dos jueces que han producido su desgracia ya le otorgaron el dudoso honor de ser el primer presidente en ejercicio que debía acudir a declarar como testigo. Rajoy, que presumía de dominar el tiempo y tener en él a su mejor aliado, ha visto como éste le ha venido encima hasta que "las horas han perdido su reloj", como se lamentaba el poeta chileno Vicente Huidobro. Suficiente para que las lealtades tan vanagloriadas del PNV y del propio Sánchez se volvieran contra él hasta desaposentarle de La Moncloa.
Atendiendo a la máxima napoleónica de que en la guerra solo existe un momento favorable y el genio del comandante consiste en atraparlo, Sánchez ha tenido esa capacidad y ello ha obrado para que, a estas horas, more los habitáculos monclovitas, cuando veía que estos se alejaban en cada elección que se presentaba. Cuando concurra por tercera vez, lo hará con vitola presidencial y el BOE en ristre. Rajoy le allanó el camino a quien ha terminado desahuciándole del Palacio del que le abrió las puertas, incluso saliéndole a buscar, para hacer frente común, por medio del artículo 155, a unos independentistas de los que luego Sánchez se ha valido contra su anfitrión. En la ceguera de Rajoy, se hace presente la luminosa apreciación de Keynes: "Nunca ocurre lo imprevisto, sino lo no pensado".
Esa resistencia frente a la evidencia ha propiciado el golpe de gracia de Sánchez, quien no ha resistido la tentación que le ha quedado al alcance de la mano. No obstante lo cual, deberá bailar sobre el abismo y a los sones de unos desafiantes y desafinantes socios parlamentarios que querrán incluso aportarle la partitura que no presentó en su moción de censura contra Rajoy. A este respecto, solo concretó su doble compromiso con el PNV en cuanto a respetar los Presupuestos que éste pactó con el PP, pero que Podemos quiere sabotear, y en evitar elecciones anticipadas para que Ciudadanos no sustancie sus expectativas.
Como nada es gratis y el poder tiene su precio, por mucho que se disfrace por medio de "peajes en sombra", los aprietos mayores de Sánchez no provendrán de un enrabiado PP o un encorajinado Cs. Más bien de sus hipotecas altamente onerosas contraídas con los independentistas que querrán legalizar su golpe de Estado del 1-O en Cataluña e indultar a sus artífices, así como del revisionismo histórico de Podemos y de su puesta del revés de las reformas del PP que han posibilitado la recuperación económica y la creación de empleo, lo que traería consigo pesadillas como la griega. Al grito de "¡Sí, se puede!", Iglesias ya le manifestó desde el minuto uno que es un presidente con pies de barro y pronto, mediante camisetas y otros instrumentos al uso, mostrarán sus pinturas de guerra.
Si Sánchez, en su ambición, ha logrado doblarle el pulso a Rajoy, el neopresidente del Gobierno debiera saber cómo se las juega (y se revuelve) Pablo Iglesias. El caudillo podemita no renuncia a ser la cabeza de ese Gobierno Frankenstein, no un mero apéndice, por lo que no parará de comprometerle. Vivirá en un ¡ay! continuo.
Ante el envite que le espera y con la mochila que carga repleta de compromisos adquiridos, a Sánchez debe acometerle cierta sensación de vértigo, lo cual no es malo, pues permite asomarse al abismo con precaución. Pero puede ser empujado a situaciones límite por esos compañeros de viaje suyos que sienten verdadera fascinación por lo incierto y pueden arrastrar a este país a su vacío existencial como nación. Prepárense para vivir peligrosamente.
Francisco Rosell, director de El Mundo.