Sánchez contra la corriente

Sánchez contra la corriente

La Fundación Sistema fue desde su creación en 1981 uno de los laboratorios de ideas de la corriente interna del PSOE que se denominó guerrismopor su vinculación al ex vicepresidente Alfonso Guerra. En 1995, culminada su derrota frente a los renovadores que apoyaba Felipe González, uno de sus impulsores publicó en su revista un durísimo artículo en el que alertaba de una posible deriva «neo-bonapartista» del partido, que él advertía en los siguientes rasgos: «Un predominio decisorio cada vez mayor del líder, con una tendencia a situarse por encima, y más allá, de la organización partidaria y de los líderes regionales»; «una progresiva desvitalización de las organizaciones, con una clara pérdida del papel del partido»; «una evolución deliberada -pero no decidida en los congresos- hacia un modelo de organización difusa, en la que se realizan cada vez menos reuniones de órganos directivos», o «una tendencia a actuar de acuerdo a una lógica que entiende la política en gran medida como un espectáculo público».

Pedro Sánchez continuó ayer los cambios en la estructura del PSOE que inició en 2017 y que sitúan al partido como un vehículo al servicio de su proyecto personalista. El Comité Federal consagró sin contestación como novedoso órgano de dirección a un politburó al margen de la Ejecutiva que fusiona su Gabinete con la cúpula dirigente del partido para que actúen como una sola voz. Los dirigentes territoriales consultados esta semana por nuestros periodistas Raúl Piña y Marisa Cruz coinciden en términos como «populismo orgánico» o «cesarismo» para lamentar su abandono y la deriva de descapitalización y empobrecimiento de la vida interna, donde no existen el debate ni la fiscalización crítica del poder. Poco más de un mes después de la derrota de Andalucía, síntoma de una decadencia irreversible, el presidente afronta el desgaste. Su único leit motiv es el clásico de la antipolítica catódica que le catapultó: héroe frente al establishment, que ayer expresó en una reinvención de adalid verde contra Alemania.

La dimisión de Adriana Lastra, cinco minutos antes de su caída en desgracia, constata el fracaso de su forma de hacer política y de la apuesta que se hizo hace menos de un año por ella. Enredadora profesional, adicta a una concepción del poder basada en el fomento de antagonismos sectarios, Lastra conspiró a fondo tras la defenestración fulminante de José Luis Ábalos para sacarse también de encima al secretario de Organización, Santos Cerdán, y hacerse con el partido. Ahora se retira a su feudo de Asturias, donde conserva una impronta y desde donde preparará su vuelta: «Nos vemos en las Casas del Pueblo», proclamó en su salida. Sin ella, nadie queda ya del grupo de fieles que acompañó a Sánchez en su aventura contra Ferraz. Esa frialdad es otro atributo del hiperliderazgo.

La rectificación de Sánchez coloca como vicepresidenta de facto a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, precisamente cuando el contexto internacional apunta hacia una recesión global por la inestabilidad que provoca la inflación, que esta semana ha puesto Italia en manos de los populismos al llevarse por delante a Draghi. La subida de tipos del BCE conducirá a un enfriamiento de la economía y pone a España bajo el peligro de una crisis de deuda. Los halcones de la UE han aceptado sin embargo un mecanismo para combatir las primas de riesgo con una condicionalidad light que parece permitir que el Gobierno continúe con políticas clientelares del gasto público: por ahí se entiende la proyección de Montero, curtida ya en su etapa como portavoz del Ejecutivo. La diatriba de ayer del presidente es elocuente de sus intenciones.

La pretendida renovación continúa con el protagonismo como portavoz en la Ejecutiva de la inteligente Pilar Alegría, uno de los valores al alza, y del antaño adversario Patxi López en el Congreso. El ex lehendakari, tan maleable en sus convicciones como el propio Sánchez, será por tanto el encargado de asegurar el apoyo parlamentario de Bildu y ERC. Esta clave, que persevera en la estrategia de alianzas y discurso territorial que está conduciendo hacia el cadalso al PSOE, se completa con el inevitable refuerzo del PSC, al introducirse a Miquel Iceta en el núcleo dirigente y mantenerse a Eva Granados en el Senado. Sigue Cerdán, aunque significativos grupos de interés hicieron públicos esfuerzos por desplazarlo en favor de Antonio Hernando, que accede también al centro decisorio junto al jefe de Gabinete, Óscar López, al hiperactivo ministro de Presidencia, Félix Bolaños, y al rostro amable de Moncloa, Isabel Rodríguez. Cuatro portavoces para dar empaque al líder, pero sobre todo la garantía de que no habrá cacofonías en el curso electoral. Los cambios en el partido no prejuzgan que no los haya más adelante en el propio Gobierno.

El autor de aquel artículo en la revista de la Fundación Sistema fue José Félix Tezanos, feliz miembro de la actual Ejecutiva del PSOE y entonces prestigioso catedrático de Sociología. El guerrismo no existe y en el partido no hay corrientes. En aquella publicación, avisaba de que una de las consecuencias más perniciosas del bonapartismo era el «abuso de la fuerza e intento de utilizar los aparatos del Estado para sostener y apoyar las propias orientaciones políticas». Efectivamente, la ocupación partidista de los contrapesos públicos es una tendencia subsiguiente a ese concepto patrimonial del poder. Tezanos lo sabe, porque ahora en el CIS puede hacer un ejercicio práctico de los planteamientos que teorizó en 1995. La sustitución esta semana de la fiscal general, Dolores Delgado, por el obediente ejecutor de sus desmanes, el aplicado Don Alvarone, es una forma de darles impulso.

El mesianismo de Sánchez es un producto de su tiempo. Ningún país de nuestro entorno es inmune a las crisis de representación de los partidos: ejemplos de hiperliderazgo son Boris Johnson o Emmanuel Macron, cada uno con sus peculiaridades. También en el PP existen: Alberto Núñez Feijóo y Juanma Moreno prescindieron de las siglas. El presidente lo que hace es alzarse sobre ellas, pero le falta carisma. La cuestión está sobre todo en los límites que la conciencia moral de una sociedad está dispuesta a soportar. Sánchez tiene una capacidad superflexible de traicionar lealtades para adaptarse a las adversidades y desdecirse si entiende que es lo que le conviene. Ese pragmatismo podría ser una virtud hasta que aparece como ausencia de escrúpulos: entonces la credibilidad se resiente y la del presidente está por los suelos. La erosión institucional, el vaciamiento de sus compromisos ideológicos y la alteración de la identidad fundacional del PSOE de la Transición representan la superación de una frontera. Todos los partidos padecen graves crisis existenciales después de una experiencia cesarista, especialmente los tradicionales, porque se desarraigan. El PSOE corre ese peligro.

Joaquín Manso, director de El Mundo.

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