Compartí mesa y mantel con un viejo y sabio compañero que fue durante años corresponsal de un gran periódico europeo en Madrid. Me comentó, divertido, el gran momento que vivimos en España para la información política. Nada es lo que parece.
Mi amigo sostiene que el Gobierno es la oposición de su oposición, y recordó el último Pleno del Congreso en el que los ministros en cascada descalificaban al ausente Feijóo como si la oposición fuesen ellos. Según él eso no se produce en ningún Parlamento democrático. Y comentamos más. El Gobierno presenta unos Presupuestos que todos los observadores financieros consideran imposibles de cumplir y María Jesús Montero no rectifica una coma. El Gobierno, en contra de la realidad, sostiene que España está «en la Champions League de las economías mundiales», como ya dijo Zapatero, y ni Calviño se moja aunque sabe que no es así. Sánchez se lanza a conseguir apoyo francés para un gaseoducto, no lo consigue y vende un engañabobos como su triunfo personal. Dijeron que en invierno estaría garantizado el suministro de gas y electricidad con precios controlados, y el Gobierno recomienda comprar edredones y no encender la calefacción. Hasta la exención ibérica fue una filfa en cuanto al precio que paga el usuario. En la UE somos los campeones del paro, estamos a la cabeza de la deuda y a la cola de la recuperación. En Bruselas temen que no controlemos los fondos europeos. Eso lo reflejan casi al día los medios internacionales.
Por esos mundos tenemos a menudo una fama de anécdota no de categoría. Me recordó el colega que cuando trabajaba en España, la ministra de la Vivienda, María Antonia Trujillo, regaló 10.000 pares de zapatillas para que los jóvenes pateasen la calle buscando piso. «Antes no había política de vivienda», declaró ignorante. El Ministerio que regentó existía ya en 1957, tres años antes de nacer la ministra en 1960.
En política vivimos como en una relectura de Orwell. Una distopía de presente. Desde luego casi nada es lo que parece. Desde el Gobierno, convertido por sí mismo en oposición, se acusa una y otra vez a la auténtica oposición de incumplir la Constitución y se quedan tan frescos. Al parecer los que cumplen la Constitución son quienes gobiernan gracias a los votos de aquellos que no sólo la incumplen sino que tampoco respetan las sentencias judiciales, dieron un golpe de Estado del que quieren salir indemnes penalmente o son herederos de quienes sembraron España de cadáveres de inocentes y aquellos asesinos son ahora reconocidos como luchadores por la libertad gracias al bodrio de la Ley de Memoria Democrática. También los podemitas que forman el Gobierno con Sánchez son enemigos declarados de la Constitución y de la Monarquía parlamentaria que emana de ella. Todos esos son los apoyos «constitucionales» del Gobierno. Pero para Moncloa y sus palmeros quien no cumple la Constitución es la oposición.
Tras un Sánchez inamovible, el del «no es no», está el deseo de controlar el Poder Judicial dando dentelladas al CGPJ y sobre todo al TC. Su senda radical hacia el madurismo precisa poner al servicio del Gobierno la maquinaria de control constitucional. Para cuando haya que decir «sí, bwana». Entonces «el vuelo de las togas no eludirá el contacto con el polvo del camino». Lo dijo quien lo tenía que decir.
Lo último en distopía es la reacción del Gobierno –Sánchez y varios ministros en tromba– al dictamen unánime del BCE, firmado por Christine Lagarde, que critica el inoportuno impuesto a los bancos. Esa reacción de un Gobierno no tiene precedente. María Jesús Montero cree que como es un banco funciona para favorecer a los bancos, y Sánchez ve detrás a Luis de Guindos, vicepresidente del BCE y exministro de Aznar. ¿Qué creerán la ministra de Hacienda y el presidente del Gobierno –¡economista él!– que es el BCE? ¿Un chiringuito en el que cualquier directivo dice si un informe tiene que alabar o censurar? Qué ignorancia en los que llevan la economía nacional. Calviño reiteró que se mantendría el impuesto. Escrivá metió la pata como siempre y hasta puso en duda la profesionalidad del organismo supervisor; otra vez hizo el payaso.
El BCE no es un banco como lo entiende la ignorante Montero, es un organismo supranacional, el responsable de la política monetaria europea, emisor de nuestra moneda y el supervisor del sistema financiero. Lo que ha hecho es criticar con dureza un impuesto ideológico que en su día fue negado por el PSOE y que aceptó finalmente para mantener el apoyo de Podemos. El BCE opina que ese impuesto pone en cuestión la eficacia de la política monetaria y la estabilidad del sistema financiero. Y advierte que los bancos tienen obligación de repercutir todos los costes en los clientes (también los impuestos). Son normas de obligado cumplimiento para garantizar la competencia bancaria. En una unión monetaria y bancaria el impuesto tiene consecuencias en toda la unión monetaria, y de ahí las advertencias del BCE como responsable de la estabilidad financiera. Este tirón de orejas a un Gobierno no tiene precedentes. Y que el Gobierno responda entre descalificaciones y se pase el informe por el forro, es de aurora boreal.
Sánchez contra el mundo para sobrevivir en Moncloa como sea entre comunistas, separatistas y filoetarras. Su última guerrita, contra el BCE.
Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.