Sánchez decide: eutanasia o infanticidio

"No era la primera vez, ni sería la última, que un general aseguraba rematar un cuerpo enfermo cuando de hecho estaba estrangulando a un recién nacido". Con esta metáfora explicaba sir Raymond Carr su tesis acerca del golpe de Estado que puso fin, en 1923, a la Restauración.

En opinión de Carr, la inestabilidad de los últimos años de la Restauración no había sido esa demostración de la esclerosis del sistema liberal-parlamentario que veían el general Primo de Rivera, el rey Alfonso XIII y gran parte de la opinión pública española. No había sido una confirmación del carácter moribundo de un sistema al que sólo cabía administrar la eutanasia del espadazo.

Por el contrario, Carr consideraba que la inestabilidad política y social de los últimos años de la Restauración era el resultado de un proceso orgánico mediante el cual la estructura oligárquica diseñada por Cánovas se iba transformando en una verdadera democracia, pasando (como ya había sucedido en otros países europeos, como Reino Unido tras las elecciones de 1906) de una estructura decimonónica a una más propia del mundo y la sociedad del siglo XX. Una transformación natural y deseable que habría sido abortada por la ceguera antiliberal de generales, monarca y opinión pública, y que habría embarcado a España en una deriva cuyo final todos conocemos.

Sánchez decide eutanasia o infanticidioEl debate de "viejo o bebé", "moribundo o recién nacido", es una de las discusiones clásicas de la historiografía contemporánea española, y muchos historiadores han intentado resolver la cuestión de si efectivamente, a principios de los años 20, el sistema de la Restauración evolucionaba o degeneraba. Como todo buen debate, es absolutamente irresoluble, en primer lugar porque se basa en algo que podría haber sucedido (las características que habría adoptado el sistema de no haberse producido el golpe), pero no sucedió. Y en segundo lugar por lo inoperante de su metáfora central: aunque no se considere que a la altura de 1923 la Restauración estaba irremisiblemente enferma, tampoco se puede considerar como recién nacido un sistema que llevaba casi cincuenta años gobernando España. Esto no es tanto un problema de Carr como de las metáforas biológicas aplicadas a la sociedad: como escribió G. K. Chesterton en respuesta La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, difícilmente se puede hablar de "juventud" o "vejez" de las naciones cuando a éstas ni se les cae el pelo ni les bailan los dientes.

La metáfora de Carr, sin embargo, es valiosa en cuanto señala la importancia que tiene nuestra percepción de la realidad a la hora de determinar nuestras acciones sobre ella. Esto es: si Primo y Alfonso XIII hubieran entendido el sistema a la altura de 1923 como un recién nacido, habrían contribuido a su supervivencia y maduración; al percibirlo como un moribundo, actuaron para asegurar su muerte. Todo lo cual, lejos de circunscribirse a los debates entre historiadores, guarda importantes lecciones para el momento actual de transformación política en España.

Llaman la atención, en este sentido, las diferencias de actitud que han mostrado las dos grandes fuerzas emergentes en estas primeras semanas de legislatura. Ciudadanos parece haber entrado en el Congreso consciente de que la nueva etapa del multipartidismo es un recién nacido al que hay que ayudar a crecer y desarrollarse, dándole vatios a la incubadora de los pactos, las concesiones y el diálogo sin olvidar las reformas y la respuesta a los principales problemas de España. Los de Albert Rivera parecen reconocer que su propia entrada en el Congreso es un síntoma de transformación del sistema y que esto demuestra las enormes posibilidades del mismo, unas posibilidades que hay que nutrir desde la aceptación activa del presente.

Compárese esto con los aspavientos de Podemos durante la jura de los diputados, el desfile de coletillas con que prometieron dedicarse a cambiar la Constitución, contribuyendo así a su deslegitimación simbólica ("nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos", porque por lo visto, España lleva treintaypico años despoblada); o el desprecio con el que han tildado desde el primer día a las otras tres grandes formaciones como los "partidos del búnker", insultando, de paso, la inteligencia de los dieciséis millones de personas que votamos por alguno de ellos; o su reacción victimista ante la imposibilidad de obtener los grupos parlamentarios que habían prometido a sus aliados regionales, actitud aproximadamente igual de madura que culpar al semáforo de la multa que nos han puesto.

Uno siempre tiene la tentación, a la hora de analizar a los politólogos de Podemos, de interpretar algunos aspavientos y algunas aristas de su discurso como mero cálculo electoral con vistas a su tan ansiado sorpasso al PSOE; lo de los significantes vacíos y todo eso. Pero basta con leerles para entender que los gestos de desprecio hacia el sistema actual, su caracterización del mismo como una oligarquía patricia, no son el resultado de un cálculo sino de una de las premisas fundamentales que estructuran tanto su razón de ser actual como sus líneas de actuación para el futuro.

Todo lo cual hace aún más paradójico el que, en caso de consumarse el pacto PSOE-Podemos, sería la fuerza rupturista la que entrase en el gobierno y sería la fuerza reformista la que se quedara para vestir santos. Fascinante sería la transformación del PSOE, que, tras haberse vendido durante tantos años como el partido vertebrador de la democracia en España (la democracia, recordemos, salida de la Transición), ahora preferiría aliarse con aquellos que restan legitimidad a ese mismo régimen y nos lo quieren presentar como un ente enfermo al que hay que suministrar la eutanasia. Su eutanasia, claro: cambio constitucional, derecho de autodeterminación, referéndums, etcétera.

Pedro Sánchez dijo este viernes en rueda de prensa que, en caso de consumarse el pacto con Podemos, el resultado sería un gobierno "progresista y reformista". El uso de esta última palabra parecería indicar que su pacto con Pablo Iglesias desplazaría a éste hacia el reformismo; que, con su inclusión en el gobierno, Podemos adoptaría la tesis de que el sistema actual es un recién nacido al que hay que cuidar y nutrir.

La lógica de los acontecimientos y de los actores involucrados, sin embargo, indicaría todo lo contrario: el pacto con Podemos (en vez de con PP o Ciudadanos) desplazaría al PSOE al planteamiento rupturista y lo obligaría a adoptar la tesis de Iglesias, Colau y cía. de que el sistema actual es un moribundo al que hay que dar la puntilla. Dicho de otra forma, el PSOE dirá que el pacto con Podemos y los nacionalistas mete a éstos en el sistema, cuando lo que hace es sacar el PSOE del mismo.

Hay unos límites evidentes a los paralelismos que se pueden establecer entre la España actual y la de hace (casi) cien años. Podemos no dará un golpe de Estado militar, a pesar de contar con todo un exJEMAD a su servicio; ni trabajará el Rey con el ahínco de su bisabuelo por destruir el régimen parlamentario. Lo que hay son lecciones, como la que parece haber aprendido Felipe VI de Alfonso XIII; ese árbitro del sistema que acabó abrazándose a los que abogaban por su liquidación con el fin de salvar su propia piel. Pero, ¿la ha aprendido Pedro Sánchez?

David Jiménez Torres es doctor por la Universidad de Cambridge y profesor en la Universidad Camilo José Cela.

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